lunes, 29 de febrero de 2016

El mejor guerrero



La leyenda del "imperio británico", tal vez la potencia mundial más conocida de todos los tiempos - ni siquiera Estados Unidos se le podría comparar en alcance, de repente tampoco con el imperio español -, es archiconocida y sus secuelas las vemos en todo el mundo: el inglés es el idioma comercial más usado, tres quintas partes del planeta lo utilizan como segunda o tercera lengua; los viajes de exploración de la "Royal Navy" le dieron al mundo entero conocimientos científicos desconocidos en ese entonces - se dice que hasta en los compartimentos de sus barcos, sabios de diversas disciplinas estudiaban y clasificaban cada especie de animal o planta descubiertas -; implementaron las verduras como remedio al escorbuto, una enfermedad que afectaba gravemente a cuatro de cinco marineros y fueron la primera potencia ultramarina en usar barcos de vapor y luego de combustible fósil; también inventaron la cartografía moderna. Es más, se podría decir que ningún poder geopolítico alcanzó los límites territoriales de este coloso, que controlaba todo desde Londres, una ciudad en el sur de una islita que ni siquiera representaría la esquina de tan vasto dominio.

Sin embargo, el camino para conseguir aquel objetivo que, para bien o para mal, afectó de muchas formas a l@s habitantes de las islas británicas, de la actual mancomunidad británica y del mundo, no fue fácil. Hubo un tiempo en que era solo un poder de tercera categoría, allá entre finales del siglo diecisiete y principios del dieciocho. En ese tiempo, Francia era el primer poder, seguido de España y el cuarto era Holanda.  Pero como en todo ejército y armada, por muchas armas que se puedan tener o naves del mejor calado, el arma más letal con que cuenta es siempre el mismo: sus hombres o en el caso del imperio británico, sus infantes de marina.

Pero la vida de estos soldados no siempre era sangre y gloria: cuando estaban fuera de servicio, los barcos de la gran flota o una sola flota entera iban a navegar - todavía lo hacen - para comerciar, realizar maniobras navales, ser emisarios de buena voluntad - embajadores -, o simplemente, tomarse un rato libre en algunas islas lejanas para aprovechar el tiempo de ocio, tanto para llevar a cabo ejercicios de combate, practicar natación, lucha, escalar riscos y cualquier cosa que imaginarías que  haría un o una atleta de alto rendimiento actual - solo que  para ellos era solo un juego, pero que los preparaba para la siguiente batalla.

Uno de estos infantes de marina era la galesa Caitlin Gam —suena a nombre de mujer, ¿no?-—. Caitlin Gam era una niña, hija de un rico comerciante gales que  la quería casar con un socio gordo y mal aseado -, por lo que, a sus dieciseis o quince años, se las arreglo para escapar y enlistarse en la Royal Navy; prefería morir en batalla a casarse con alguien que le daba asco, pues, en ese tiempo, las mujeres eran moneda de intercambio o trueque -. Se puso un nombre falso: Orwell Gam. Con el tiempo, sus compañeros, incluso el almirante Hicks y su vicealmirante Jumper, descubrieron el verdadero sexo de Caitlin, pero mantuvieron el secreto porque, pese a que era una mujer, era su mejor soldado, la mejor francotiradora - por eso la terminaron llamando Caitlin Gun, por su buena puntería, porque nunca fallaba - y sobre todo, la mejor con la espada.



Un día, una tormenta los desvió de las islas Molucas, a donde iban como embajadores de buena voluntad, lo que los hizo adentrarse en costas japonesas. En medio de esa tormenta, se encontraron con un grupo de piratas japoneses, con largas katanas; si toda la flota hubiera estado integrada, los habrían hecho pedazos, pero debido a la tormenta, estaban muy dispersos. Ante la indecisión del almirante Hicks, Caitlin Gam saltó como un gato —tal vez el salto más grande que hizo en su vida—, lo que la hizo abordar el barco de los piratas. Pese a que tenían espadas más largas y grandes, Caitlin se las arregló para esquivar las trayectorias  curvas de esas katanas y aprovechaba los grandes espacios que dejaban al fallar, para enterrarles el filo de su recta y flexible espada europea. Cuando Caitlin Gam estaba a punto de ser asesinada, sus compañeros disparaban desde el barco a quienes estaban a  punto de matar a Caitlin; tal maniobra fue posible porque el almirante Hicks ordenó levar las anclas y, de ese modo, mantener el barco fijo para que sus hombres pudieran disparar. Así lograron derrotar a los piratas japoneses, pero la pólvora hizo que el  barco japonés se incendiara.

