domingo, 6 de abril de 2014

El baile de la muerte de Joe Lambada (11 parte)





Capítulo 11

 EL carnaval de la muerte (1ra parte)

Viene del capítulo 10

            Alumbrados por su tenue luz de led, Joe y Utoki caminaban pausadamente por el oscuro túnel, siendo interrumpidos por hordas de murciélagos y una que otra molesta alimaña rastrera que pasaba sin prestarles mayor atención. El silencio sepulcral del lugar parecía invitar a quien pasara a adentrarse en su misterioso ambiente, capaz de desafiar al más osado. Sin embargo esto no detenía a ninguno de los dos

            Llegaron hasta una pared de piedra maciza al final del túnel y en su costado izquierdo se paraba imponente una enorme estatua en forma de una hermosa mujer aborigen, de pechos desnudos y  vestida únicamente con su falda de hojas que daba la vuelta de forma ajustada por toda su cintura. Aquella colosa de tres metros había sido esculpida en la misma pared rocosa de la cueva y en sus antebrazos extendidos cargaba una especie recipiente. Entonces Utoki dijo con gran solemnidad el siguiente mantra.

-Oh poderosa Talima, reina del inframundo, a ti invoco tu hijo Utoki para que nos des tu bendición y podamos abrir tus sagrados aposentos. Es por eso que en honor a ti, tu hijo Joe Lambada te muestra sus respetos dándote estas ofrendas en sacrificio para alimentar tu fuego sagrado.

Utoki mira a Joe con extrema atención y bastante suspicacia

-¿Trajiste tus ofrendas?

-Como no, siempre es un honor venerar a Talima.

Joe saco de uno sus compartimentos una bolsa cuyo contenido la sacudía constantemente desde adentro. Subió lentamente unos orificios cavados cerca de la estatua, que funcionaban a modo de escalón. Al llegar arriba, vacía la bolsa sobre el orificio del recipiente de roca sujetada por las manos de ella; había alacranes, cien pies, cucarachas y un buen par de hormigas negras y rojas; si alguna persona pudiera contemplar aquel espectáculo de bichos, sin duda sentiría algún grado de hormigueo acompañado de un sentimiento de repulsión. Segundos después enciende y lanza un fósforo hacia el centro del fondo del recipiente, en donde no había más que un agujero cuya profundidad era imposible de observar a simple vista.




Una gran llama emano de aquel recipiente quemando a todos los insectos que se movían en su superficie y luego la pared de roca se movía dejando una estela de ruido de pesada piedra arrastrándose por el suelo que se sintió a varios metros a la redonda del túnel. Justo cuando terminaba de abrirse, en el cuarto se encendieron automáticamente luces de led blancas.

-Joe, yo sigo pensando que fue contraproducente instalar esas luces allí para que alumbren en lugar de los canales de fuego que se encendían para iluminar el recinto, le quita el aire sagrado al lugar.

-¿Acaso quieres que ese aire sagrado haga estallar mis juguetes?

Joe tenía varios escondites de sus arsenales a lo largo y ancho del amazonas, pero era en el extremo final del túnel del infierno de las cuevas sagradas de los yaraníes el que contenía sus armas más mortíferas: desde un buen par de superbombas estadounidenses hasta las odiosas minas antipersonales. ¿De cómo era posible algo así?, pues resulta que ser que Utoki y su gente le debía muchos favores a Lambada, tomando en cuenta que él los había ayudado en muchas ocasiones contra los filibusteros de la civilización que amenazaban su existencia. En agradecimiento ellos le abrieron una ruta de contrabando que llegaba hasta Bolivia, pero siempre evitando inmiscuirse demasiado en sus asuntos personales.

Periódicamente y en secreto Joe le confiaba a Utoki y a unos cuantos allegados las nuevas armas y municiones que compraba; éstos los transportaban gradualmente en pequeñas cantidades hacia la cueva columpiándose en lianas, trepando árboles, huyendo de plagas y bestias hasta dejarlo siempre bien surtido. La razón por la que Joe y Utoki lo guardaban todo allí era porque a excepción de ellos y otras personas de confianza, todo el mundo creía que aquella cueva estaba maldita; por eso nadie se atrevía a acercarse. Anteriormente la cueva era el lugar en donde los yaraníes guardaban sus objetos sagrados y tesoros valiosos, algo que cambio radicalmente con el trato con Lambada

-Si no te la pasaras la vida comprando armas, ya serías un hombre rico

-Pues sería un hombre rico pero muerto: estas armas son las que garantizan mi supervivencia.

