lunes, 16 de diciembre de 2013

De cómo me volví Santa Claus (3ra parte)






 


Veintisiete de diciembre de 1845

Lo que estableció definitivamente el mito como lo conocemos hasta el día de hoy fue una anécdota acontecido una navidad de 1822. Había entrado mágicamente en la chimenea de una casa en América del Norte, gracias al poder del traje de Odín; me disponía a dejar los regalos, comerme unas galletas, cuando de pronto alguien me apuntó con un rifle.

- ¡¡Quieto allí, no te muevas!!

- Jo, jo, jo, señor, usted está cometiendo una equivocación. 

- Pareces San Nicolás, eso no significa que no seas un ladrón.

Tal alboroto despertó a los niños del hombre.

- Papi, papi, no lo mates es San Nicolás

- Querido, ¿quién fue el intruso? - dijo a la esposa- ¡¿qué hace usted aquí?!

- Mamá, él es San Nicolás, si papá lo mata se acaba la navidad.

La necia insistencia de los niños y niñas hizo que el hombre bajara el arma, para darme el beneficio de la duda.

- Si usted es quien dice ser muestre alguna prueba.

- Jo, jo, jo, será un placer.

Esparcí parte de mi polvo mágico hacia las medias colgadas sobre la chimenea, dejando golosinas adentro .El arbolito que estaba cerca quedó con sus aguinaldos más relucientes que antes.

- ¡¡Jo, jo, jo, feliz navidad a todos!!!

Ellos me vieron salir mágicamente por la chimenea, tal vez me vieron montar mi trineo y volar por el aire. Aquel caballero resultó ser el autor norteamericano Clement Clarke Moore, que después describió lo que supuestamente ocurrió - demasiado poético y no tan exacto -  en su poema, "una visita de Santa Claus". No solamente terminó convirtiéndome en el ícono de la maldita Coca Cola, fue el primero que le puso nombre a mis renos, algo que no se me había ocurrido antes, pero que buena idea resulto.

30 de diciembre 1935

Ni los tambores de la próxima guerra me han hecho desistir de mi vocación. Ahora les contaré la historia del famoso reno de nariz roja.

En la navidad del año pasado por los bosques de Tenessee, Estados Unidos, antes de que la gran represa de Roosevelt inundara toda esa área, me encontré con un niño montañés, que tenía un joven venado de nariz roja cuyos congéneres lo habían maltratado hasta morir. El niño me dijo que el único regalo que deseaba era que salvara su reno y que me lo llevara, porque en ese lugar nunca sería feliz. Las medicinas de los duendes no solamente sanaron al reno, sino que causaron que su nariz brillara en la oscuridad. No sé cómo ese anécdota llegó a oídos de Robert L.May, quien escribió la pequeña historia "Rodolfo el reno". Cómo me gusta esa canción.
 
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