Del diario de Aqueas Nicolaus, seis de diciembre del año 345
Jo,
jo, jo, apenas puedo creer que fue ayer desde que me convertí en ese
ser al que hoy día llaman Santa Claus. Hasta a mí me extraña ese
nombre, pero la gente siempre inventa o exagera cosas de alguien que
ama o venera y a veces, pese a mi extremo cristianismo, me parece que
fue lo que hicieron con Jesús; pero cada vez que pienso eso último,
prefiero desechar esa idea. Incluso la Coca Cola me tiene de símbolo
corporativo, algo de lo que no me gusta enorgullecerme.
Veamos
donde comienzo, oh sí, aquella mañana de navidad el 345 del
calendario juliano; ese día yo estaba realizando una misa en la
iglesia de Myra, hoy patrimonio de la humanidad declarado por la
UNESCO. Era uno de mis deberes como obispo de Myra, tal vez no el
único, pero el más simbólico de mi cargo; qué casualidad que
vestía mi sotana roja, de esas que usábamos en la iglesia oriental
de aquellos días, a la que los eruditos le atribuyen el origen de mi
uniforme; de eso escribo luego.
Ese
día estaba tan elocuente y alegre como siempre; sin embargo
era consciente de que los niños y niñas de la multitud, de padres
de todas las clases sociales, me observaban con una profunda
atención. También lo hacían los pequeños mendigos e indigentes
que daban sus primeros pasos en esa desdichada vida, que por
vergüenza no deseaban entrar en la lujosa iglesia.
Cuando
terminé la misa, no pude contar las infinitas sonrisas infantiles
que se mostraban ante mí, ellos esperaban aquel acto que yo repetía
después de cada misa, el de repartir golosinas. Iba acompañado de
mi fiel sacristán quien le tocaba cargar el cesto, mientras yo
repartía las dádivas a esa animada multitud infantil, incluso las
tiraba a quienes estaban demasiado lejos; siempre procurando dar
suficientes para que no se formara una trifulca, animando además la
ocasión con mi risa jo, jo, jo.
Nunca
imaginé que además de niños, alguien más me observaba atentamente
y no precisamente esperando mi caridad. Esto no lo escribo con el
ánimo de que me creas o no, fue algo que yo viví; si algún día lo
llegas a leer, te aseguro que yo ,Aqueas Nicolaus, te digo la verdad.
Fue
en aquella noche, en mi inmensa biblioteca privada, que entré en
contacto con mis captores. Llegué a observar extrañas sombras de
gente pequeña y sombreros puntiagudos quienes creían que no los
había notado, pero yo siempre he contado con buenas aptitudes
deductivas, de modo que los descubrí. Recuerdo que les exigí que no
fueran cobardes, que se mostraran dando la cara, pues sabía que
estaban van allí.
De
repente al girar mi cuerpo a mi otro extremo, descubro delante de mí
a un hombrecillo apenas un poco más alto que mi cintura, orejas
puntiagudas, sombrero sin bordes en forma de cono y un traje muy
apegado a su cuerpo, que contrastaba con las togas que usábamos los
ciudadanos del imperio romano. Su aspecto delataba una criatura
pagana. Era un duende.
Saqué
mi crucifijo y le dije que se fuera el nombre del verdadero Dios,
pues jamás he estado tan asustado como en aquella ocasión en la que
descubrí la real existencia de aquellas criaturas, que como creyente
me enseñaron a combatir. Eso no le hizo la menor gracia a la
criatura, quien rápidamente me arranca mi crucifijo de la mano para
inmediatamente ponerme pesadas cadenas de oro en mis brazos.
Me
llamó por mi nombre y me dijo que estaba arrestado por ser el mayor
promotor del cristianismo, porque por culpa de mi religión la suya
vieja estaba desapareciendo y con ella los antiguos dioses.
Después
de este embarazoso episodio, lo único que rememoro es que de alguna
forma mágica me transportaron a las heladas tierras del norte,
última morada de los dioses nórdicos. Allí me esperaba un juicio
en mi contra.
