viernes, 25 de noviembre de 2016

El fútbol ¿Pasión o locura de multitudes?


Hola mis queridos lectores del Pregonero Silencioso, hoy les voy a escribir de un tema que es para muchas personas, intelectuales o no, de referencia obligada: el fútbol. No voy a entrar en la ya de por sí polémica sobre el origen del deporte ni mucho menos la evolución del mismo; ya existe numerosa documentación sobre esto.



Mi entrada es, más bien, una reflexión sobre el tema: más allá de que nos guste o no, de que los goles son hermosos, de la polémica arbitral o las barras bravas - Que ya no sólo se limitan a los famosos hooligans ingleses -, está un negocio que mueve cientos de miles de millones de dólares, en donde hay grandes intereses de por medio y en donde cientos de países compiten por ser la sede del próximo mundial - Por ejemplo Qatar, que es entre tres o cinco veces más pequeño que Uruguay, sede del primer mundial y en donde su gente no es considerada muy futbolera, ha sido nombrada anfitriona después de Rusia, durante la polémica presidencia de Joseph Blatter -. No es de extrañar que la FIFA cuenta con más países reconocidos que la propia ONU.
 
 
 
Sin duda, nadie se pone a pensar en la cantidad de basura que se producen alrededor del mundo cuando se realizan los mundiales, el drama que se vive en ciertos países cuando el equipo nacional es eliminado - Sobre todo en los países en vías de desarrollo y en el propio Brasil -, los exacerbados nacionalismos de las barras bravas, que sacan a relucir lo peor de cada pueblo - Todavía me queda el recuerdo del defensa asesinado en Colombia tras marcar el autogol que termino eliminando a su equipo en el mundial del 94 - y ahora, en los últimos años, las mujeres han entrado al baile como animadoras mundialistas, degradandose a sí mismas a objetos sexuales, relegando las conquistas de los grupos pro derecho de la igualdad casi por marcador de goleada - Por cierto, ya existe el título "La novia del mundial", cuya primera nombrada fue una linda paraguaya que tuvo sus cinco minutos de fama -.
 


No, con esto no quiero decir que detesto el deporte, sino al contrario. Lo que quiero recalcar es mi molestia al ver cómo un espectáculo tan bonito ha perdido el brillo y la diversión que ofrecía con el cada vez más extendido marketing, las redes sociales y la cultura del espectáculo que impera en el mundo de hoy - Nadie le critica al brasileño Zico no haber ganado jamás un mundial del mismo modo que denigran al pobre Leonel Messi por fallar en lo mismo - ¿Dónde quedo la alegría de los tiempos de Pelé? ¿Que nadie recuerda aquellos tiempos, cuando el elemento hooligan no estaba en el ambiente y, ganaras o perdieras, esperabas a la revancha sin grandes resentimientos? ¿Cuando no se explotaba la imagen de la mujer y el hombre - sobre todo el jugador de fútbol - al grado de convertirlos en mercancía o símbolos sexuales? Bueno, es bien sabido que los grandes clubes de fútbol, sobre todo los europeos, regatean con sus jugadores por intercambios de miles de millones de dólares, como si se trataran de esclavas sexuales de burdel o automóviles de lujo, sin tener consideración de sus derechos y las afectaciones en sus relaciones interpersonales - El jugador Ángel Di María se quejo de esto, al haber sido intercambiado del club inglés en que era feliz por otro, creo que el Real Madrid o algo así, sin su consentimiento -.



Así como el fútbol mueve pasiones tambien mueve rencores: sólo miren cómo ha socavado susodicho deporte a las relaciones entre mi país, Panamá, y Méjico; siempre hemos tenido nuestros roces feroces en otros deportes, pero desde que Panamá comenzo a mejorar sus resultados en el fútbol, la convivencia, otrora pacífica con los aztecas se ha ido mermando aun más - Sin contar con los comentaristas mejicanos de Fox Sports, que le echan más leña al fuego -. Recuerdo que justo un día, antes del llamado "Atraco de Atlanta" - Quien diga que no lo recuerda, sin duda vive en otro planeta -, escuche a una mujer hablando en la farmacia, previo a aquel célebre partido de Copa de Oro de Concacaf, de los mejicanos y no precisamente de forma afectiva; parecía una francesa pidiendo la cabeza de un soldado alemán en los días previos a la Primera Guerra Mundial. El ambiente que se vivía en Panamá me parecía pre bélicista, como si esperaramos una guerra en lugar de un partido amistoso. Tristemente así fue: los mejicanos fueron a la final del mismo torneo en que eran coanfitriones, con un polémico penal y la amenaza de los jugadores panameños de negarse a seguir jugando. Tambien el árbitro Max Geiger es recordado, en mi país, como una especie de Judas - Previo al último partido eliminatorio con Méjico, un grupo de comediantes locales estaban burlándose del público mejicano utilizando a un hombre disfrazado de este polémico personaje. Tambien debo recalcar que entre Panamá y Méjico ya no hay amistosos; al final, quien gana el partido, es el equipo que menos tarjetas rojas o amarillas acumulo y en esto, tristemente Méjico suele ser el mayor beneficiario. Ya pareciera que las relaciones entre Panamá y Méjico se asemejan, en mesoamérica, cada día más a la de China con Japón en Asia, no sólo económicamente.....
 


¿Dónde quedaron aquellos días en que l@s panameñ@s podían comer en una taquería y brindar con mejicanos bebiendo tequilas? ¿Qué paso con la normalidad imperante en mi país cuando Méjico nos goleaba? ¿Y el recuerdo de aquellos mundiales, cuando en mi país le deseabamos lo mejor a nuestros herman@s mejican@s aunque sabíamos que no suelen pasar de octavos? Ahora, ningún/a panameñ@ quiere que Méjico llegue a la final por culpa del fútbol ¿Acaso el fútbol es capaz de llevar al humano a degradarse a niveles medievales o prehistóricos? No se, pero sí dicen que la última guerra entre Honduras y el Salvador fue por culpa de un partido de fútbol.



Todavía me gusta el fútbol, sí me gustaría que Panamá clasificara a un mundial grande por primera vez, pero no me gusta lo bajo en que hemos caído como civilización - Ya tenemos un líder mundial de apellido Trump -. Esto me hace extrañar a las birrias de barrio, donde las reglas, por ridículas y infantiles que fueran, se respetaban y el equipo que ganaba era el que anotaba el último gol. Al final, tod@s terminabamos el juego como amig@s, sin esperar ganar millones ni mucho menos un campeonato mundial; era diversión pura. Hasta pronto.




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