En
algún lugar, a orillas de lo que hoy conocemos como mar Negro, el cielo se
teñía de gris, como si el sol quisiera dejar de observar la grotesca escena: un
cúmulo de piras funerarias que incineraban, de forma inclemente, los numerosos
cadáveres de guerrer@s muertos en combate. Cerca de aquel fuego, apenas
soportando el ardor, hombres y mujeres, fornid@s y de aspecto salvaje; vestidos
de pieles o semidesnud@s, agarraban en dúos los brazos y piernas de sus
compañer@s muertos, para lanzar@s a las brasas de esas hogueras, reduciendo a
cenizas lo que antes eran una generación orgullosa. La tribu había convertido
en victoria lo que pudo ser una desastrosa derrota, pero el hedor y la carne
putrefacta apaciguaban los ánimos de cualquier festejo.
En
el centro de aquel funesto espectáculo, un buen número de miembros de la tribu
rodeaban a dos feroces guerreras, que se acusaban mutuamente de un asunto en
particular.
-¡Fuiste
tú Teyaz! ¡Te ví cuando consumías todo lo que había en la tienda de víveres,
mientras ese mismo día, las fuerzas del patriarca Bagodi nos destrozaban!!
-¡¿Cómo
eres capaz de creer eso de mí, Sia?! ¡¡Dudas de mí, aunque me lo debes todo; de
no ser porque asesiné a Bagodi, nuestros hombres serían esclavos y tú, yo y las
demás mujeres hubiéramos sido violadas!!
-¡¡Guarda
tus mentiras para cuando te confieses ante la diosa madre, que te aprovechas
del hecho que dejaste inconscientes a quienes cuidábamos la tienda de víveres
para cometer tu fechoría!! ¡¡Ah, pero no contaste que todavía me quedaba algo
de consciencia para descubrirte!!
Se
acercaban peligrosamente una hacia la otra cuando, en medio de las dos,
interviene una señora: una mujer algo mayor que las demás, el oscuro pelo con
algunos mechones de pelo rojo – fue pelirroja alguna vez – y un cuerpo obeso
pero macizo como una gran roca. Vestía una amplia toga – de la que seguramente
despojó a algún infortunado prisionero griego, que las mal llamaba “amazonas” -,
entre cuyos pliegues sobresalían alguna que otra bola, que delataban lo que
quedaba de quien alguna vez fue una ágil y fornida guerrera.
-¡¡Basta
hijas mías!! ¡¿Qué tanto discuten en esta hora tan funesta?!
Con
la mirada fija hacia Teyaz, Sia la señaló sin contemplación alguna.
¡¡Sorprendí
a Teyaz, mientras se comía lo que quedaba de nuestras provisiones, el mismo día
en que las fuerzas de Bagodi nos estaban derrotando!!
-¿Qué
hay de cierto sobre esto, Teyaz?
-
No, gran madre, eso no es cierto: alguien se introdujo en el campamento
mientras yo dormía, convaleciente, de mis últimas heridas.
-
¡¿Y cómo explicas que al día siguiente estuvieras completamente recuperada para
pelear?!
-
¡¡Basta hijas mías!! Sólo hay una manera de resolver esta disputa: un juicio de
la diosa.
Ambas
rivales se miraron fijamente a los ojos, en expresión de satisfacción: estaban
de acuerdo con la solución.
La
matriarca mando a traer los sables artesanales de hueso de mamut – aunque los
hombres de la tribu solían ser hábiles metalúrgicos, la mayoría de sus armas
eran las que tomaban de sus enemigos o de lo que pudieran fabricar con lo que
encontraban a mano, ya que estas culturas, debido a su estilo de vida nómada,
no podían explotar una cantera minera ni mucho menos fundar una ciudad -,
grandes pero maniobrables y filosos.
Protegidas
apenas por sus pieles de animal, tanto para cubrir sus partes íntimas como para
usar de sostén en sus senos – les brindaba una mayor estabilidad en la lucha,
impidiendo la movilidad de estos – y armadas con aquellos artefactos,
comenzaron a batirse en lucha: Teyaz, con su cabellos amarillos al viento, que
resplandecían como el oro con la poca luz del sol y Sia, sus pelos rojos
dándole un aspecto de furia.
Pese
a lo pesado que podían ser los huesos de mamut, no se podía subestimar a las
guerreras de antaño: la fuerza física de nuestros ancestros superaba la de
nuestra generación actual. También se balanceaban con sus cuerpos curvilíneos,
de manera rítmica, para hacer oscilar las pesadas armas en el aire,
aprovechando el impulso que brindaba el peso en determinados ángulos; esta
acción les permitía ahorrar en fuerza física y a la vez dar mandobles y
estocadas en el aire de manera magistral.
Aunque
las dos tenían casi la misma contextura, por alguna razón, Sia resulto ser la
más fuerte: estaba haciendo retroceder a Teyaz, que bloqueaba cada golpe sin
que le costara esfuerzo alguno, como si realmente sólo esperara defenderse. Sin
embargo, en una de esas, Sia logro desarmar a su rival, haciendo que su sable
de mamut cayera a unos metros atrás. Luego, con gran destreza, oscila su arma
hacia la garganta indefensa de Teyaz; ésta logra mover presto el cuello hacia
atrás, comenzando a dar volteretas mortales tipo flic flac hacia atrás, en
dirección hacia su espada, mientras Sia seguía dando tajos elípticos en el aire
que, pese a su rapidez, no lograban herir a la ágil gimnasta.
La
multitud mixta coreaba de emoción, cada un@ animando a su favorita.
