jueves, 29 de octubre de 2015

La afrenta







En algún lugar, a orillas de lo que hoy conocemos como mar Negro, el cielo se teñía de gris, como si el sol quisiera dejar de observar la grotesca escena: un cúmulo de piras funerarias que incineraban, de forma inclemente, los numerosos cadáveres de guerrer@s muertos en combate. Cerca de aquel fuego, apenas soportando el ardor, hombres y mujeres, fornid@s y de aspecto salvaje; vestidos de pieles o semidesnud@s, agarraban en dúos los brazos y piernas de sus compañer@s muertos, para lanzar@s a las brasas de esas hogueras, reduciendo a cenizas lo que antes eran una generación orgullosa. La tribu había convertido en victoria lo que pudo ser una desastrosa derrota, pero el hedor y la carne putrefacta apaciguaban los ánimos de cualquier festejo.


En el centro de aquel funesto espectáculo, un buen número de miembros de la tribu rodeaban a dos feroces guerreras, que se acusaban mutuamente de un asunto en particular.


-¡Fuiste tú Teyaz! ¡Te ví cuando consumías todo lo que había en la tienda de víveres, mientras ese mismo día, las fuerzas del patriarca Bagodi nos destrozaban!!


-¡¿Cómo eres capaz de creer eso de mí, Sia?! ¡¡Dudas de mí, aunque me lo debes todo; de no ser porque asesiné a Bagodi, nuestros hombres serían esclavos y tú, yo y las demás mujeres hubiéramos sido violadas!!


-¡¡Guarda tus mentiras para cuando te confieses ante la diosa madre, que te aprovechas del hecho que dejaste inconscientes a quienes cuidábamos la tienda de víveres para cometer tu fechoría!! ¡¡Ah, pero no contaste que todavía me quedaba algo de consciencia para descubrirte!!


Se acercaban peligrosamente una hacia la otra cuando, en medio de las dos, interviene una señora: una mujer algo mayor que las demás, el oscuro pelo con algunos mechones de pelo rojo – fue pelirroja alguna vez – y un cuerpo obeso pero macizo como una gran roca. Vestía una amplia toga – de la que seguramente despojó a algún infortunado prisionero griego, que las mal llamaba “amazonas” -, entre cuyos pliegues sobresalían alguna que otra bola, que delataban lo que quedaba de quien alguna vez fue una ágil y fornida guerrera.


-¡¡Basta hijas mías!! ¡¿Qué tanto discuten en esta hora tan funesta?!


Con la mirada fija hacia Teyaz, Sia la señaló sin contemplación alguna.


¡¡Sorprendí a Teyaz, mientras se comía lo que quedaba de nuestras provisiones, el mismo día en que las fuerzas de Bagodi nos estaban derrotando!!


-¿Qué hay de cierto sobre esto, Teyaz?


- No, gran madre, eso no es cierto: alguien se introdujo en el campamento mientras yo dormía, convaleciente, de mis últimas heridas.


- ¡¿Y cómo explicas que al día siguiente estuvieras completamente recuperada para pelear?!


- ¡¡Basta hijas mías!! Sólo hay una manera de resolver esta disputa: un juicio de la diosa.


Ambas rivales se miraron fijamente a los ojos, en expresión de satisfacción: estaban de acuerdo con la solución.


La matriarca mando a traer los sables artesanales de hueso de mamut – aunque los hombres de la tribu solían ser hábiles metalúrgicos, la mayoría de sus armas eran las que tomaban de sus enemigos o de lo que pudieran fabricar con lo que encontraban a mano, ya que estas culturas, debido a su estilo de vida nómada, no podían explotar una cantera minera ni mucho menos fundar una ciudad -, grandes pero maniobrables y filosos.




Protegidas apenas por sus pieles de animal, tanto para cubrir sus partes íntimas como para usar de sostén en sus senos – les brindaba una mayor estabilidad en la lucha, impidiendo la movilidad de estos – y armadas con aquellos artefactos, comenzaron a batirse en lucha: Teyaz, con su cabellos amarillos al viento, que resplandecían como el oro con la poca luz del sol y Sia, sus pelos rojos dándole un aspecto de furia.


Pese a lo pesado que podían ser los huesos de mamut, no se podía subestimar a las guerreras de antaño: la fuerza física de nuestros ancestros superaba la de nuestra generación actual. También se balanceaban con sus cuerpos curvilíneos, de manera rítmica, para hacer oscilar las pesadas armas en el aire, aprovechando el impulso que brindaba el peso en determinados ángulos; esta acción les permitía ahorrar en fuerza física y a la vez dar mandobles y estocadas en el aire de manera magistral.
Aunque las dos tenían casi la misma contextura, por alguna razón, Sia resulto ser la más fuerte: estaba haciendo retroceder a Teyaz, que bloqueaba cada golpe sin que le costara esfuerzo alguno, como si realmente sólo esperara defenderse. Sin embargo, en una de esas, Sia logro desarmar a su rival, haciendo que su sable de mamut cayera a unos metros atrás. Luego, con gran destreza, oscila su arma hacia la garganta indefensa de Teyaz; ésta logra mover presto el cuello hacia atrás, comenzando a dar volteretas mortales tipo flic flac hacia atrás, en dirección hacia su espada, mientras Sia seguía dando tajos elípticos en el aire que, pese a su rapidez, no lograban herir a la ágil gimnasta.


La multitud mixta coreaba de emoción, cada un@ animando a su favorita.


