Esta es la historia del centurión Pantera, que tuvo una relación prohibida con una hermosa mujer judía y de cuyo resultado nació un ser muy especial.
Cierto día, por las calles de Nazareth , María iba a comprar, como de costumbre, algunos víveres al mercado para hacerle la comida a su marido José. Por el mismo destino iba un centurión romano llamado Gabriel, al que apodaban Pantera, un sobrenombre muy común. En el mismo instante en que María estaba regateando con un mercader, Gabriel apareció.
— Esos dátiles no pueden costar más de tres denarios, usted me está engañando.
— O es eso o no le doy nada - dijo el mercader -.
Y Gabriel fue testigo de todo eso, pues también acostumbraba pasar por esos mismos mercados. El jamás acostumbraba a intervenir en asuntos de los judíos pero, por alguna extraña razón, decidió intervenir en favor de la pobre mujer.
— ¡Escucha, Jeroboam, esa cantidad de dátiles no puede costar más de dos denarios! ¡O dejas de engañar a la pobre mujer o te las veras conmigo!
Ante la mirada intimidante del centurión, el mercader estuvo a punto de ceder pero, en ese momento, un fuerte viento del desierto arraso todo a su paso, incluyendo los velos que cubrían el rostro de María. Ante toda la muchedumbre quedó expuesta lo que era más que evidente: el hermoso rostro de una mujer de entre trece a diecisiete años, los lisos cabellos sueltos y sus penetrantes ojos almendrados. Más de uno la quedó mirando de manera estupefacta y muchos gritaban la palabra lapidación, pues era una costumbre en la antigua Palestina tirarle piedras a quienes quebrantaban sus leyes, aunque era evidente que ella lo hizo sin querer. Fue en ese momento que Pantera desenfundo su gladius rápidamente y los amenazó a todos señalándolos con la punta de su arma.
— Si quieren liquidar a esta mujer lo pueden hacer, pero antes de que eso suceda diez de ustedes morirán al filo de mi gladius.
Tras la advertencia del centurión romano, más de uno se amedrentó y poco a poco se largaron de allí. El propio centurión romano agarró del suelo las telas que cubrían a María para que ella misma envolviera su rostro.
— Es usted muy amable y es mucho más llamativo viniendo de un romano, ¿cuál es su nombre?
— Me llamo Gabriel, pero mis amigos me llaman Pantera.
— Mucho gusto, Pantera, nunca olvidaré este valiente gesto. Ahora, con permiso, debo irme, que mi esposo me está esperando.
— ¿Te volveré a ver? No lo veas como una exigencia, es sólo que... perdón, no me hagas caso.
Y ella se acercó a él y le susurró al oído lo siguiente.
— Nazareth es muy pequeño y yo siempre ando por todos estos lugares. Tú, Pantera, en cambio, siempre estás patrullando por aquí, así que la posibilidad de volver a vernos es muy alta.
Se despidieron, no sin darse una última mirada de reojo.
Durante los siguientes meses, Pantera y María se encontraban una y otra vez; él jamás podía evitar diferenciar esos hermosos ojos pardos de las demás y ella no podía dejar de quedar admirada por la apostura de aquel centurión, al que veía como un verdadero dios romano con armadura de guerra.
Durante los siguientes meses, Gabriel no podía dejar de pensar en María, pero sabía que estaba casada con aquel hombre llamado José, que prácticamente le doblaba la edad. Un día, Gabriel no pudo contenerse; sabía que era la última oportunidad de ver a María antes de que lo enviaran a combatir al imperio parto, que nuevamente amenazaba con una invasión a gran escala sobre Palestina, violando la pax romana. Para despedirse, Gabriel o Pantera estudiaba las idas y venidas de José que, por lo visto, acostumbraba dejarla sola por horas, probablemente porque estaba trabajando en un gran proyecto que requería sus servicios de carpintero. Aprovechando eso, cierto día, Gabriel se despojo de su armadura y sus togas romanas y se vistió como judío, siendo fácilmente confundido con esa raza precisamente porque tenía rasgos similares a ellos.
Pero justo antes de emprender su acción, le rogó lo siguiente a su dios.
—¡Oh poderoso Mitra, como sacerdote tuyo, te pido que me des el valor para realizar esta hazaña, que me da más miedo que luchar hasta la muerte contra los bárbaros más salvajes!
Fue a la casa de María, toco la puerta y más rápido que una estrella fugaz la mujer abrió.
— José no pensaba que tú regresarías tan - levanto ligeramente la cara y miró al apuesto centurión - ¡Gabriel!¿¡Qué haces aquí vestido así como un judío más?! ¿Tus superiores lo saben?
— Claro que no, María, ser un centurión romano me da ciertas ventajas. Sólo vine a despedirme de ti, porque no sé cuando volveré.
Gabriel cerró la puerta detrás de él y ambos se quedaron mirando profundamente. Él se arrodilló ante ella y le dirigió las siguientes palabras.
Tu dios te salve María, llena eres de gracia, el señor es contigo. Bendita tú eres entre todas las mujeres para mí y bendito...
Y ella le susurró al oído...
— Dime, Gabriel ¿qué más me vas a decir, mi bello centurión?
Y Gabriel no pudo contener las lágrimas ni el llanto.
— Me voy María - solloza -, no se cuando volveré a verte o si regresaré con vida; sólo vine a despedirme de ti, adiós.
Pero María sujeto fuertemente su musculoso brazo con su mano derecha.
— Pantera, no...
— ¿Por qué no quieres que me vaya?¿No ves que lo nuestro es imposible?
— Pero yo no amo a José, me comprometieron con él forzosamente y al que amo es a ti y no te puedo resistir.
—¡Por favor María, no! ¡Déjame ir, yo soy tu desgracia!