Aparecí
en una especie de juzgado, en donde la mayoría de las personas allí
presentes eran gentes nórdicas, con sus rústicos trajes de piel y
lana que no tenían la elegancia de nuestras togas romanas, aunque
también divisé duendes, hobbits, elfos, demonios y no podían
faltar dioses. A un extremo estaba el jurado, compuesto en su
totalidad por las mismas especies que hacían de público a ver mi
suplicio pero dos me llamaron la atención; eran Odín, el dios
tuerto más importante del mundo nórdico y su hijo Thor, el temido
dios de la tormenta. En el estrado del juez estaba un duende que
ahora sé que se llama Alberic, nombrado en esa posición porque
supuestamente si a Odín le tocaba ser juez su pena me haría desear
la muerte. A mi derecha como mi abogado defensor estaba Arrio, mi
antiguo rival religioso y como fiscal el dios Loki, aquel de los mil
trucos y engaños. Igualmente recuerdo que todavía estaba
encadenado. Así más o menos recuerdo todo:
-
Arrio, ¿qué haces tú aquí?
-
Bueno mi querido rival, a mí me condenaron a defenderte por propagar
mi fe arriana entre los infieles haciendo que dejaran la antigua
religión.
-
¡¡¡Tú jamás has simpatizado conmigo y ahora me vas a defender!!!
-
Mira Nicolás la única razón por la que te voy a defender es que si
hago que te declaren inocente ellos me dejaran vivir, pero no te
preocupes que soy todo un profesional.
En
ese momento Alberic golpeo su martillo de juez contra la base
-¡¡¡¡Se
levanta la sesión!!!!, que se levante el acusado
Me
levanté junto con Arrio.
El
secretario era el dios Balder, a quien se suponía que Loki mataría
tiempo después causando el Ragnarog, su versión del fin del mundo.
Dirigió sus palabras a mí.
-Aqueas
Nicolaus, obispo de Myra, se le acusa de ser el máximo exponente de
la nueva religión cristiana, causando que nuestra gente se olvide de
la antigua religión, amenazando con desaparecer nuestro glorioso
mundo nórdico, ¿cómo se declara?
Y
yo dije: inocente
Y
mis cortas pero sinceras palabras causaron un gran alboroto en la
multitud presente, siendo Arrio y yo oyentes de todo tipo de insultos
e improperios.
-¡¡¡Orden,
orden!!!!, señor Nicolás, usted es una figura polémica que nos
causa las más variadas reacciones. Le recomiendo que mida sus
palabras y gestos; estas podrían ser sumadas a las evidencias en su
contra.
-
Pero su señoría, yo sólo dije lo que yo pensaba de mí.
-
¡¡¡¡Perro cristiano, púdrete en el infierno!!!! - dijo una
airada mujer.
-
¡¡¡¡¡ Dile a tus compatriotas romanos que se larguen del
Danubio y se hundan con su dios al mar!!!! - agregó un hombre.
Lo
que provocó que Alberic volviera a tocar el martillo
-
¡¡¡¡Basta ya!!!!!, señor Nicolaus, te has declarado inocente,
pero a los ojos de mi gente ya eres culpable. Sin embargo, te
garantizaremos un juicio justo, no más preguntas, que comience la
sesión.
Aquel
juicio fue el momento más triste de mi vida, sentía que me estaban
juzgando por algo que hice bien. Lo que realmente me sorprendió fue
la apasionada defensa que hizo Arrio, aquel al que yo consideraba mi
enemigo religioso.
-
Señores del jurado, el hombre al que ustedes están acusando fue
hijo de nobles romanos, pero luego de la muerte de sus padres se
ordeno sacerdote y dono todos sus bienes a la caridad, ¿quién de
ustedes tendría el valor de hacer algo así? Como obispo de Myra,
dedicó toda su vida a hacer el bien, sobre todo a los niños. Les
contaré sus siguientes anécdotas:
1.
En una ocasión, un hombre pobre estuvo a punto de vender a sus tres
hijas como esclavas, debido a que no tenía dinero para pagar las
dotes de matrimonio. Por eso Nicolás fue en secreto a su casa, para
dejarles tres bolsas de oro con lo que pudo pagar sus dotes.
