Cuenta
una antigua leyenda griega, sacada de la bruma del olvido y del polvo de mi
armario, que una gigantesca serpiente de dos cabezas llamada Hipnofis, asolaba
las tierras del Peloponeso. Todo el mundo decía que ese era el peor castigo
desde que un Zeus borracho, tras celebrar un día el cumpleaños de su hijo
Dioniso, se hizo un descomunal peo que se interpretó como la señal del próximo
diluvio.
Ante
los ruegos desesperados de la gente, el rey de los dioses envió a su hijo
Heracles, mejor conocido como Hércules en nuestros cuentos infantiles, para
acabar con tal amenaza. El fornido semidiós llego, con su arrogancia de
siempre: vestía una toga que apenas le cubría sus muslos y cuyo extremo
superior pasaba superficialmente por las extremidades de arriba hasta llegar a
su hombro derecho, dejando visible su musculatura; llevaba un gran cinturón con
hebilla de oro, al igual que los brazaletes, forjadas por el propio Hefestos y
su manto de león que le cubría la cabeza y los hombros.
Caminaba
seguro, al encuentro de la bestia, cuando fue alcanzado por un joven pastor.
¿Es
usted Hércules? ¡Gracias a Zeus que por fin lo conozco!! ¿Podría ayudarle en su
faena? Hasta ahora, nadie ha sobrevivido a Hipnofis.
El
semidiós miro al joven disimuladamente de pies a cabeza: su porte delicado de
adulto joven no invitaba a la confianza; su manto de pieles, que cubría parte
de su cuerpo y que ocultaba muy torpemente su toga de pastor, denotaba cierto
grado de descuido; su rostro de lindo mozalbete sería una triste pérdida para
el sueño de muchas muchachitas.
El
joven quedo expectante ante su mirada de desprecio, pero Hércules recupero su
habitual compostura y muy amablemente, con tono de autoridad, le dijo estas
palabras.
No
muchacho, no requiero ayuda; tal vez en otro momento.
El
semidiós se retiró caminando de manera ágil, seguido por el pastor, quien se
cuidaba de guardar cierta distancia para no enfurecer a su héroe.
Poco
después, de manera sorpresiva, Hércules es atacado por la serpiente Hipnofis,
quien lo enrosca con su cuerpo. Hércules trato de zafarse con su descomunal
fuerza, pero las dos cabezas del reptil le lanzaron una mirada hipnótica,
quedando indefenso.
¿Creíste
que no estaba atenta a tu presencia, poderoso Hércules?, jamás pensé que
caerías en una emboscada como esta; ahora, vengare a mis hermanas que mataste
cuando eras niño.
En
ese momento, el joven pastor salió de su escondite y, cual león de Nemea, se
abalanzo contra el reptil, que lo domino con facilidad.
Tonto
mortal, ¿acaso te creíste semidiós para desafiar a un monstruo?
Sin
haberse percatado, la serpiente dejo respirar a Hércules y este, logró zafarse
de su cuerpo; convertido en un ciclón de furia, la tomo por las extremidades
inferiores con ambas manos y el reptil dio más vueltas que Odiseo en el Egeo.
La lanzo al cielo, donde se encontraba la carroza de sol de su tío Helios; no
quedaron ni las cenizas.
Ahora,
un enfurecido Hércules miraba al pastor; de un pisotón, hizo emerger una grieta
que se prolongó hasta cerca de los genitales del aún postrado joven.
¡Tonto,
se necesita algo más que valor para lidiar con este tipo de bestias! Aunque por
otra parte – agregó en un tono más conciliador, como queriendo disculparse -,
me enseñaste una lección: a veces, hasta los héroes necesitan ayuda.
No infravalores a gente porque pienses que no es un héroe. Muy bueno. Un abrazo.
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