martes, 19 de noviembre de 2013

De cómo me volví Santa Claus



Del diario de Aqueas Nicolaus, seis de diciembre del año 345



Jo, jo, jo, apenas puedo creer que fue ayer desde que me convertí en ese ser al que hoy día llaman Santa Claus. Hasta a mí me extraña ese nombre, pero la gente siempre inventa o exagera cosas de alguien que ama o venera y a veces, pese a mi extremo cristianismo, me parece que fue lo que hicieron con Jesús; pero cada vez que pienso eso último, prefiero desechar esa idea. Incluso la Coca Cola me tiene de símbolo corporativo, algo de lo que no me gusta enorgullecerme.


Veamos donde comienzo, oh sí, aquella mañana de navidad el 345 del calendario juliano; ese día yo estaba realizando una misa en la iglesia de Myra, hoy patrimonio de la humanidad declarado por la UNESCO. Era uno de mis deberes como obispo de Myra, tal vez no el único, pero el más simbólico de mi cargo; qué casualidad que vestía mi sotana roja, de esas que usábamos en la iglesia oriental de aquellos días, a la que los eruditos le atribuyen el origen de mi uniforme; de eso escribo luego.


Ese día estaba tan elocuente y alegre como siempre;  sin embargo era consciente de que los niños y niñas de la multitud, de padres de todas las clases sociales, me observaban con una profunda atención. También lo hacían los pequeños mendigos e indigentes que daban sus primeros pasos en esa desdichada vida, que por vergüenza no deseaban entrar en la lujosa iglesia.


Cuando terminé la misa, no pude contar las infinitas sonrisas infantiles que se mostraban ante mí, ellos esperaban aquel acto que yo repetía después de cada misa, el de repartir golosinas. Iba acompañado de mi fiel sacristán quien le tocaba cargar el cesto, mientras yo repartía las dádivas a esa animada multitud infantil, incluso las tiraba a quienes estaban demasiado lejos; siempre procurando dar suficientes para que no se formara una trifulca, animando además la ocasión con mi risa jo, jo, jo.


Nunca imaginé que además de niños, alguien más me observaba atentamente y no precisamente esperando mi caridad. Esto no lo escribo con el ánimo de que me creas o no, fue algo que yo viví; si algún día lo llegas a leer, te aseguro que yo ,Aqueas Nicolaus, te digo la verdad.


Fue en aquella noche, en mi inmensa biblioteca privada, que entré en contacto con mis captores. Llegué a observar extrañas sombras de gente pequeña y sombreros puntiagudos quienes creían que no los había notado, pero yo siempre he contado con buenas aptitudes deductivas, de modo que los descubrí. Recuerdo que les exigí que no fueran cobardes, que se mostraran dando la cara, pues sabía que estaban van allí.


De repente al girar mi cuerpo a mi otro extremo, descubro delante de mí a un hombrecillo apenas un poco más alto que mi cintura, orejas puntiagudas, sombrero sin bordes en forma de cono y un traje muy apegado a su cuerpo, que contrastaba con las togas que usábamos los ciudadanos del imperio romano. Su aspecto delataba una criatura pagana. Era un duende.


Saqué mi crucifijo y le dije que se fuera el nombre del verdadero Dios, pues jamás he estado tan asustado como en aquella ocasión en la que descubrí la real existencia de aquellas criaturas, que como creyente me enseñaron a combatir. Eso no le hizo la menor gracia a la criatura, quien rápidamente me arranca mi crucifijo de la mano para inmediatamente ponerme pesadas cadenas de oro en mis brazos.

Me llamó por mi nombre y me dijo que estaba arrestado por ser el mayor promotor del cristianismo, porque por culpa de mi religión la suya vieja estaba desapareciendo y con ella los antiguos dioses.


Después de este embarazoso episodio, lo único que rememoro es que de alguna forma mágica me transportaron a las heladas tierras del norte, última morada de los dioses nórdicos. Allí me esperaba un juicio en mi contra.