— Mi desgracia es estar con José, yo no lo amo y él no es mejor que tú por más que se esfuerza. Por favor, Gabriel, despídete de mí de una manera más íntima. Con José viviré el resto de mi vida y tendré que darle hijos o él me abandonara si sólo le doy uno.
Y todo lo que pasó después ocurrió de manera instantánea e instintiva; ninguno dijo palabra alguna, todo fueron fuertes caricias y apasionados besos o mordidas. Con su musculoso cuerpo, Gabriel levantó a María como si fuera una bebé y se acostó con ella sobre el lecho nupcial que ella compartía con José. Ni María ni Gabriel tuvieron una explicación racional a lo que estaba pasando, lo único seguro es que nada estaba planeado y todo fue una improvisación de principio a fin. Ambos se volvieron una sola carne, teniendo como único límite la imaginación para realizar todos sus actos: hicieron la pose del misionero, se acostaron frente a frente y se acariciaron los cabellos; él se arrodilló detrás de ella para penetrarla y le manoseaba los pechos; ella se abalanzó sobre él, colgándose de su cuerpo mientras él usaba sus poderosas piernas para cargarla, penetrándola una y otra vez; ella se acostó encima de él para ser penetrada y a él no le incomodaba el peso de su ligero pero voluptuoso cuerpo; ella se puso de a cuatro y luego él la penetro como si fuera un caballo a su yegua; ella se puso de espaldas a él pero sentada sobre su miembro, como si fuera su caballo; ambos quedaron frente a frente mientras ella se sentaba otra vez sobre su miembro y los gritos de la pareja se escucharon por toda Nazareth. De postre, ella le lamió su vigoroso miembro y él hizo lo propio con el clítoris. Ambos lograron olerse y lambucearse: él la sintió demasiado aseada para ser una judía que apenas se bañaba y ella hizo lo propio saboreando su tostada y curtida piel de soldado romano que acostumbraba asearse en baños termales, además de acariciar sus bien definidos músculos. Cuando terminaron, ninguno de los dos pudo creer lo que pasó; la confusión era total.
—María, yo no quería...
—Yo tampoco, pero paso.
— Si esto hubiera sido planeado, habría traído sifilio; esa planta evita embarazos.
— ¿Y tú crees que lo pensé? Yo también hubiera pensado en cáscaras de naranjas para evitar que me eyacularas.
— Oye, José aún no ha regresado ¿qué tal si vuelve ahora? No quiero verme en la obligación de matarlo.
— Pues vete ya, Pantera, no te preocupes por mí. Soy mujer, voy a manipular a José y le haré creer que el espíritu santo me embarazo si es que eso pasa y él, como es hombre, se lo va a creer. Es más, ambos somos descendientes del rey David, así que él va a creer que es el padre de el elegido, el futuro libertador que tanto esperamos.
— ¿Del yugo romano? Pero no todos los romanos somos unos opresores...
— Ya lo sé, te conocí a ti, pero es mejor que él crea eso a saber lo que realmente ocurrió. Es más, José no es un hombre de guerra; él lo criara para que sea un simple carpintero y yo me encargaré de enseñarle que no todos los romanos son iguales. Vete en paz, Gabriel, yo sé que tú y yo jamás olvidaremos lo que paso esta noche.
— Una última pregunta ¿Y si nace niña?
María levantó la cabeza mirando al cielo y, con los brazos extendidos, dijo lo siguiente.
—Voy a rogar a Jehova que no lo permita porque, si nace niña, no tendrá mejor futuro que yo. Ahora vete, Pantera, te amaré por siempre aunque se que lo nuestro jamás podrá ser. Adiós.
— Adiós, María, y que Mitra me castigue si no te demostré mi amor esta noche.
Pero poco antes de que Pantera se retirara, María le dijo lo siguiente.
— Le pondré por nombre Jesús
— Eso significa dios salva ¿Por qué?
— Porque tengo un buen presentimiento: ese niño no sólo salvará a la nación de Israel, sino a todo el mundo del pecado original de Adán y Eva. Gabriel, tú eres de origen judío como yo; creo que entiendes lo que te digo...
—Sí, soy de origen judío, pero mi dios es Mitra. Si tú quieres creer eso, allá tú; nosotros los mitreanos creemos que eso de la lucha entre el bien y el mal es algo continuo y nunca tendrá fin. Ahora sí, María, adiós.
— Adiós, amor mío, rezaré por ti para que cuando mueras vayas al cielo.
Pero justo cuando iba a salir, Gabriel se detuvo, giró la cabeza y la miro.
Una última pregunta, ¿por qué me dices todo esto?, ¿tú crees que a mí me importa?
Y María le responde con picardía.
Porque, a pesar de que antes de esto yo era virgen, creo que nunca voy a volver a experimentar algo así; lo sentí como algo místico, fuera de este mundo y por eso no puedo evitar hablar del asunto, mi bello centurión. A alguien se lo tengo que contar y la única persona que me interesa que lo sepas eres tú, Gabriel, porque yo sé en mi corazón que jamás te volveré a ver y sé que es un hecho, las mujeres somos así de certeras cuando sabemos de algo. Ahora que lo sabes, puedes irte en paz; nuestro secreto está a salvo conmigo hasta el día que me muera; si alguien más se entera, moriré lapidada.
Gabriel le dio la espalda con delicadeza, fue a la puerta, la cerró y se retiro.
Y cuenta la leyenda apócrifa que así nació el hombre más influyente del mundo occidental y tal vez de la historia: Jesús de Nazareth.
Controversial cuento, mi amigo. Muy bien narrado y ambientado.
ResponderEliminarUn saludo.
Saludos, mi querido y terrorífico amigo.
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