miércoles, 25 de diciembre de 2013

De cómo me volví Santa Claus (5ta parte)






 Bari: segunda parte

Comencé a reproducir aquella melodía por todos conocida, la inmortalNoche de paz. Era también mi favorita, me transportaba al momento en que nacía el Hijo de Dios. 
 
Por un momento me toco ver cómo aquellos hombres pasaron en un parpadeo de ser feroces guerreros a pequeños niños preparándose para dormir. Creo que no se sentían así desde hace muchísimo tiempo, del mismo modo que yo me conmovía cada vez que yo tocaba esa flauta; casi no contuve las ganas de llorar de la nostalgia. Cuando estuve seguro de que estaban completamente dormidos, pude salir de mi escondite y camine entre ellos.
-Jo,jo,jo, espero que ustedes también sobrevivan para ver la navidad. Jo, jo, jo que Dios los bendiga.

Caminé y caminé, me parecía que no encontraría el otro extremo nunca, hasta que por fin me encontré con una escalera que volvía a llevarme al piso de arriba. Luego de subir, pude constatarme de que en realidad se trataba de una especie de pasaje secreto que llevaba a la cocina de lo que fue alguna vez un hotel.

Fue allí donde encontré al niño, en el espacio entre la nevera y un extremo del gabinete de cocina. Sus ropas tenían el aspecto de no haberse lavado en semanas, su piel estaba sucia con manchas oscuras; aquel rostro largo, a punto de estallar en pánico me miraba con ojos de gatito asustado y sus pies descalzos llenos de heridas, eran la prueba más fehaciente de su lucha por sobrevivir.

Le extendí mi mano de forma pausada, para que no me percibiera como una amenaza. La expresión del niño cambio gradualmente de una de miedo a otra dubitativa pero algo más relajada. Me miraba extrañado.

-Me pareces familiar, ¿quién eres tú?

Hice una extraña reverencia para darme un aura de místico, esperando que me pudiera creer.

-Soy San Nicolás, patrono de Bari. Tu madre me rogó para que yo te viniera a rescatar sano y salvo.

Así fue como el niño dejo de lado su inicial resistencia, se acercó rápidamente hacia mí y rodeo mi panza con sus bracitos. No pudo contener el llanto.

-Qué bueno que llegaste, sálvame Nicolás!!

Justo en ese momento sonaron las alarmas. Eran el augurio de nuevos bombardeos.

El niño paso de la alegría al miedo en cuestión de segundos, abrazándome más fuerte como si buscara aferrarse a mi cuerpo. Yo correspondí a su gesto, inclinándome en el piso para rodear su frágil cuerpecito con mi cuerpo y mis brazos. Hice lo posible por gesticular un rostro inexpresivo, no quería que descubriera que yo también tenía miedo.

- San Nicolás, ¿puedes llevarme a casa de mamá ahora?

-Sin duda que el niño esperaba un milagro, lo que no sabía es que yo no era lo que él esperaba de mí.

-Sí lo haré, sólo cierra tus ojos

Lo único que se me ocurría decir en ese momento era lo siguiente

-Yo te salvaré, yo te salvaré, yo te….

Pero en realidad no tenía idea ni de lo que iba a hacer. En ese momento estaba atrapado, comencé a escuchar los violentos bombazos como si sólo estallaran a unos centímetros de mí. Era tal el poder de esas explosiones, que desde el techo cayo cemento y pequeños escombros de los pisos superiores del edificio, lo que provocó que tuviera una persistente tos.

-Yo te salvaré, yo te salvaré….

Sentí como brotaban las lágrimas de mis ojos, no entendía ni por qué. No entendía tampoco cómo era posible que quienes estuvieran detrás de tanta devastación fueran precisamente los que se jactaban de estar salvando al mundo del fascismo. No podía reprimir mi repudio a la guerra, jamás imagine que en mis casi dos mil años de vida la humanidad continuaría por la senda de la destrucción, un derivado de su pecado original. Si tan sólo entendieran que navidad no es sólo en diciembre.

Finalmente escuché una explosión muy potente que lleno todo el recinto de humo denso, haciéndome pensar por unos segundos que había llegado nuestro fin. Súbitamente, escuché una voz muy familiar.

-Claro que lo vas a salvar, si yo te estoy salvando a ti y a él

Era el duende Alberic, quien había abierto un boquete en el muro de la cocina usando el martillo de Thor. Seguidamente, el martillo se movió por toda el área cuadrada para dispersar el humo, que me estaba haciendo toser a bocajarro.

-Por suerte que Thor me dio esto justo antes de extinguirse junto a los demás dioses.

El duende extendió su alargada mano y el martillo regreso hacia él. Lo tomó para luego aferrarlo a su cintura, bajo la presión del cinto de su gran correa de hebilla gruesa hecha de oro puro.

Fue justamente en ese momento que me percate de algo

¡Oh no, el niño Alberic, está…!!

Con la frialdad que lo caracteriza, Alberic puso su mano en la muñeca del niño y dijo lo siguiente.

Deja el drama Aqueas, él todavía está vivo. Creo que el trauma de estar al borde de la muerte fue demasiado para él. Una nueva oleada de aviones aliados está en camino, salgamos de aquí.

-¿Pero qué paso con los renos y el trineo?

Los deje en un lugar muy, muy lejos de aquí, ahora sígueme

Me tomo de la mano y desaparecimos de allí. Esas son las grandes ventajas de ser amigo de un duende, lo único malo es que por más que se trata de un viaje breve, sientes que viajas en una montaña rusa a velocidad superior al sonido. Puedo contar con los dedos de mi mano las veces que nunca llego a vomitar.

Alberic me dejo en los suburbios de Bari, que parecían intactos comparados con la propia ciudad. Quedamos en frente de la casa de la madre del muchacho.

-Jo, jo, jo, despierta niño, que ya estás en casa.

Mientras este despertaba, yo me aleje de forma sigilosa hasta estar cerca de Alberic.
-Ya puedes esparcir el polvo mágico, es hora de volvernos invisibles.

-¿Y acaso no quieres despedirte de tu amigo?

-No es eso, yo prefiero quedarme en la bruma del misterio. Él y su madre necesitan creer que fue San Nicolás, es la mejor forma de fortalecer su fe. Mi mayor recompensa son momentos como este, en que puedo ver la alegría de un encuentro imposible.

-Bah, cristianos y sus supersticiones. Está bien, esparciré el polvo.

Nos volvimos invisibles, y así fue como pude guardar aquel momento en mi memoria, en el que el niño toca la puerta y a los pocos segundos abre la joven madre, que lo levanta dándole vueltas en el aire. No podía contener las ganas de ser feliz.

-¡¡Hijo mío, has regresado, oh San Nicolás bendito, mil gracias!!

-¡¡Madre, lo vi con mis propios ojos, un hombre gordo vestido de rojo. Era él, el patrón de nuestra ciudad, escucho tus ruegos y me salvó el mismo!!

Su madre apenas lo pudo creer, pero no lo desmintió

-¡¡Ven hijo, vamos a agradecer a Nicolás de Bari el milagro y el año que viene le haremos una manda en su honor!!

-¿Qué es lo que dice Alberic?

-Dice que un batallón de soldados americanos lo encontraron y lo rescataron

-Gracias a Jesús que no te creo

-Bah, ya vámonos de aquí Aqueas, retomemos nuestras vacaciones. Vamos a comer tacos 
en Yucatán mientras visitamos pirámides mayas.

-Jo, jo, jo, no tan rápido duendecillo, recuerda que estoy a dieta.

Ese fue mi último milagro, el de 1943. Quedo registrado para la historia.
 
 
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