Caitlin debía saltar para salvar su vida y, animada por sus compañeros, hizo otro salto increíble, digno de un juego de nintendo actual, logrando aterrrizar en su velero británico.

A la mañana siguiente, fueron recibidos por un daimyo —es el equivalente de un señor feudal en Japón - cuyo feudo fue salvado, de manera involuntaria, por estos británicos. Los trataron como invitados de honor y Caitlin se pudo dar el lujo de verse femenina, algo que extraño a los japoneses - no era normal ver a una mujer como soldado de infantería, aunque sí las había como centinelas y pocas de ellas eran samurais o ninjas -, pero ella le importaba poco, pues en Gran Bretaña le hubiera ido peor.

Un día, mientras Caitlin paseaba por los pasillos del palacio de este daimyo, lo vio practicando con una katana, pero de verdad  —generalmente se practica con katanas de madera—, porque era un experto en la espada, un guerrero curtido. La joven preguntó qué es lo que estaba haciendo y el samurai le dijo amablemente que estaba practicando con su espada, pero que era peligroso, porque era una katana de verdad.

Pero la joven Caitlin también quería practicar con él; lo veía como un juego —de alguna forma, Caitlin Gam aprendio rápidamente japones, algo que les era mucho más difícil a sus compañeros—, por lo que  le pidió al daimyo que la dejara practicar con él, con una katana de verdad. Por mucho que el noble intentó disuadirla, la joven insistía. Así que el daimyo le lanzó una de sus katanas Oda Nobunaga, que estaba colgada en una pared; la muchacha agarró el mango con sus dos manos; ella jamás había usado una katana.

Al principio empezaron a golpearse suavemente, como si fuera una práctica, pero el ejercicio se intensificó y ambos se dieron cuenta de que eran expertos en la espada; lo que fue en un principio un entrenamiento, se convirtió en un duelo a muerte. Caitlin Gam y el daimyo no querían que eso terminara: era como un vals, un baile sin fin, una bella coreografía en cámara lenta digna de una escena de matrix; era un juego letal, pero a la vez divertido y ambos no querían que terminara jamás. Lo malo es que, incluso en un juego, hay un ganador y un perdedor.

Los otros compañeros de Caitlin, salieron corriendo a ver qué pasaba, pues el ruido de espadas era intenso y pensaban, no sin razón, que el daimyo estaba en peligro de ser asesinado. Fueron con sus armas de fuego y sus sables, listos para proteger a su anfitrión. Cuál fue la sorpresa cuando se dieron cuenta, de que su compatriota Caitlin Gam estaba a segundos de decapitar al vencido daimyo.

Sin embargo, la joven guerrera se detuvo a tiempo: justo segundos antes de realizar la acción y a milímetros de decapitar al hombre; sus compañeros quedaron petrificados.

Después, el daimyo se levantó y Caitlin se hizo a un  lado: el daimyo lanzó su katana a unos metros, clavándose en la superficie de madera de su palacio de paredes de roca y bambú; Caitlin lanzó la suya a unos metros de distancia, clavándose en la madera a unos metros de sus compañeros - ella había calculado la fuerza y el ángulo necesarios para que la katana se clavara en el punto justo, para no lastimar a nadie -. Los dos, el daimyo y la soldado británica, se separaron unos metros: se miraron frente a frente — el daimyo medía un metro setenta y cinco, muy alto para un japonés de la época y cinco centímetros más que la robusta chica —, con los puños cerrados. Ambos se miraron fijamente, sin  pestañear; no podían demostrarse miedo ni bajar la guardia.