Finalmente,
en su última voltereta, Teyaz logra tomar su arma con las dos manos, justo a
tiempo para bloquear el corte mortal de Sia; la chica quedó bastante
debilitada, lo que aprovecho su rival para darle una patada giratoria de
puntapié a un costado y desarmarla con un leve movimiento de su arma. Aquella
acción causo que su sable de mamut saliera volando por el aire y que ella, a
causa de la presión, cayera al suelo. Ahora, estaba a merced de Teyaz, que
estaba parada en su presencia, sable en mano, como una justa vencedora.
La
mirada de Sia estaba fija a la de Teyaz, como escrutando su alma para pedirle
piedad Luego, Teyaz levanto su arma para partirla en dos... Como una centella,
el arma de mamut cayo en dirección hacia Sia, sólo para quedar fija a dos
centímetros arriba sobre el espacio entre el hombro y el cuello. Con gran
resignación, Teyaz se postró en el suelo gritando de forma dramática.
-¡¡Yo
ya no puedo soportar más el dolor que me causa está afrenta!! ¡¡Yo sí soy
culpable y lo debo pagar!!
Ante
la mirada atenta de una asombrada multitud, Sia se lanza hacia Teyaz, justo a
tiempo para amarrarla con sus musculosos brazos y evitar que se atravesara el
cuerpo con su propia arma. Las dos muchachas parecían estar en posición de
lucha: Teyaz de a cuatro en el suelo, mientras Sia estaba sobre ella, como si
tratara de aplicarle una especie de llave; el arma quedo paralela al cuerpo de
Teyaz, a decenas de centímetros por debajo de su vientre.
-¡¡Detente
Teyaz, por favor, no sigas!! ¡¡Recuerda que sólo la madre da la vida y la
quita!!
El
rostro de diosa de la guerra de la matriarca parecía suavizarse, hasta tomar
una expresión cada vez más humana. Aunque su rostro la delataba, su voz era tan
tajante que cortaba el aire.
-¿Acaso
comprendes la magnitud de tu falta? Recuperar aquella reserva de víveres nos
tomara más de diez partidas de caza y hasta treinta de recolección.
-
Lo sé madre, pero hace semanas que estaba herida, no podía combatir y el
alimento escaseaba demasiado para poder recuperarme más rápidamente. Así que,
ese día, cuando estuvimos al borde de la derrota, fui sigilosamente a la tienda
de víveres, deje inconsciente a sus guardianes y me lo comí todo; fue así que
tuve energías para combatir al día siguiente y conseguir esta sufrida victoria.
Pero no contaba con que Sia todavía seguía algo consciente.
-
¡¡No Teyaz, no me hagas sufrir más!! – Sollozaba - ¡¡Si te hubieras dejado
matar por mí, al menos no estarías pasando esta verguenza!! ¡¡Te perdono
hermana!! – dijo esto mirando en dirección a la matriarca.
El
llanto de ambas mujeres se entremezcló hasta formar una pequeña catarata, en la
que confluyeron viejos recuerdos: cuando la guerra sólo era asunto de juegos de
infancia, las divertidas partidas de lucha y caza juntas; el sufrimiento
compartido de los amores que nunca resultaron. Todo ello caía en la madre
tierra, como lamentando el brutal incidente que acababan de vivir.
-Puedes
elegir sacar esa rabia en la próxima batalla; es mejor que sufrir esto.
-No
Sia, la tradición nunca se ha roto; es lo que nos mantiene unid@s como tribu.
La
gran matriarca miraba, con expresión vacilante, a sus dos hijas. Con un tono de
voz con el que aparentaba gran determinación, ella preguntó.
-¿Es
esto lo que realmente deseas, hija mía?
-
Solloza – Claro que sí madre: el fuego de la batalla que ardía en mí se apagó
en mi corazón; de él no quedan ni las cenizas para esparcir sobre mis enemigos.
La
multitud la observaba de manera triste: aunque era cierto que Teyaz era muy
querida por su gente, también era la mejor guerrera y cazadora; le debían hasta
la supervivencia y ahora no sabían que sería de la vida sin ella.
La
matriarca ordenó.
-¡¡Traed
mi hacha de guerra!!
Dos
formidas guerreras transportaran hasta ella una gran doble hacha de bronce, del
tamaño de sus brazos. La matriarca la tomó con una sola mano y la manipulo con
suma facilidad.
-Pues
entonces que se cumpla la tradición
-¡¡No
Teyaz, todavía la puedes hacer cambiar de parecer!! ¡¡Debiste matarme a mí
cuando podías!! ¡¡Tú mereces vivir, pues eres mucho mejor que yo!!
Teyaz
sintió que la presión del peso del cuerpo de Sia menguaba bastante, así que
aprovecho la ocasión para saltar hacia arriba, como un toro furioso sacudiendo
a su jinete en un rodeo moderno, lo que hizo que el cuerpo de Sia volara por
los aires. Antes de caer de espaldas, la chica adelantó levemente su antebrazo
derecho en dirección a la superficie, para que amortiguara la caída. Logró caer
sufriendo una sacudida algo violenta, pero sin mayores consecuencias. Teyaz
volvió a su posición de a cuatro.
-No
Sia, tú debes vivir, yo en cambio morir; ya no me puedo levantar más a causa
del peso de la culpa.
Los
hombres se resignaron a la tristeza y algunos se retiraron de la escena,
mientras de la boca de las mujeres salían cánticos fúnebres de idioma
inentendible.
-Adiós
hija mía, que tus restos y tu sangre sean acogidos por la madre tierra y que
ayuden a que se renueve otra vez, germinando naturaleza y vida.
Y
con un golpe fugaz de aquella poderosa hacha, la cabeza de Teyaz salió
despedida de su cuerpo. En ese momento, comenzó a llover copiosamente y fue
entonces como la cabeza y la sangre de la gran guerrera se hundió en el fango,
hacia la madre tierra.
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