Finalmente, en su última voltereta, Teyaz logra tomar su arma con las dos manos, justo a tiempo para bloquear el corte mortal de Sia; la chica quedó bastante debilitada, lo que aprovecho su rival para darle una patada giratoria de puntapié a un costado y desarmarla con un leve movimiento de su arma. Aquella acción causo que su sable de mamut saliera volando por el aire y que ella, a causa de la presión, cayera al suelo. Ahora, estaba a merced de Teyaz, que estaba parada en su presencia, sable en mano, como una justa vencedora.


La mirada de Sia estaba fija a la de Teyaz, como escrutando su alma para pedirle piedad Luego, Teyaz levanto su arma para partirla en dos... Como una centella, el arma de mamut cayo en dirección hacia Sia, sólo para quedar fija a dos centímetros arriba sobre el espacio entre el hombro y el cuello. Con gran resignación, Teyaz se postró en el suelo gritando de forma dramática.


-¡¡Yo ya no puedo soportar más el dolor que me causa está afrenta!! ¡¡Yo sí soy culpable y lo debo pagar!!


Ante la mirada atenta de una asombrada multitud, Sia se lanza hacia Teyaz, justo a tiempo para amarrarla con sus musculosos brazos y evitar que se atravesara el cuerpo con su propia arma. Las dos muchachas parecían estar en posición de lucha: Teyaz de a cuatro en el suelo, mientras Sia estaba sobre ella, como si tratara de aplicarle una especie de llave; el arma quedo paralela al cuerpo de Teyaz, a decenas de centímetros por debajo de su vientre.


-¡¡Detente Teyaz, por favor, no sigas!! ¡¡Recuerda que sólo la madre da la vida y la quita!!


El rostro de diosa de la guerra de la matriarca parecía suavizarse, hasta tomar una expresión cada vez más humana. Aunque su rostro la delataba, su voz era tan tajante que cortaba el aire.


-¿Acaso comprendes la magnitud de tu falta? Recuperar aquella reserva de víveres nos tomara más de diez partidas de caza y hasta treinta de recolección.


- Lo sé madre, pero hace semanas que estaba herida, no podía combatir y el alimento escaseaba demasiado para poder recuperarme más rápidamente. Así que, ese día, cuando estuvimos al borde de la derrota, fui sigilosamente a la tienda de víveres, deje inconsciente a sus guardianes y me lo comí todo; fue así que tuve energías para combatir al día siguiente y conseguir esta sufrida victoria. Pero no contaba con que Sia todavía seguía algo consciente.


- ¡¡No Teyaz, no me hagas sufrir más!! – Sollozaba - ¡¡Si te hubieras dejado matar por mí, al menos no estarías pasando esta verguenza!! ¡¡Te perdono hermana!! – dijo esto mirando en dirección a la matriarca.


El llanto de ambas mujeres se entremezcló hasta formar una pequeña catarata, en la que confluyeron viejos recuerdos: cuando la guerra sólo era asunto de juegos de infancia, las divertidas partidas de lucha y caza juntas; el sufrimiento compartido de los amores que nunca resultaron. Todo ello caía en la madre tierra, como lamentando el brutal incidente que acababan de vivir.


-Puedes elegir sacar esa rabia en la próxima batalla; es mejor que sufrir esto.


-No Sia, la tradición nunca se ha roto; es lo que nos mantiene unid@s como tribu.


La gran matriarca miraba, con expresión vacilante, a sus dos hijas. Con un tono de voz con el que aparentaba gran determinación, ella preguntó.


-¿Es esto lo que realmente deseas, hija mía?


- Solloza – Claro que sí madre: el fuego de la batalla que ardía en mí se apagó en mi corazón; de él no quedan ni las cenizas para esparcir sobre mis enemigos.


La multitud la observaba de manera triste: aunque era cierto que Teyaz era muy querida por su gente, también era la mejor guerrera y cazadora; le debían hasta la supervivencia y ahora no sabían que sería de la vida sin ella.


La matriarca ordenó.


-¡¡Traed mi hacha de guerra!!


Dos formidas guerreras transportaran hasta ella una gran doble hacha de bronce, del tamaño de sus brazos. La matriarca la tomó con una sola mano y la manipulo con suma facilidad.


-Pues entonces que se cumpla la tradición


-¡¡No Teyaz, todavía la puedes hacer cambiar de parecer!! ¡¡Debiste matarme a mí cuando podías!! ¡¡Tú mereces vivir, pues eres mucho mejor que yo!!


Teyaz sintió que la presión del peso del cuerpo de Sia menguaba bastante, así que aprovecho la ocasión para saltar hacia arriba, como un toro furioso sacudiendo a su jinete en un rodeo moderno, lo que hizo que el cuerpo de Sia volara por los aires. Antes de caer de espaldas, la chica adelantó levemente su antebrazo derecho en dirección a la superficie, para que amortiguara la caída. Logró caer sufriendo una sacudida algo violenta, pero sin mayores consecuencias. Teyaz volvió a su posición de a cuatro.


-No Sia, tú debes vivir, yo en cambio morir; ya no me puedo levantar más a causa del peso de la culpa.


Los hombres se resignaron a la tristeza y algunos se retiraron de la escena, mientras de la boca de las mujeres salían cánticos fúnebres de idioma inentendible.


-Adiós hija mía, que tus restos y tu sangre sean acogidos por la madre tierra y que ayuden a que se renueve otra vez, germinando naturaleza y vida.


Y con un golpe fugaz de aquella poderosa hacha, la cabeza de Teyaz salió despedida de su cuerpo. En ese momento, comenzó a llover copiosamente y fue entonces como la cabeza y la sangre de la gran guerrera se hundió en el fango, hacia la madre tierra.








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