Veintisiete
de diciembre de 1845
Lo
que estableció definitivamente el mito como lo conocemos hasta el
día de hoy fue una anécdota acontecido una navidad de 1822. Había
entrado mágicamente en la chimenea de una casa en América del
Norte, gracias al poder del traje de Odín; me disponía a dejar los
regalos, comerme unas galletas, cuando de pronto alguien me apuntó
con un rifle.
-
¡¡Quieto allí, no te muevas!!
-
Jo, jo, jo, señor, usted está cometiendo una equivocación.
-
Pareces San Nicolás, eso no significa que no seas un ladrón.
Tal
alboroto despertó a los niños del hombre.
-
Papi, papi, no lo mates es San Nicolás
-
Querido, ¿quién fue el intruso? - dijo a la esposa- ¡¿qué hace
usted aquí?!
-
Mamá, él es San Nicolás, si papá lo mata se acaba la navidad.
La
necia insistencia de los niños y niñas hizo que el hombre bajara el
arma, para darme el beneficio de la duda.
-
Si usted es quien dice ser muestre alguna prueba.
-
Jo, jo, jo, será un placer.
Esparcí
parte de mi polvo mágico hacia las medias colgadas sobre la
chimenea, dejando golosinas adentro .El arbolito que estaba cerca
quedó con sus aguinaldos más relucientes que antes.
-
¡¡Jo, jo, jo, feliz navidad a todos!!!
Ellos
me vieron salir mágicamente por la chimenea, tal vez me vieron
montar mi trineo y volar por el aire. Aquel caballero resultó ser el
autor norteamericano Clement Clarke Moore, que después describió lo
que supuestamente ocurrió - demasiado poético y no tan exacto - en
su poema, "una visita de Santa Claus". No solamente terminó
convirtiéndome en el ícono de la maldita Coca Cola, fue el primero
que le puso nombre a mis renos, algo que no se me había ocurrido
antes, pero que buena idea resulto.
30
de diciembre 1935
Ni
los tambores de la próxima guerra me han hecho desistir de mi
vocación. Ahora les contaré la historia del famoso reno de nariz
roja.
En
la navidad del año pasado por los bosques de Tenessee, Estados
Unidos, antes de que la gran represa de Roosevelt inundara toda esa
área, me encontré con un niño montañés, que tenía un joven
venado de nariz roja cuyos congéneres lo habían maltratado hasta
morir. El niño me dijo que el único regalo que deseaba era que
salvara su reno y que me lo llevara, porque en ese lugar nunca
sería feliz. Las medicinas de los duendes no solamente sanaron al
reno, sino que causaron que su nariz brillara en la oscuridad. No sé
cómo ese anécdota llegó a oídos de Robert L.May, quien escribió
la pequeña historia "Rodolfo el reno". Cómo me gusta esa
canción.
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