domingo, 16 de noviembre de 2014

El baile de la muerte de Joe Lambada (14va parte)



Goza tu infierno, Acab Michaelson


El comando Mapinguari era la mejor unidad de élite con que contaba Acab; bien entrenados en los diversos tipos de guerras, contra todo tipo de torturas y pertrechados con armas antiaéreas y antitanque, eran un grupo a temer. Su comandante, Fabián Mexes, era uno de los pocos brasileños que formo parte de los contingentes internacionales que fueron a Irak y Afganistán.

            Cuando el convoy llego hasta el aeródromo, los vehículos se dispersaron de tal modo que estaban separados unos a otros desde cierta distancia; buscaban no ser un blanco fácil para el enemigo, pero al mismo tiempo dispararían fuego concentrado hacia su posición. La energía térmica que se desprendía de los restos en llamas era intensa, pero hacía falta mucho más que eso para disuadir a los hombres y mujeres del batallón Mapinguari de cumplir con su objetivo.

            Comenzaron a disparar sus morteros hacia donde estaba el helicóptero de Joe, los cuales fueron esquivados de forma oportuna por él, pero no impidió que le siguieran cayendo más. Quedo envuelto entre densas columnas de humo; por un momento aquellos/as soldados/as  pensaron que habían logrado derribarle.

            Súbitamente, el helicóptero de Joe salió de entre las columnas de humo y disparo contra los comandos, matando un buen número de ellos y atravesando con sus balas varios vehículos. Estos respondieron al fuego, haciendo mella en el fuselaje y astillando el vidrio, pero sin lograr detener sus feroces ataques.

            Finalmente, Fabián ordeno que le disparasen un misil tierra aire al helicóptero. Poco después de ver su lanzamiento, Joe Lambada salto de allí para caer sobre el techo de uno de los hangares, dejando que la máquina se consumiera de manera acelerada formando una gran bola de fuego que se fue a estrellar contra un camión cisterna de gasolina a unos  metros de distancia por detrás de esos soldados/as, tal como él mismo lo había calculado. La explosión destruyó todo lo que había a dos kilómetros a la redonda.
- Jefe, derribaron el helicóptero.

- ¡¿Y encontraron el cadáver de Joe?!

- Señor, aún no ha sido posible

- ¡¿Hay algo más, verdad?!!¡¡Dímelo ya, o perderás algo más que tu empleo!!

            Vacilo por un instante, pero luego le respondió

- Hemos perdido contacto con el escuadrón Mapinguari; probablemente murieron en la acción y un fuego abrasador está consumiendo el aeródromo: va hacia…

            El indignado Acab tiro su celular inteligente al suelo, lo piso con una pierna y después con las dos, como niño que cogió rabia con su juguete nuevo. Era el trigésimo celular que destruyo aquella tarde. Cogió otro celular de sus numerosos bolsillos.

- ¡¡Solicito que envíen los bomberos al depósito de combustible al lado del aeródromo ya; necesito evitar que el incendio se expanda hasta allí!!

            Colgó y realizo otra llamada

- ¡¡Comando central, necesito efectivos en el depósito de combustible de la zona diez de inmediato; quiero que hagan pedazos a ese malnacido de Joe Lambada!!



            Mientras los bomberos/as hacían lo posible para evitar que las llamas del aeródromo alcanzaran el depósito de combustible, tropas de Michaelson revisaban el lugar antes mencionado para encontrar a Lambada.  Cuando un buen número de ellos/as lo buscaban entre los tanques de gasolina, él  disparo desde su escondite a varios de esos recipientes que tenían cerca, provocando que el petróleo se desparramara debajo de sus pies. Acto seguido, tomó un fósforo, lo encendió y lo lanzo hacia el líquido negro.

- Adeu imbéciles.

            Aquellos desafortunados fueron abrasados de manera espantosa por las intensas llamas, luego de lo cual toda esa área estallo por los aires.

- Señor, toda el área del aeródromo y los alrededores estallaron; es imposible que alguien haya quedado con vida.

- ¡¡El no es cualquier matón, es Joe Lambada, estúpido!!