Aparecí en una especie de juzgado, en donde la mayoría de las personas allí presentes eran gentes nórdicas, con sus rústicos trajes de piel y lana que no tenían la elegancia de nuestras togas romanas, aunque también divisé duendes, hobbits, elfos, demonios y no podían faltar dioses. A un extremo estaba el jurado, compuesto en su totalidad por las mismas especies que hacían de público a ver mi suplicio pero dos me llamaron la atención; eran Odín, el dios tuerto más importante del mundo nórdico y su hijo Thor, el temido dios de la tormenta. En el estrado del juez estaba un duende que ahora sé que se llama Alberic, nombrado en esa posición porque supuestamente si a Odín le tocaba ser juez su pena me haría desear la muerte. A mi derecha como mi abogado defensor estaba Arrio, mi antiguo rival religioso y como fiscal el dios Loki, aquel de los mil trucos y engaños. Igualmente recuerdo que todavía estaba encadenado. Así más o menos recuerdo todo:


- Arrio, ¿qué haces tú aquí?


- Bueno mi querido rival, a mí me condenaron a defenderte por propagar mi fe arriana entre los infieles haciendo que dejaran la antigua religión.


- ¡¡¡Tú jamás has simpatizado conmigo y ahora me vas a defender!!!


- Mira Nicolás la única razón por la que te voy a defender es que si hago que te declaren inocente ellos me dejaran vivir, pero no te preocupes que soy todo un profesional.


En ese momento Alberic golpeo su martillo de juez contra la base


-¡¡¡¡Se levanta la sesión!!!!, que se levante el acusado


Me levanté junto con Arrio.


El secretario era el dios Balder, a quien se suponía que Loki mataría tiempo después causando el Ragnarog, su versión del fin del mundo. Dirigió sus palabras a mí.


-Aqueas Nicolaus, obispo de Myra, se le acusa de ser el máximo exponente de la nueva religión cristiana, causando que nuestra gente se olvide de la antigua religión, amenazando con desaparecer nuestro glorioso mundo nórdico, ¿cómo se declara?


Y yo dije: inocente


Y mis cortas pero sinceras palabras causaron un gran alboroto en la multitud presente, siendo Arrio y yo oyentes de todo tipo de insultos e improperios.


-¡¡¡Orden, orden!!!!, señor Nicolás, usted es una figura polémica que nos causa las más variadas reacciones. Le recomiendo que mida sus palabras y gestos; estas podrían ser sumadas a las evidencias en su contra.


- Pero su señoría, yo sólo dije lo que yo pensaba de mí.


- ¡¡¡¡Perro cristiano, púdrete en el infierno!!!! - dijo una airada mujer.


- ¡¡¡¡¡ Dile a tus compatriotas  romanos que se larguen del Danubio y se hundan con su dios al mar!!!! - agregó un hombre.


Lo que provocó que Alberic volviera a tocar el martillo


- ¡¡¡¡Basta ya!!!!!, señor Nicolaus, te has declarado inocente, pero a los ojos de mi gente ya eres culpable. Sin embargo, te garantizaremos un juicio justo, no más preguntas, que comience la sesión.


Aquel juicio fue el momento más triste de mi vida, sentía que me estaban juzgando por algo que hice bien. Lo que realmente me sorprendió fue la apasionada defensa que hizo Arrio, aquel al que yo consideraba mi enemigo religioso.


- Señores del jurado, el hombre al que ustedes están acusando fue hijo de nobles romanos, pero luego de la muerte de sus padres se ordeno sacerdote y dono todos sus bienes a la caridad, ¿quién de ustedes tendría el valor de hacer algo así? Como obispo de Myra, dedicó toda su vida a hacer el bien, sobre todo a los niños. Les contaré sus siguientes anécdotas:


1. En una ocasión, un hombre pobre estuvo a punto de vender a sus tres hijas como esclavas, debido a que no tenía dinero para pagar las dotes de matrimonio. Por eso Nicolás fue en secreto a su casa, para dejarles tres bolsas de oro con lo que pudo pagar sus dotes.
2. Hubo una terrible hambruna en el imperio romano, lo que provocó que un carnicero matara a tres niños para comer su carne. Nicolás fue a la carnicería, resucitando milagrosamente a los tres.


