Bari: segunda parte
Comencé
a reproducir aquella melodía por todos conocida, la inmortal “Noche de paz”. Era también mi favorita, me transportaba al momento en
que nacía el Hijo de Dios.
Por
un momento me toco ver cómo aquellos hombres pasaron en un parpadeo
de ser feroces guerreros a pequeños niños preparándose para
dormir. Creo que no se sentían así desde hace muchísimo tiempo,
del mismo modo que yo me conmovía cada vez que yo tocaba esa flauta;
casi no contuve las ganas de llorar de la nostalgia. Cuando estuve
seguro de que estaban completamente dormidos, pude salir de mi
escondite y camine entre ellos.
-Jo,jo,jo,
espero que ustedes también sobrevivan para ver la navidad. Jo, jo,
jo que Dios los bendiga.
Caminé
y caminé, me parecía que no encontraría el otro extremo nunca,
hasta que por fin me encontré con una escalera que volvía a
llevarme al piso de arriba. Luego de subir, pude constatarme de que
en realidad se trataba de una especie de pasaje secreto que llevaba a
la cocina de lo que fue alguna vez un hotel.
Fue
allí donde encontré al niño, en el espacio entre la nevera y un
extremo del gabinete de cocina. Sus ropas tenían el aspecto de no
haberse lavado en semanas, su piel estaba sucia con manchas oscuras;
aquel rostro largo, a punto de estallar en pánico me miraba con ojos
de gatito asustado y sus pies descalzos llenos de heridas, eran la
prueba más fehaciente de su lucha por sobrevivir.
Le
extendí mi mano de forma pausada, para que no me percibiera como una
amenaza. La expresión del niño cambio gradualmente de una de miedo
a otra dubitativa pero algo más relajada. Me miraba extrañado.
-Me
pareces familiar, ¿quién eres tú?
Hice
una extraña reverencia para darme un aura de místico, esperando que
me pudiera creer.
-Soy
San Nicolás, patrono de Bari. Tu madre me rogó para que yo te
viniera a rescatar sano y salvo.
Así
fue como el niño dejo de lado su inicial resistencia, se acercó
rápidamente hacia mí y rodeo mi panza con sus bracitos. No pudo
contener el llanto.
-Qué
bueno que llegaste, sálvame Nicolás!!
Justo
en ese momento sonaron las alarmas. Eran el augurio de nuevos
bombardeos.
El
niño paso de la alegría al miedo en cuestión de segundos,
abrazándome más fuerte como si buscara aferrarse a mi cuerpo. Yo
correspondí a su gesto, inclinándome en el piso para rodear su
frágil cuerpecito con mi cuerpo y mis brazos. Hice lo posible por
gesticular un rostro inexpresivo, no quería que descubriera que yo
también tenía miedo.
- San Nicolás, ¿puedes llevarme a casa de mamá ahora?
-Sin
duda que el niño esperaba un milagro, lo que no sabía es que yo no
era lo que él esperaba de mí.
-Sí
lo haré, sólo cierra tus ojos
Lo
único que se me ocurría decir en ese momento era lo siguiente
-Yo
te salvaré, yo te salvaré, yo te….
Pero
en realidad no tenía idea ni de lo que iba a hacer. En ese momento
estaba atrapado, comencé a escuchar los violentos bombazos como si
sólo estallaran a unos centímetros de mí. Era tal el poder de esas
explosiones, que desde el techo cayo cemento y pequeños escombros de
los pisos superiores del edificio, lo que provocó que tuviera una
persistente tos.
-Yo
te salvaré, yo te salvaré….
Sentí
como brotaban las lágrimas de mis ojos, no entendía ni por qué. No
entendía tampoco cómo era posible que quienes estuvieran detrás de
tanta devastación fueran precisamente los que se jactaban de estar
salvando al mundo del fascismo. No podía reprimir mi repudio a la
guerra, jamás imagine que en mis casi dos mil años de vida la
humanidad continuaría por la senda de la destrucción, un derivado
de su pecado original. Si tan sólo entendieran que navidad no es
sólo en diciembre.