Caitlin sabía que ese daimyo era mejor guerrero que ella: había estado el suficiente tiempo en Japón para darse cuenta de la destreza que tenían en las artes marciales; su estilo era más bien europeo, similar al que usaban los griegos y romanos, pero no mucho más veloz: ella sabía que este hombre la iba a hacer pedazos, pero no podía claudicar, porque un infante de marina no se puede rendir nunca.

Pero de pronto, el daimyo se relajó: abrió lentamente sus  puños hasta tener las manos extendidas; Caitlin hizo lo propio, respiró profundo para relajarse, pero teniendo cuidado de no demostrar ninguna emoción; en el fondo se sentía aliviada.

Los otros soldados británicos quedaron observando, como estatuas humanas, aquel espectáculo surreal pero a la vez peligroso.

El daimyo respiró profundo y se relajó, luego le dijo a la chica: has aprendido una lección, chica terca, y es la siguiente: el mejor guerrero no es el que pelea mejor, ni el que gana más batallas, ni el que jamás se rinde. Un gran guerrero no es necesariamente el mejor guerrero; el mejor guerrero es el que, además de mejorar sus técnicas de combate y nunca rendirse, es quien acepta sus límites: tú aceptaste los tuyos, pues te diste cuenta de que, aunque algo tarde, que practicar con una katana de verdad no es un juego; es un combate real donde tu vida y de otras personas están en peligro. Así que recuerda esto, Caitlin Gam: el mejor guerrero no es solamente quien se esfuerza en superarse en el arte del combate, es también quien trata cada día de ser una mejor persona y es por eso que se vuelve también una mejor persona.



FIN

Copyright, todos los derechos reservados

Próximamente: De cómo realmente sucedió la toma del estrecho de Gilbraltar, con Caitlin Gam de protagonista.

6 comentarios:

  1. That is an excellent story, Alberix Zeta! I have never heard of Caitlin Gam before and i have no doubt of her existence, nor of the provenance of this story. It is something that seems to genuinely fit the code of a dedicated warrior, both British and Japanese. Thank you for sharing it and have a great week. Kisses!

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    1. Bueno Miss Koval, todo comenzo con una regresión que me hizo mi psiquiatra para ayudarme con mi migragaña; resulto ser que cada noche soñaba que soñaba con una mujer - probablemente un ancestro - que moría una y otra vez durante la toma de Gilbraltar por parte del ejército británico. Ella era una zapadora del cuerpo de infantería de marina de Gales, dentro de la flota del Almirante Hicks - eso está bien documentado, más no la propia existencia de la chica -.

      A los zapadores se les dio la extraña orden de avanzar con los soldados de primera línea, pero en mi sueño, esta chica insistía que era posible que los españoles podrían haber puesto una trampa - tenían que atacar las baterías no amuralladas del este, antes de que llegara la flota española del mediterráneo.

      Ella murió en la acción y su biografía es una larga historia de sinsabores, glorias, noches sin dormir, sufrimiento, momentos de alegría pero sobre todo, un alto sentido del deber porque, después de todo, ella era una buena soldado.

      Luego, por mera curiosidad, me di cuenta que el apellido Gam es muy común en Gales, aunque hay variantes en los países nórdicos: Gorm, Garm, Garm's y existe entre la gente de origen céltico un apellido Graham.

      Suena como leyenda, pero estoy investigando: siento que esta chica, por imperfecta que haya sido, fue una de mis ancestros, pero hacer un viaje a Gales, buscar archivos de la Royal Navy o la propia bitácora de Hicks, cuesta mucho dinero y va a ser muy tedioso, debido a la naturaleza de mi empleo.

      De todos modos, me parece una bonita historia y sentí que debi compartirla. Gracias por seguir leyendome y es un gran honor.

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  2. Muy bella historia, Alberix.
    Me gustó mucho la introducción. Me transportó a aquella época.
    Un saludo.

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    1. Gracias Fede, tus comentarios siempre son bienvenidos. Se que debo visitar tu blog, solo dejame sacar tiempo; será a la menor brevedad.

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