2.
Hubo una terrible hambruna en el imperio romano, lo que provocó que
un carnicero matara a tres niños para comer su carne. Nicolás fue a
la carnicería, resucitando milagrosamente a los tres.
3.
Tres generales romanos fueron sentenciados injustamente a morir, por
eso Nicolás fue a detener al verdugo. Lo derribo en el suelo y usó
su alta investidura para liberar a los desgraciados.
-
Gracias por defenderme Arrio
-
No me des las gracias mi querido enemigo, estoy salvando mi vida
Pero
cada vez que le tocaba debatir al dios Loki, su elocuencia me dejaba
sin palabras, mientras el público lo premiaba con una profunda
atención.
-
Senador Macarios, ¿está diciendo que Aqueas inspiró multitudes a
quemar templos paganos?
-
Así es - respondió el senador Macarios - él creía que así
aceleraba la muerte de los antiguos dioses.
-
¡¡¡¡Objeción!!! - dije yo - en ese tiempo no sabía que ustedes
existían, yo siempre pensé que el único Dios era Jesucristo.
Eso
último que dije, en lugar de hacer que el público se apiadara de
mí, hizo que se escuchara más de un sonoro abucheo en la sala.
-
Orden, orden - replicó Alberic golpeando con su martillo - no quiero
escándalos en la sala. Señor Nicolás, se le deniega la objeción,
el hecho de que en su ignorancia le impedía saber de nuestra
existencia no lo exime del crimen, siéntese!!
-
Senador Macarios - dijo Loki en un tono amable que me recordaba a la
serpiente del génesis - , ¿usted es cristiano?
-
Me convertí al cristianismo para no ser perseguido, pero yo
todavía adoro a los viejos dioses.
Nunca
imaginé que Macarios seguía siendo pagano, aún así no lo puedo
condenar, porque entendí en ese momento que lo que yo tanto
condenaba realmente existía.
-
No más preguntas - terminó Loki
Finalmente
Loki llamó a declarar al propio Arrio, ese era el as bajo la manga
que siempre tuvo en mente.
-
Estimado obispo Arrio, ¿usted es enemigo acérrimo del obispo de
Myra?
-
Sí
-
¿Qué tipo de disputa tenían?
-
Él es un cristiano católico, cree que Jesús es el Hijo de Dios. Yo
en cambio predico que no es Dios en sí mismo, sino su más perfecta
creación.
-
¿Es por eso que le rompió la nariz?
-
Oh sí, lo recuerdo perfectamente!!! Fue en el concilio de Nicea, él
estaba al lado mío. Tuvimos una discusión en la que él, Nicolás
obispo de Myra, me rompió la nariz con su puño!!
Aquello
pudo haber sido el clavo en mi ataúd fue lo que causó que la corte
se alborotara completamente, que hasta el duende Alberic tuvo que
golpear más intensamente el martillo. Súbitamente, el pequeño bebé
de una joven madre comenzó a llorar, lo que hizo que el público se
irritara.
-
¡¡Orden, orden, señorita por favor, calme a ese bebé o ordenaré
que los saquen fuera!!!
Yo
me acerqué a la joven madre al otro lado del estrado.
-Señorita,
por favor deme al niño, yo lo calmo.
Mire
a aquel niño a los ojos, él me correspondió con una atenta mirada.
Creo que algo en mi rostro lo conmovió, tal vez percibió bondad o
quizá le llamó la atención mi gorda y ovalada cara, con su
abultada barba blanca. Sentí cómo me hacía cosquillas, contraje
las mejillas y comencé a reír.
Jo,
jo, jo
El
niño abrió la boca lo más que pudo, con un chasquido leve trato de
emular mi risa. La multitud allí presente se contagió de mí y
todos rieron a coro.
¡¡Jo,jo,jo,jo!!
¡¡Silencio!!,
¡¡silencio!!
Alberic
tocaba el martillo cada vez con mayor fuerza y con mayor enojo, lo
que finalmente hizo que se impusiera el silencio. Yo deje de reír,
mantuve levantado al bebe por unos minutos, luego lo puse contra mi
hombro meciendo su cuerpecito mientras le daba palmaditas en su
espalda. Le cante unos cuantos himnos griegos de navidad.