- En todo caso, han pasado más de tres horas, señor; si todavía estuviera vivo las unidades de reconocimiento lo hubieran encontrado.
- ¡¡Pues más te vale que tengas razón, porque si descubro que te equivocaste, voy a decapitar tu cabeza y la voy a reducir de tal manera con técnicas de antropófagos ecuatorianos, que la podre usar de llavero, ¿me oíste?!!

- Sí……sí señor

- Muy bien, así quedamos – colgó -… En cuanto a ti, Joe Lambada, ojalá te haya tragado la selva.

            Acab Michaelson vio la carga de su celular: estaba bastante debilitada. Poco le faltaba para destruirlo también, pero decidió no hacerlo: era el último que le quedaba. No iba a dar nuevas órdenes; nada de lo que decidiera parecía tener sentido, pero lo dejaría encendido en caso tal de que sus empleados le quisieran dejar otro mensaje. Había perdido más de la mitad de lo que poseía y le tomaría muchos años recuperarlo; asumiendo que pudiera llegar a un acuerdo con sus acreedores y sus socios para evitar la bancarrota. Sin embargo, él sabía que lo mejor que podría pasarle era que Joe Lambada estuviera muerto.

            El hombre estaba parado expectante, mientras las llamas consumían todo lo que había a su alrededor. Detrás de él, estaba uno de los últimos volquetes gigantes que todavía no habían sido alcanzados por la devastación de aquel sicópata, cuando de pronto, el motor comenzó a arrancar e hizo que Acab girara su cabeza hacia atrás sorprendido. La máquina se acercaba lentamente hacia donde estaba; se asustó tanto que cayó de espaldas al suelo. Su pánico empeoro aún más cuando se dio cuenta quién era el que manejaba el vehículo.

- Yojojojo, ¿creíste que jugando a Dios mientras le dabas órdenes a tus lacayos te ibas a deshacer de mí?, pues ahora vas a morir aplastado como lo que eres: un gusano.

            Un desesperado Michaelson desenfundo rápidamente su glock y disparo hacia el vehículo, pero todo fue inútil: las balas apenas hacían mella en la gruesa carrocería, mientras su gigantesca rueda se acercaba peligrosamente hacia donde él estaba postrado.

            Joe Lambada estaba delirante, cuando súbitamente escucho un sonido.

- Oh, oh, un lanzagranadas.

            Joe Lambada salto del vehículo unos cuantos segundos antes de que la granada propulsada hiciera contacto con su tanque de gasolina. El hombre se cubrió como pudo en el suelo, mientras una colosal explosión causaba estragos a centenares de metros a la redonda. Incluso, el propio Acab Michaelson tuvo que pegar su cuerpo lo más que pudo en la arenosa tierra para que los restos desprendidos del vehículo no le hicieran daño.

            Todavía en el suelo, Michaelson se reincorporo un poco para ver el resultado de tal devastación, pero en cambio contemplo una visión fantasmagórica: la de un hombre alto parado a unos metros frente a él, con las mangas de su traje de camuflaje hecha jirones, lo que permitía que se vieran sus musculosos brazos; su parte superior apenas estaba cubierta por el chaleco antibalas y su cuero cabelludo era cubierto por un pañuelo rojo; por su cintura tenía un grueso cinturón provisto de pertrechos, su pantalón camuflado cubría las piernas, pero presentaba signos evidentes de haber sido rasgado de algún modo por los restos de la explosión; sin embargo, las fundas de los revólveres y las botas militares seguían intactas. Alrededor suyo, los restos del camión seguían humeando en llamas, lo que daba la impresión de estar ante un dios de la guerra caminando en medio del infierno.

- ¿Quién, qué eres tú?

- Eu sou Joe Lambada.

- ¡¡Nao te muevas o te matamos!!

            El cuerpo de Joe comenzó a quedar iluminado por un montón de lucecitas rojas hasta cubrirlo completamente. Las tropas de Acab Michaelson lo tenían rodeado, pero él sólo se limitaba a reírse.

- ¡¡Yojojojo, ¿es que acaso sólo tienes a este ejército de pendejos para acabar conmigo? Yojojojojo, me decepcionas Acab; por lo menos me están matando de la risa!!

            Uno de los dos hombres que estaban muy cerca de Joe, el que estaba a su izquierda, le dio un culetazo con su arma que hizo que se hincara de rodillas por el golpe. Él se seguía riendo.