3. Tres generales romanos fueron sentenciados injustamente a morir, por eso Nicolás fue a detener al verdugo. Lo derribo en el suelo y usó su alta investidura para liberar a los desgraciados.


- Gracias por defenderme Arrio


- No me des las gracias mi querido enemigo, estoy salvando mi vida


Pero cada vez que le tocaba debatir al dios Loki, su elocuencia me dejaba sin palabras, mientras el público lo premiaba con una profunda atención.


- Senador Macarios, ¿está diciendo que Aqueas inspiró multitudes a quemar templos paganos?


- Así es - respondió el senador Macarios - él creía que así aceleraba la muerte de los antiguos dioses.


- ¡¡¡¡Objeción!!! - dije yo - en ese tiempo no sabía que ustedes existían, yo siempre pensé que el único Dios era Jesucristo.


Eso último que dije, en lugar de hacer que el público se apiadara de mí, hizo que se escuchara más de un sonoro abucheo en la sala.


- Orden, orden - replicó Alberic golpeando con su martillo - no quiero escándalos en la sala. Señor Nicolás, se le deniega la objeción, el hecho de que en su ignorancia le impedía saber de nuestra existencia no lo exime del crimen, siéntese!!


- Senador Macarios - dijo Loki en un tono amable que me recordaba a la serpiente del génesis - , ¿usted es cristiano?


- Me convertí al cristianismo  para no ser perseguido, pero yo todavía adoro a los viejos dioses.


Nunca imaginé que Macarios seguía siendo pagano, aún así no lo puedo condenar, porque entendí en ese momento que lo que yo tanto condenaba realmente existía.


- No más preguntas - terminó Loki


Finalmente Loki llamó a declarar al propio Arrio, ese era el as bajo la manga que siempre tuvo en mente.


- Estimado obispo Arrio, ¿usted es enemigo acérrimo del obispo de Myra?


- Sí


- ¿Qué tipo de disputa tenían?


- Él es un cristiano católico, cree que Jesús es el Hijo de Dios. Yo en cambio predico que no es Dios en sí mismo, sino su más perfecta creación.


- ¿Es por eso que le rompió la nariz?


- Oh sí, lo recuerdo perfectamente!!! Fue en el concilio de Nicea, él estaba al lado mío. Tuvimos una discusión en la que él, Nicolás obispo de Myra, me rompió la nariz con su puño!!


Aquello pudo haber sido el clavo en mi ataúd fue lo que causó que la corte se alborotara completamente, que hasta el duende Alberic tuvo que golpear más intensamente el martillo. Súbitamente, el pequeño bebé de una joven madre comenzó a llorar, lo que hizo que el público se irritara.


- ¡¡Orden, orden, señorita por favor, calme a ese bebé o ordenaré que los saquen fuera!!!


Yo me acerqué a la joven madre al otro lado del estrado.


-Señorita, por favor deme al niño, yo lo calmo.


Mire a aquel niño a los ojos, él me correspondió con una atenta mirada. Creo que algo en mi rostro lo conmovió, tal vez percibió bondad o quizá le llamó la atención mi gorda y ovalada cara, con su abultada barba blanca. Sentí cómo me hacía cosquillas, contraje las mejillas y comencé a reír.


Jo, jo, jo


El niño abrió la boca lo más que pudo, con un chasquido leve trato de emular mi risa. La multitud allí presente se contagió de mí y todos rieron a coro.


¡¡Jo,jo,jo,jo!!


¡¡Silencio!!, ¡¡silencio!!


Alberic tocaba el martillo cada vez con mayor fuerza y con mayor enojo, lo que finalmente hizo que se impusiera el silencio. Yo deje de reír, mantuve levantado al bebe por unos minutos, luego lo puse contra mi hombro meciendo su cuerpecito mientras le daba palmaditas en su espalda. Le cante unos cuantos himnos griegos de navidad.