Sin más preámbulo, Joe tomo todas las municiones y explosivos que pudo además de unas cuantas armas. Como no podía llenar completamente su chaleco antibalas y su cinturón, tomo algunos bolsos negros con zipper de gran tamaño para seguirlos rellenando de sus “juguetes”. A todo esto, Utoki miraba con cierta preocupación.

Joe, hoy has tomado más municiones de lo acostumbrado, no podrás transportar todo eso en medio de la selva y columpiándote por unas simples lianas.


-Lo sé, pero para luchar contra éste hombre necesito todo lo que pueda tener a mi disposición, y gracias a dios que siempre cuento con un plan de contingencia. Por cierto, qué bueno que puedo contar con la ayuda de mis hijas predilectas.

Así es como él llama a sus drones, los mismos aparatos que usa el ejército de Estados Unidos para matar talibanes y a la población civil. En el caso de Joe eran usados como medio de transporte de carga, principalmente municiones y armas que en algunas ocasiones  no podía darse el lujo de transportar en lianas a través de la selva, su pasatiempo favorito.

Los dos drones tienen una forma similar a la de un avión stealth pero mucho más pequeños; sus alas desplegadas lo hacían tan largos como los brazos extendidos de Joe. En su interior hay un compartimento que se abre por medio de una portezuela con bisagras que al levantarse hacia arriba mostraba un interior con suficiente espacio cúbico para almacenar un buen número de horas de supermercado.

-Sé que no es la primera vez que vas a vengarte de alguien, pero nunca te has enfrentado a alguien como Acab; dicen que está mejor armado que el fuerte Knox.

Qué bien, porque pienso hacerle un carnaval.

Joe, recuerda que casi mueres en Matto Grosso

-La muerte es una caprichosa cortesana que cobra sus favores con la sangre de sus amantes. Es un placer para mí seguir cortejándola.

            Al oír esto, Utoki cerró los ojos, contrajo su arrugado rostro y meneo la cabeza.

-Eres incorregible Joe Lambada, tú podrías internarte para siempre en la selva y Acab Michaelson se cansaría de buscarte, pero no dejas de ser un necio; te comportas como el bailarín de samba que no le preocupa perder el control de lo que hace, su frenesí lo lleva a cometer excesos más allá de su imaginación.

-Es por eso que soy tan bueno en lo que hago

Pese a que eran muy numerosas, Joe tenía esa extraordinaria habilidad de llevar el control del inventario de sus municiones con precisión alemana. Así fue que descubrió algo que no esperaba.

-Utoki, ¿tú y tu gente han estado usando algunas de mis armas?

-Está bien sí, lo admito, estamos constantemente acosados por taladores ilegales, narcotraficantes, mineros y un montón de escoria de las favelas que quieren nuestras tierras y recursos naturales, ¿cómo crees que nos vamos a defender de ellos? Pero procuramos no usar más de lo necesario, no tocamos para nada tus explosivos y el resto de la tribu no sabe de dónde sacamos todo eso excepto los de siempre. Creen que son regalos tuyos que guardo en otro lugar.

-Vale, mientras lo mantengas así.

Salieron de aquella cámara y luego Utoki se acercó a una llave de gas bien mimetizada con la estructura de la cueva que contrastaba con lo arcaico del lugar. Acto seguido, giro el grifo hasta que éste se hundió completamente hacia abajo y en cuestión de segundos la intensa llama que procedía del agujero en el centro del recipiente de roca que sostenían las manos de la monumental estatua de mujer yaraní se apagó completamente, dejando una estela de humo que hizo toser un poco al propio Utoki además de cerrar la pesada compuerta de roca dándole nuevamente al lugar un aspecto de callejón sin salida.

Joe salió bien pertrecho con su chaleco antibalas lleno de municiones extras, su gran cinturón, tres grandes alforjas siendo una más grande que su espalda y su dron. Eran casi cien kilos de peso que él cargaba prácticamente sin esfuerzo por los tres kilómetros de túneles hasta llegar a la salida, seguido por Utoki.