El
bebé finalmente dejó de llorar, lo que me parece cautivó al
público.
-
Bien hecho Nicolás - habló Alberic - , pero eso no será suficiente
para poner en duda la abultada evidencia en tu contra.
-
Su señoría, yo no lo hice por eso, sólo quería ayudar. Fue de
todo corazón.
Pase
las noches sin dormir en mi asquerosa celda, sólo pensando en el
veredicto. Sabía que no sería una sorpresa, hasta que la temida
hora llego.
-
Que se levante el acusado
Me
levanté junto con Arrio.
-
Aqueas Nicolaus, mejor conocido como Nicolás obispo de Myra, párroco
de esa misma iglesia, has sido declarado culpable
No
me entristecí, era algo que yo esperaba.
-
Sin embargo, se te ha conmutado la pena. Te condeno a trabajos
forzados, fabricando juguetes para los niños del norte, caso
cerrado.
-
Señor juez, yo nunca he fabricado un sólo juguete, mis viejas y
callosas manos no lo aguatarán!!
-
¡¡Pues empieza ya, antes que envejezcas más!!
Aquello
fue el principio de mi carrera como símbolo de la navidad en
detrimento de mi señor Jesucristo; no era esto lo que yo deseaba.
Como le dije a Alberic, mis ancianas y callosas manos apenas eran
diestras en la labor; lo único que me animaba era hacer felices a
más niños. Mi falta de destreza la compensé con exceso de
voluntad, terminando por convertir a mis juguetes en los mejores
regalos que un infante pudiera tener.
Pronto
se hizo famoso en todo el norte de Europa el taller de Nicolás; mi
trabajo me hizo vivir más años que los demás. Hasta que me volví
más viejo en serio, lo que me dejó en mi lecho de muerte. Allí
estaban muchas personas, duendes, niños, elfos, dioses, como si
sintieran que me debían algo a mí. Después se me acercó Alberic
con una especie de copa en la mano.
-
Oh Alberic, tú sigues igualito, yo en cambio por fin descansaré en
paz.
-
Ja, ja, no estés tan seguro, esclavo.
Me
hizo beber su pócima, lo que restauró mis fuerzas, pero me dejó
lleno de ira.
-
Pero...., qué has hecho?
-
La muerte es demasiado fuerte para ti, esclavo. Si crees que irás al
cielo cristiano para reclamar tu lugar como santo, te tengo que
notificar que eso ya no será posible.
-
¿Qué insinúas?
-
Tonto mortal, tus actos han hecho que en estos últimos años después
de tu supuesta muerte, la gente del imperio romano te venere como San
Nicolás. Si llegas a tu panteón celestial, obtendrás el poder de
acabar con nuestro mundo mitológico de una vez por todas; por eso te
castigo haciéndote vivir setecientos años más. Otra cosa, te
hicieron una tumba en la iglesia de Myra; tú iglesia.
No
pude gozar del descanso que brinda la muerte; me condenaron como un
vil paria a vivir en este imperfecto mundo pecador.
Tuve
que continuar con mi labor de hacedor de juguetes, excepto que ya no
continuaría sólo; era tal la demanda, que el propio Alberic
consintió que algunos de sus duendes me ayudaran. Entonces, nació la
leyenda del taller de Santa en el norte, con sus duendes ayudantes.
Durante
ese tiempo me toco ver la caída del imperio romano de occidente, el
ascenso y caída de los reinos bárbaros; la reconquista mediterránea
de Justiniano, que dejo a Italia arruinada y a su imperio a merced de
los persas y musulmanes; la aparición del imperio musulmán de la mano de Mahoma;
la vida y muerte de Carlomagno, el primer emperador occidental
después de César (muchos le atribuyen haber sentado las bases del
mundo occidental) y los primeros brotes de peste negra en Europa que
acabó con la mayor parte de sus pobladores. Pero nada de esto detuvo
mi determinación de continuar haciendo lo mismo en cada navidad; era
mi manera de hacer un mundo mejor.
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