miércoles, 3 de septiembre de 2014

En el valle de las lavandas


Caminaba perdido y desubicado por un valle de lavandas, iluminado por un alegre sol de verano y cielo despejado adornado de nubes azuladas, como si el paisaje me invitara a perderme en su magistral belleza. Aunque no tenía ganas de disfrutar de nada, me deje llevar por el hechizo del paraje, olvidándome casi por completo de mis penas y tristezas.

Seguí mis pasos hasta dar con una iglesia, único rastro de civilización por estos lares. Su existencia le daba un extraño contraste a este entorno natural, que hasta ahora me parecía de hermosura virgen. Por otro lado, era el único  asentamiento humano en aquel valle de amapolas y paisajes celestiales, lo que le daba un aire sagrado. Tal vez fue eso último o la mera curiosidad de entrar en ese rincón de humanidad perdido en un valle de lavandas, lo que me movía a entrar.

A medida que me desviaba del camino y me acercaba a la iglesia rodeada de lavandas, no pude evitar rozar sus pétalos e inspirar su aroma. Fue entonces que volvió a mi memoria el vivo recuerdo que creí haber olvidado: aquella hermosa chica, de ondulados cabellos negros y ojos azabache; piel blanca, sonrisa grande y seductora; que vestía una blusa de verano sin mangas mostrando sus tonificados pero sensuales brazos. El color de la blusa era el mismo que las lavandas, y el dolor de mi pena retomo mi débil mente. Ahora, que me estaba acercando a este recinto sagrado, no dejaba de pensar en ella.

En verdad es un lugar bendito, donde las almas impuras van a purgar sus penas o ser condenadas, pero sólo vine a disfrutar de un momento de tranquilidad y no precisamente a rezar. Pero, ¿y si hay un cura?, ¿deberé confesar mi dolor?, ¿es que acaso lo debo dejar reprimido en el alma con el fin de olvidarlo, o debo esperar que me reconforte el religioso?, ¿es que debo entrar para salvar mi conciencia o pasar de largo para seguir mirando el valle y dejar pasar mis penas?, ¿es que debo entrar? Sentí cómo se debatía mi mente y me atormente como alma en pena. Como no quería seguir así, decidí entrar.

Era un lugar sencillo: las largas bancas de madera a los lados, hechas de fino roble, estaban impecablemente limpias; más allá, sobre las escaleras que daban al altar, estaba parado el cura: un hombre alto y moreno, cuyo traje negro con sotana le brindaba un aspecto de autoridad. Detrás de él, pegada en la pared, una gran cruz de madera fina se alzaba majestuosa al final. Parecía como si el crucifijo infundiera su bendición sobre este hombre.

- ¿Qué te aflige hijo mío? - me pregunto calmado.

- Bueno yo.., necesito confesarme padre, no soporto más este dolor - dije entre lágrimas.

Con su mano derecha extendida, el sacerdote me mostró el confesionario; nos sentamos allí con el fin de que él me escuchara

- Ave María Purísima

- Sin pecado concedido, a ver, cuéntame hijo mío.

- Padre, he cometido pecado.

- Háblalo con seguridad, Dios me puso en tu camino para que te escuchara.

- Bueno padre, es sobre una muchacha.

- ¿Qué pasó con ella?

- Era una muchacha de pelo ondulado negro, grandes ojos azabache, piel blanca, sonrisa fotográfica, bellos brazos tonificados y blusa de verano sin mangas color lavanda.

Si bien el hombre era muy bueno aparentando que me estaba poniendo atención, ahora parecía más concentrado que nunca. De manera seria me preguntó, como si de verdad le interesara.

- ¿La conociste?, ¿qué fue lo que paso?

No pude evitar decírselo.

- Es que yo...

- Por favor hijo mío, ¡habla!, no te voy a condenar.

- Yo.., la vi en una manifestación antigubernamental.

El cura me siguió escuchando, con aún más atención.

- ¿Era ella?, ¿qué paso?

- Estaba allí, levantando pancartas para el bando opositor.

Mi corazón parecía latir a mil por minuto, mi respiración entrecortada me estaba ahogando; pero aún así, el cura preguntaba.

- Hijo mío, sigue contándome, ¿cómo sabes todo esto?, ¿cómo es que la conociste?

Quise guardarme mis palabras, pero como era un hombre de Dios, no me pude contener y hable con gran remordimiento.

- Es que yo.., yo soy uno de los miembros del cuerpo de antimotines del régimen.

El hombre se llevo las manos a la cara; después las echo abajo de forma calmada y me pregunto tratando de aparentar la serenidad que no era capaz de lograr en ese momento. Sus manos le temblaban un poco.

- ¿Y cómo está ella, todavía sigue viva?, ¿qué fue lo que paso?

Sin más preámbulo, le dije.

- Ella era una de las líderes de la protesta; por ese motivo, se acercó hacia mí amenazadoramente con su pancarta. No fue mi intención disparar, pero me sentí amenazado por ella y en mi instinto... la maté.

En un abrir y cerrar de ojos, un gran puño atravesó la pantalla hueca de mimbre que me separaba del cura y agarró mi cuello con fuerza. Mis ojos salían de sus órbitas, mi lengua ya no podía entrar en la boca y mi respiración iba de mal en peor. Antes de morir, me dijo lo siguiente.

- Esa que tú mataste era mi hermana, ahora que te perdone Dios y yo no.

FIN


5 comentarios:

  1. Wow, que final, mi estimado Alberix, muy bueno, me gustó mucho la manera como desarrollas la historia. Felicidades! un Abrazo!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Tú tambien eres bastante bueno Alfonso, lástima que tu cuento era algo largo; si hubiera tenido tiempo te hubiera seguido leyendo. Un saludo desde Panamá.

      Eliminar
  2. A mi también me gustó, fue grato leerte Alberitz, hubo mucho suspenso en ese diálogo o mas bien confesión y un final que no me lo hubiera imaginado, excelente.

    ResponderEliminar
  3. "Sin pecado concedido, a ver, cuéntame hijo mío."

    En esta frase hay un error.
    La respuesta es "sin pecado concebida", pero más allá de esto... , muy original el relato y su desenlace. ¿Que casualidades tiene la vida, no?
    Dice el refrán: "No la hagas y no la temas."
    También he visto alguna falta de acentuación, discúlpame, pero soy obsesiva con la ortografía y considero que los que escribimos no nos podemos pasar por alto estas cosas.
    No obstante me ha gustado tu historia y por eso te voy a dar los 5 puntos.
    Un saludo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Guapa, a mí también me gusto tu poema y por cierto tienes razón, cometo demasiadas faltas ortográficas; me lo han dicho antes y siempre me esfuerzo por mejorar ese detalle. Pero lamentablemente ese sigue siendo mi punto flaco.

      Qué bueno que te haya gustado y gracias por los cinco puntos; me diste un segundo lugar. Un abrazo, un beso y un hasta pronto.

      Alberix Zeta.

      Eliminar