-Hay un par de chicas que quieren conocerte y haremos esta noche nuestra típica hoya de sopa de piraña en tu honor.

-Diles a ellas que llegaré un poco tarde y asegúrate de guardarme un poco de sopa. Nunca me pierdo una fiesta, pero está vez será una excepción.

-Bem, como gustes

-Adeu

Cerca del borde empinado de la cueva, Joe encendió su celular y al ver que Pedro Paulho no contestaba, dejo un mensaje. Una brisa rasante chocaba por el lugar, dejando un sonido como de estar chocando con un objeto hueco; parecía querer advertir a los incautos que la espesura de la selva de más abajo no los salvaría del impacto de la caída.

-Pedrito, soy yo Joe. Te estoy dejando un mensaje para que cuando lo contestes me pilotees mi dron de carga a las siguientes coordenadas que te daré por chat. Hasta pronto amigo, no olvides estudiar mucho para llegar a ser alguien en la vida.

Colgó y en cuestión de segundos abrió la alforja que era más grande que su espalda, para armar un enorme planeador dos veces su propio tamaño. Su forma de flecha curvada hacia atrás resaltaba su aspecto aerodinámico; sus soportes y tela de color oscuro estaban reforzados con fibra de carbón, dándole suficiente resistencia como para transportar a un hombre dos veces más grande que él por el aire. Eran las cosas que Joe hacia cada vez que tenía que trasportar exceso de equipaje y no podía permitirse el placer de columpiarse por las lianas de los árboles. Aprovecho la altura para usar el viento a su favor y volver a la aldea, en donde lo esperaba su vehículo

-Allá Joe y sus excentricidades; yo sigo prefiriendo las lianas de los árboles.

Utoki descendió la montaña y continúo columpiándose por la selva hasta regresar a su hogar.

Horas después, en los alrededores de la mina de Acab Michaelson, un camuflado Joe Lambada miraba con sus binoculares la planta de carbón de éste desde la espesura de la jungla. Se estaba comunicando con su compinche, el niño mulato de nombre Pedro Paulho, a través de un micrófono que estaba adherido a su casco y se sostenía en uno de sus extremos prolongándose hasta llegar a la boca. Pedro Paulho estaba sentado frente a la laptop de su cuarto con auriculares que también tenían un micrófono adherido a ellos.

-De acuerdo al mapa tridimensional que nos envió Chico Flores, estás sobre la línea de cables soterrados que llegan hasta la mina de Michaelson.

-Pues entonces manos a la obra

Saco su pala ovalada para excavar con mucho tesón, extrayendo toda la tierra que podía hasta dejar visible una línea de cables cubiertas por caucho de material grueso. Enfoco la cámara que estaba adherida a su casco para que el niño observara.

¡¡Cielos Joe!!,¿de verdad es necesario esto?, alguien como Acab Michaelson debe tener plantas de emergencia por si acaso surge un imprevisto.

-Lo sé, pero mi verdadera intención es que pierda la suficiente energía como para inutilizar sus radares y dispositivos de seguridad.

-Aún así es un riesgo, esos no son simples cablecitos con los que pueda jugar un drogadicto con su navaja. A juzgar por su aspecto necesitaras destruir la misma planta para apagar la electricidad de la mina.

-Me encantaría, pero está bien custodiada, cambio.

-Pues entonces no se puede.

-Se me acaba de ocurrir una idea

¡¿Qué qué?!

Sin más dilación, Joe cogió una de las granadas sujetas a su cinturón, abrió la tapa con la boca y la lanzo hacia dentro del agujero. Con gran agilidad se interno en la selva justo antes de que estallara, causando una nube de explosión térmica más grande que él y que salpico de tierra todo lo que había a su alrededor.

A un par de kilómetros de distancia, Acab Michaelson y su enorme capataz revisaban los progresos en las canteras cuando él se dio cuenta de que el símbolo de red inalámbrica de su Smartphone desapareció, siendo reemplazada luego por la de red móvil. Se había dado cuenta de que el sistema eléctrico de la mina había caído, cosa que no afecto del todo a la mina porque se activaron los generadores de gasolina, pero aún así estaba furioso. Con el mismo aparato móvil realizo una llamada.

-Augusto, ¿qué problema están teniendo en la planta?