El bebé finalmente dejó de llorar, lo que me parece cautivó al público.


- Bien hecho Nicolás - habló Alberic - , pero eso no será suficiente para poner en duda la abultada evidencia en tu contra.


- Su señoría, yo no lo hice por eso, sólo quería ayudar. Fue de todo corazón.


Pase las noches sin dormir en mi asquerosa celda, sólo pensando en el veredicto. Sabía que no sería una sorpresa, hasta que la temida hora llego.


- Que se levante el acusado 


Me levanté junto con Arrio.


- Aqueas Nicolaus, mejor conocido como Nicolás obispo de Myra, párroco de esa misma iglesia, has sido declarado culpable


No me entristecí, era algo que yo esperaba.


- Sin embargo, se te ha conmutado la pena. Te condeno a trabajos forzados, fabricando juguetes para los niños del norte, caso cerrado.


- Señor juez, yo nunca he fabricado un sólo juguete, mis viejas y callosas manos no lo aguatarán!!


- ¡¡Pues empieza ya, antes que envejezcas más!!


Aquello fue el principio de mi carrera como símbolo de la navidad en detrimento de mi señor Jesucristo; no era esto lo que yo deseaba. Como le dije a Alberic, mis ancianas y callosas manos apenas eran diestras en la labor; lo único que me animaba era hacer felices a más niños. Mi falta de destreza la compensé con exceso de voluntad, terminando por convertir a mis juguetes en los mejores regalos que un infante pudiera tener. 


 
Pronto se hizo famoso en todo el norte de Europa el taller de Nicolás; mi trabajo me hizo vivir más años que los demás. Hasta que me volví más viejo en serio, lo que me dejó en mi lecho de muerte. Allí estaban muchas personas, duendes, niños, elfos, dioses, como si sintieran que me debían algo a mí. Después se me acercó Alberic con una especie de copa en la mano.


- Oh Alberic, tú sigues igualito, yo en cambio por fin descansaré en paz.


- Ja, ja, no estés tan seguro, esclavo.


Me hizo beber su pócima, lo que restauró mis fuerzas, pero me dejó lleno de ira.


- Pero...., qué has hecho?


- La muerte es demasiado fuerte para ti, esclavo. Si crees que irás al cielo cristiano para reclamar tu lugar como santo, te tengo que notificar que eso ya no será posible.


- ¿Qué insinúas?


- Tonto mortal, tus actos han hecho que en estos últimos años después de tu supuesta muerte, la gente del imperio romano te venere como San Nicolás. Si llegas a tu panteón celestial, obtendrás el poder de acabar con nuestro mundo mitológico de una vez por todas; por eso te castigo haciéndote vivir setecientos años más. Otra cosa, te hicieron una tumba en la iglesia de Myra; tú iglesia.


No pude gozar del descanso que brinda la muerte; me condenaron como un vil paria a vivir en este imperfecto mundo pecador. 

 
Tuve que continuar con mi labor de hacedor de juguetes, excepto que ya no continuaría sólo; era tal la demanda, que el propio Alberic consintió que algunos de sus duendes me ayudaran. Entonces, nació la leyenda del taller de Santa en el norte, con sus duendes ayudantes.


Durante ese tiempo me toco ver la caída del imperio romano de occidente, el ascenso y caída de los reinos bárbaros; la reconquista mediterránea de Justiniano, que dejo a Italia arruinada y a su imperio a merced de los persas y musulmanes; la aparición del imperio musulmán de la mano de Mahoma; la vida y muerte de Carlomagno, el primer emperador occidental después de César (muchos le atribuyen haber sentado las bases del mundo occidental) y los primeros brotes de peste negra en Europa que acabó con la mayor parte de sus pobladores. Pero nada de esto detuvo mi determinación de continuar haciendo lo mismo en cada navidad; era mi manera de hacer un mundo mejor.
 
 
Copyright, todos los derechos reservados


 
 
 
 




No hay comentarios:

Publicar un comentario