- ¡¡Eso te pasa por reírte de nosotros, maricón!!

            Aprovechando que Joe todavía se estaba reincorporando del suelo, iba a propinarle otro culetazo, pero dom Acab le agarro el arma a tiempo y lo detuvo. Acto seguido, Acab se la quitó a su soldado y él mismo continuo dándole culetazos a Joe, quien tenía sujetados sus fornidos brazos por dos que a duras penas le llegaban a la cabeza, pero que se aferraban con todo su peso a ellos. El empresario minero tuvo mucho cuidado de no golpear las partes del chaleco antibalas repletas de munición y también aprovechaba el momento para decirle lo que pensaba de él. 

- ¡¡Creíste que tú, un bastardo que baila la lambada, me iba a matar a mí, Acab Michaelson; de verdad te faltan sesos!! ¡¡Matarme a mí, jajaja: yo, que le vendo coltan a las empresas que hacen celulares para que esos chiquillos idiotas se diviertan con ellos como zombies en una feria y google pueda seguir construyendo gigantescos clusters; yo, que colmo de oro a Wall Street, a todos esos corredores de bolsa y a unos niños pendejos para que se los pongan en sus cuerpecitos luego de perforarse la piel; yo, que le vendo hierro a Obredetch para que haga sus rieles de tren; yo, que extraigo diamantes de África para que tontas señoritas los luzcan en sus fiestas lujosas a costa de la muerte de un par de negros; yo, que tengo de socios al presidente de Brazil y a casi todo su gabinete; yo, que soy el hombre más rico de este cochino país; yo, que puedo devastar esta selva cuando me da la gana!!

            Cuando estaba a punto de golpear la cabeza de su aún reído rival, Acab se detuvo. En lugar de eso, lo miro hacia arriba con el cañón de su arma pegada a la parte inferior del mentón.

- Romperte la cabeza para matarte sería demasiado fácil; prefiero mirarte a la cara mientras te vuelo los sesos. Adeu bastardo.

            Pero justo antes de que terminara de hundir el gatillo, Joe Lambada le dio una patada que lo derribo al suelo. Seguidamente, piso los pies de los soldados que le sujetaban fuertemente sus brazos, lo que les provoco dolor. Luego de esto, él cayo de manera amortiguada en el suelo, segundos antes de que las ráfagas de metralla de los otros/as soldados/as que lo rodeaban lo alcanzaran; los que murieron fueron los hombres que lo sujetaron. El arma de uno de ellos cayó en dirección a Joe, que la tomo prontamente y comenzó a disparar su propia metralla a las piernas de los que disparaban de pie.

- ¡¡Yojojojo, mueran canallas!!

Llorando se fue
El que un día me dejo su amor
Llorando se fue
El que un día me hizo llorar

Llorando estará
Recordando el amor
Que un día no supo cuidar

La fiesta paso
Y en la hoguera me dejo su adiós
Llorando estará
Recordando el amor
Que un día no supo cuidar


Ratatata, ratatatata
Ratatata, ratatatata

Llorando estará
Recordando el amor
Que un día no supo cuidar

            Cuando se le acabaron las balas del cartucho de la ametralladora, desenfundo rápidamente sus pistolas magnum calibre 38, asesinando a quien osara hacer lo mismo con él.

            Poco después, extendió sus brazos como si fueran alas mientras agarraba las armas y disparaba dando vueltas como un trompo. Cayó en una especie de éxtasis y mataba como maniático en una favela el día de carnaval.


- ¡¡Gocen su lambada!!

            Termino asesinando a los/as soldados/as que quedaban e incluso al propio capataz gigante. Justo después de haber finalizado su jolgorio de sangre, una moto saltaba por los aires en dirección a él; quien la manejaba era nada más y nada menos que Juan, el hijo que le quedaba a Acab. Éste aprovecho el factor sorpresa y que Joe estaba de espaldas para dispararle con su Uzi.

- ¡¡Muere maldito!!

            Si bien las balas no lograron hacer mella en el chaleco antibalas, unas cuantas le atravesaron la cabeza y él cayó al suelo. Poco después, la moto Kawasaki aterrizo junto a su ocupante, que luego la desmonto y camino pausadamente al cuerpo de Joe, que estaba postrado boca abajo.