El joven trago saliva

-No lo sé señor, le juro que estábamos operando normal cuando de pronto se escucho una explosión a unos cuantos metros de distancia. Tendríamos que investigar si se trato de un acto de eco terrorismo como la última vez o simplemente una falla en el transformador.

-Te daré una hora para que repares el daño, o tu diploma de Harvard sólo te volverá a servir de epitafio en tu funeral. De todas formas enviare una patrulla de reconocimiento al lugar del siniestro para despejar cualquier duda.

Horas después, la patrulla de reconocimiento se dirigía hacia donde ocurrió la explosión. Al frente de ella se encontraba el sargento Eibar Moraes. Es otra misión de rutina en contra de ecos terroristas o de mercenarios a sueldo contratados por otro competidor.

Eibar no siempre fue un simple jefe de seguridad: su carrera había conocido mejores días. Comenzó a destacarse en la lucha contra las drogas a lo largo y ancho de las zonas limítrofes de su inmenso país. Ciertamente es una guerra de baja intensidad de la que casi ningún medio habla, pero a diferencia de otras que sólo lo eran de nombre, en esta morían gente todos los años, habían cuantiosos heridos y familias destrozadas.

Luego de tan abnegada labor, recibió toda clase de ascensos hasta llegar a ser comandante de su propio regimiento de tropas élite que combatían el crimen en las favelas; la valentía de estos hombres era tal que se sujetaban del tren de aterrizaje de sus helicópteros con sus armas cada vez que entraban en acción. Se mantuvo allí durante tres administraciones presidenciales y su grupo llego a ser uno de los mejores.

El principio del fin se dio cierto día de carnaval: un demente estaba disparando balas calibre treinta y ocho a cuanta persona se encontraba en una favela. A Eibar y su batallón les encomendaron la misión porque eran los únicos que estaban sobrios entre las fuerzas policíacas. Desplegando una gran capacidad de logística, Eibar acordono todo el perímetro de acción que utilizaba aquel sujeto. Todo fue en vano: en medio de las estrechas callejuelas de las inmundas favelas uno a uno sus hombres y mujeres eran asesinados por un arma calibre treinta y ocho con silenciador, sin dar jamás con el responsable.

El sorprendido comandante se vio forzado a llegar a una terrible conclusión: aquel sujeto que buscaba no era un simple borracho que disparaba indiscriminadamente a sangre fría en una favela, sino más bien un asesino experto que lo había hecho caer en su trampa. Eibar trato de comunicarse por su intercom con sus subalternos pero fue inútil, nadie contestaba sus llamados; se dio cuenta  de que estaba en un juego de vencer o morir y la única manera de ganar era sobreviviendo.

Con suma destreza enfundo su Beretta y armó en cuestión del parpadeo de los ojos su rifle de asalto, siendo justamente en ese momento cuando el filo de un cuchillo sierra agarrado del mango por la mano más grande que había visto jamás, hizo contacto con la piel de su indefenso cuello. No había escapatoria.

Lo único que recuerda de aquel dramático momento además de la risa diabólica fue cuando el hombre alto le dijo que la mejor humillación era dejarlo con vida para que les mencionara su nombre a sus superiores y admitiera que él había causado la masacre de todo el cuerpo de élite bajo su mando. Al hacer eso, perdió su empleo y luego su mujer se llevo a sus hijos a la casa del amante. La única razón por la que termino trabajando para un miserable como Acab Michaelson era la buena paga que éste le brindaba.

De manera sigilosa, Eibar y la docena de hombres bajo su mando lograron llegar hasta el lugar donde estallo la granada que hizo pedazos los cables de alta tensión, que transmitían electricidad de la planta de carbón a la mina de Acab. Justo cuando les ordeno que formaran un perímetro para acordonar el área, uno a uno sus hombres caían muertos al suelo; descubrió que el arma homicida eran dardos envenenados de fabricación casera probablemente disparados desde una cerbatana. En ese momento otro de sus hombres cayó al suelo. Los nervios de Eibar comenzaron a traicionarlo porque su mente estaba evocando viejos recuerdos, pero como buen militar disimulaba estar en control; no quería que sus hombres lo vieran así.

-Manténganse alertas, formemos un círculo mirando a todas las direcciones sin dar la espalda y disparen a todo lo que se mueva.