Finalmente
escuché una explosión muy potente que lleno todo el recinto de humo
denso, haciéndome pensar por unos segundos que había llegado
nuestro fin. Súbitamente, escuché una voz muy familiar.
-Claro
que lo vas a salvar, si yo te estoy salvando a ti y a él
Era
el duende Alberic, quien había abierto un boquete en el muro de la
cocina usando el martillo de Thor. Seguidamente, el martillo se movió
por toda el área cuadrada para dispersar el humo, que me estaba
haciendo toser a bocajarro.
-Por
suerte que Thor me dio esto justo antes de extinguirse junto a los
demás dioses.
El
duende extendió su alargada mano y el martillo regreso hacia él. Lo
tomó para luego aferrarlo a su cintura, bajo la presión del cinto
de su gran correa de hebilla gruesa hecha de oro puro.
Fue
justamente en ese momento que me percate de algo
¡Oh
no, el niño Alberic, está…!!
Con
la frialdad que lo caracteriza, Alberic puso su mano en la muñeca
del niño y dijo lo siguiente.
Deja
el drama Aqueas, él todavía está vivo. Creo que el trauma de estar
al borde de la muerte fue demasiado para él. Una nueva oleada de
aviones aliados está en camino, salgamos de aquí.
-¿Pero
qué paso con los renos y el trineo?
Los
deje en un lugar muy, muy lejos de aquí, ahora sígueme
Me
tomo de la mano y desaparecimos de allí. Esas son las grandes
ventajas de ser amigo de un duende, lo único malo es que por más
que se trata de un viaje breve, sientes que viajas en una montaña
rusa a velocidad superior al sonido. Puedo contar con los dedos de mi
mano las veces que nunca llego a vomitar.
Alberic
me dejo en los suburbios de Bari, que parecían intactos comparados
con la propia ciudad. Quedamos en frente de la casa de la madre del
muchacho.
-Jo,
jo, jo, despierta niño, que ya estás en casa.
Mientras
este despertaba, yo me aleje de forma sigilosa hasta estar cerca de
Alberic.
-Ya
puedes esparcir el polvo mágico, es hora de volvernos invisibles.
-¿Y
acaso no quieres despedirte de tu amigo?
-No
es eso, yo prefiero quedarme en la bruma del misterio. Él y su madre
necesitan creer que fue San Nicolás, es la mejor forma de fortalecer
su fe. Mi mayor recompensa son momentos como este, en que puedo ver
la alegría de un encuentro imposible.
-Bah,
cristianos y sus supersticiones. Está bien, esparciré el polvo.
Nos
volvimos invisibles, y así fue como pude guardar aquel momento en mi
memoria, en el que el niño toca la puerta y a los pocos segundos
abre la joven madre, que lo levanta dándole vueltas en el aire. No
podía contener las ganas de ser feliz.
-¡¡Hijo
mío, has regresado, oh San Nicolás bendito, mil gracias!!
-¡¡Madre,
lo vi con mis propios ojos, un hombre gordo vestido de rojo. Era él,
el patrón de nuestra ciudad, escucho tus ruegos y me salvó el
mismo!!
Su
madre apenas lo pudo creer, pero no lo desmintió
-¡¡Ven
hijo, vamos a agradecer a Nicolás de Bari el milagro y el año que
viene le haremos una manda en su honor!!
-¿Qué
es lo que dice Alberic?
-Dice
que un batallón de soldados americanos lo encontraron y lo
rescataron
-Gracias
a Jesús que no te creo
-Bah,
ya vámonos de aquí Aqueas, retomemos nuestras vacaciones. Vamos a
comer tacos
en Yucatán mientras visitamos pirámides mayas.
-Jo,
jo, jo, no tan rápido duendecillo, recuerda que estoy a dieta.
Ese
fue mi último milagro, el de 1943. Quedo registrado para la historia.
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