            Cuando el joven le dio la vuelta al cadáver con su pierna, vio que había tres agujeros de bala en la parte frontal del pañuelo que cubría a su adversario, pero ninguna herida. En ese instante, él abrió los ojos.

- ¡¡Y la próxima vez, asegúrate de haberme matado!!            

            Aprovechando la sorpresa del muchacho, Joe tomo la magnum que estaba a sólo centímetros de su mano derecha, la levanto con su antebrazo apuntándole a la cabeza y lo mato. Una expresión de incredulidad se dibujaba en su rostro mientras perecía y caía al suelo.

            Joe se levanto, se sacudió el polvo y súbitamente noto cómo unos objetos extraños cayeron al suelo procedentes del pañuelo que envolvía su cabeza. Al observarlos quedo perplejo: eran las balas de la Uzi con la que el muchacho le disparo. Hizo una señal de la cruz, seguida de una unión de manos pegadas al perfil de su cara y dijo algo así como una oración de acción de gracias.

- Gracias san la muerte, que desde que te tengo tatuado en mi pecho nunca me ha atravesado ni una bala, ni siquiera en Mato Grosso.

            De pronto, su cuerpo se inclino levemente hacia abajo. Toco su espalda con su mano y sintió algo de dolor: aunque no lo habían atravesado, el impacto de las balas en su chaleco blindado fue de tal magnitud que le causo una leve lesión atrás. Sin embargo, prefirió no darle importancia, así que se reincorporo por completo y se concentro en buscar a su víctima. Miro a todas partes, contemplando los cadáveres y la devastación a su alrededor, pero en ningún lado encontraba a Acab Michaelson.

- ¡¡Acab Michaelson, bastardo de… No importa donde huyas, que aunque te escondas en lo más profundo de la selva, allí te encontrare!! ¡¡Porque tú te lo mereces, gusano cobarde: te has ganado el odio de Joe Lambada!!

            A unos cuantos kilómetros de distancia, en una especie de área residencial en su propia mina, Acab realizaba una llamada desde su último teléfono inteligente.

- ¿Alo?

- Hola Texeiras

- ¿Quién me habla disculpe, cómo sabe mi línea privada?

- ¡¿Qué no me reconoces, generalucho de…?!

- ¿Dom Acab?

- ¡¡El mismo!!

- Dom Acab, en este momento estoy muy ocupado; si desea hablarme…

- ¡¡Yo soy importante, pedazo de mestizo de… Yo le di más dinero que nadie a tu presidente para que se reeligiera!!

            El general trago saliva.

- Hable rápido entonces, ¿en qué le puedo ayudar?

- ¡¡A que no adivinas: tu amigo Joe Lambada está aquí!!

- Tengo entendido que está muerto; oficialmente no se sabe nada de él desde Mato Grosso.

- ¡¡Él está aquí imbécil, quiero que envíes a tu policía militar acá y te deshagas de él!!

- Señor Michaelson, debo recordarle que esto requiere cierto procedimiento…

- ¡¡Pues yo poseo todos los videos en que tú acosabas a tus secretarias; si no me atiendes ahora los voy a…

            Para mala suerte suya, el disparo de una magnum le voló el aparato: Joe Lambada se encargo de destruirle el último celular por él y ahora venía movilizándose en su moto hacia donde se encontraba.

- ¡¡Maldicao!! – gritó al cielo un desesperado Acab.

- ¿Señor Michaelson, aló?

            El general bajo su celular, que tenía la línea muerta, y quedo pensativo por un instante. Se llevo ambas manos al rostro y tras frotarse un poco, realizo otra llamada.

- A todas las unidades, les habla el general Texeiras: solicito que rodeen la mina…

            Para evadir los disparos de Joe, Acab entro forzosamente en aquella residencia, saliendo por el garaje para entrar dentro de una gran camioneta GMC color celeste que arranco de inmediato. El vehículo salió a toda prisa de allí, avanzo unos metros hasta que rompió una sección de la cerca perimetral de la mina y se interno en la densa selva. Su perseguidor fue tras él.






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