Eibar creyó divisar en la espesura lo que parecía la figura de un hombre de gran tamaño, que apenas se podía ver por lo bien camuflado que estaba.

-Allí en esa dirección, dispara

Su subalterno disparo, sólo para comprobar que la figura verde se deslizo de manera fugaz entre la vegetación evitando las balas. Los hombres disparaban a donde Eibar les ordenaba, pero aquel fantasma se movía sin siquiera poder herirlo y los dardos venidos de cualquier dirección seguían aniquilando a cuanto hombre alcanzaba.

-Es mejor dejar de disparar, sino gastaremos demasiadas municiones y él terminará acabando con nosotros. Sólo lo haremos cuando ustedes estén completamente seguros de que vieron algo o yo de la orden con tono firme y sereno.

Todos replicaron en coro

-Sí señor

Se mantenían alertas apuntando a todas direcciones sin dar la espalda, mientras ese espectro se movía sigiloso sin disparar un solo un dardo de momento. Eibar tuvo que escuchar el ruido del extraño soplando la cerbatana matando a otro de ellos para que diera la orden con la mano firme señalándola.

-¡¡Allí, de donde vino el ruido, todos a esa dirección!!

Un fuego concentrado de ráfagas de metralla fueron a dar al lugar de donde provino el disparo del dardo. Segundos después escucharon el leve gemido de un hombre y una sonrisa de triunfo se comenzó a dibujar en el rostro del sargento.

-Je, je, te tengo, pero mantengámonos alerta, esto aún no se acaba; si rompemos la formación él podría…

Un sonido de alguien o algo subiendo hasta arriba de la copa de los árboles interrumpió la tranquilidad del momento, y nuevamente la lluvia de dardos provino ahora desde esa altura. En cuestión de segundos Eibar Moraes vio cómo casi la totalidad de sus hombres morían al instante, apenas logrando empujar a uno de ellos para que se salvara. Todo fue inútil: el hombre yacía muerto con un dardo en el cuello y Eibar, en actitud desafiante, se levanto del suelo sujetando firmemente su kalashnikov con el dedo en el gatillo a punto de disparar.

¡¡Sal de donde estés cobarde y enfréntate a mí!!
El filo de un cuchillo sierra agarrado por el mango por la mano más grande que haya  visto jamás hizo contacto con su yugular; la misma mano blanca que vio en la favela hace ya tantos años y lo puso en jaque. Volvió a escuchar esa misma risa diabólica que lo condeno para siempre.

-Yo, jojojo, hola Eibar, nos volvemos a encontrar

-¡¡Tú!!

-Sí Eibar, yo, el mismo que mato a tu unidad hace tantos tiempo y hoy lo volví a hacer.

Resignado, el derrotado sargento dijo

-Entonces mátame, has arruinado mi vida y me lo has quitado todo. Es eso lo que tú quieres, porque ya no te sirvo de nada, todo acabo.

-Uyuyuy, me lo estás haciendo muy fácil, claro que te voy a matar, pero primero necesito que me hagas un último favor.

            El celular de Acab Michaelson comenzó a sonar.

-¿Eibar eres tú?

En tono sereno para no despertar sospechas, Eibar le respondió

-Sí mi general

-¿Alguna novedad?

-No mi general, sólo se trato de un transformador subterráneo que estalló causando un agujero de tamaño considerable en el suelo. Le reportaré del daño a dom Augusto.

-Bem, tienen media hora para que regrese la electricidad a la mina. En cuanto a usted, recibirá un aumento de sueldo en la próxima quincena.

-Gracias mi general

Joe colgó el celular de Eibar y le dedicó unas últimas palabras.

-Gracias viejo amigo, por cierto tuviste la suerte de que yo tuviera mi chaleco antibalas: tu bala me dio en el corazón y si hubiese penetrado ya hubieras conseguido tu venganza. Ahora vas a descansar en paz, pero antes te recordaré mi nombre para que mientras te pudras en el infierno lo sigas repitiendo en tu mente por siempre: eu sou Joe Lambada. Yojojo, adeu imbécil.

Tras un leve pero desgarrador dolor provocado por el paso del cuchillo sierra por su yugular, una sensación de frío intenso se apodero de todo su cuerpo casi de inmediato. Luego cerró los ojos y supo que todo acabo.







           










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