Bari,
1943
La segunda guerra mundial estaba en su apogeo, y para bien o para mal
mis vacaciones en el neutral Méjico fueron interrumpidas por un
sueño en el que una joven señora me pedía como santo patrón que
rescatara a su hijo, a quien perdió en medio de los bombardeos a la
ciudad. Ese día yo conducía el trineo de Odín con el sombrero de
charro todavía colgando de mi cuello por medio de una tira y Alberic
estaba a mi lado. Íbamos a una altitud muy superior al de los
aviones de aquella época para evitar ser detectados sin llegar a
desmayarnos, probablemente por ser seres mágicos.
-Interrumpiste
nuestras vacaciones en Méjico por un sueño que tuviste
-Era
muy vívido Alberic, vi a una mujer joven rezándome con mi nombre
de santo para que salvara a su hijo y se lo regresara a salvo
-
¿Cómo fue que se te concedió ese don?, no recuerdo que Odín te
haya dado algo así
-Quizá
es un regalo de mi Dios cristiano
-Pues
tu Dios cristiano va a hacer que nos maten
-Correré
el riesgo, como su santo patrón no puedo permitirme el lujo de
fallarle
-¿Fallarle?,
que yo sepa no eres ningún santo, hace casi dos mil años que te lo impedí. Escucha Aqueas, tu deber es en navidad.
-Lo
sé, pero la única razón que hago estas cosas es para que la gente
tenga algo que creer, en este caso en mí. Es mejor que crean que los
santos existen en lugar de dejarse llevar por ideas materialistas y
líderes mesiánicos, ¿qué crees tú que fue el origen de estas dos
guerras?
-Vaya,
no me digas que también serías capaz de salvar a los judíos,
gitanos y enfermos mentales de sufrir a manos de los nazis.
-Lo
haría si tan sólo creyeran en mí
Al
oír esto, Alberic calló para fortuna mía; prefería lidiar con el
cañón de una Kalashnikov que ser acribillado por sus inquisidoras
preguntas. Poco a poco descendí en picada hasta la ciudad de Bari, o
lo poco que quedaba de ella luego de tantos bombardeos.
Descendimos
lentamente en picada, apoyados en la magia de los renos. Para fortuna
nuestra no estaba pasando nada en ese momento, limitándonos
solamente a ver edificios en ruinas, sin azoteas y una que otra bolas
de humo negro que se expandía poco a poco hasta difuminar su
contenido; dejando una estela de neblina oscura que al contacto con
la piel hacía sentir calor intenso, además que dificultaba
respirar. Si tuviera que describir a la ciudad desde arriba, parecía
un cementerio en ruinas, con criptas abiertas, vacías y un silencio
sepulcral. A medida que descendíamos la humareda se hacía más
densa, pero nada como la caliente nariz de Rodolfo para desintegrar
aquellas incómodas partículas.
Aterrizamos
frente a lo que parecía ser un edificio de varias plantas, que
parecía completo en el exterior pero no con la azotea destruida y
sus ventanas rotas. Luego de aterrizar el trineo con renos, deje mi
sombrero de charro en el asiento, tome mi típico sombrero rojo con
mota y franja de fieltro blanco para complementar mi traje; me baje
de allí y me acerque a la entrada, que tenía su puerta hecha
pedazos. Justo cuando iba a entrar Alberic, que se quedo para cuidar
el trineo, me hizo la siguiente pregunta.
-¿Por
qué no usas la magia para hacerte invisible?, algún soldado te
podría ver
-Si
lo hago, el niño no me podrá ver y no sabrá que soy San Nicolás o
lo que crea que soy.
-Entonces
rézale a tu Dios cristiano que te proteja.
Asentí
con la cabeza, le esparcí polvo mágico para hacerlo a él y al
resto del trineo invisible, hice la señal de la cruz y me dispuse a
entrar. Entre el lo que parecía ser una especie de recepción, pero
el mostrador con el timbre estaban cubiertos de polvo y escombros;
los muebles estaban hechos pedazos, con una que otra pata de silla
regada por el piso y los colchones carcomidos, como si una gigantesca
termita los hubiera usado de bocadillo.
Justo
al dar unos cuantos pasos, me tropecé con una muñeca defectuosa. Al
verla ante mis ojos me di cuenta que era una de las tantas que
habíamos hecho en el taller, sólo que a esta le faltaba un ojo, la
ropa estaba hecha harapos, la costura cubierta de polvo; le quedaba
muy poco pelo y por un agujero del extremo se le salía su relleno de
lana. Ella, que alguna vez fue una hermosa muñeca de lana, se
convirtió en víctima de la guerra y hubiera roto en llanto si no
hubiera tenido en cuenta que tenía que ser sigiloso para encontrar
al niño. Esa es la razón por la que nunca hago juguetes de guerra.
Era
inútil caminar hacia arriba, ya no quedaba piso ni escalera por
donde pasar, así que llegue a la conclusión de que si alguien se
refugió aquí debió haber sido en el sótano. Ayudado por la magia,
busque exhaustivamente hasta que encontré la puerta que me llevo
escaleras abajo.
Me
encontré perdido en un laberinto de cajas con unas palabras escritas
en alemán de letra imprenta, todas repletas de municiones. Estaba
bastante estrecho, afortunadamente yo tenía bastante entrenamiento
subiendo y bajando chimeneas llenas de hollín. Era tal la penumbra
que me sentía como pájaro en una cueva.
Poco
antes de llegar al centro de aquel laberinto, tuve una visión que me
helo la sangre: eran un grupo de soldados alemanes. Aunque sus ropas
mostraban las marcas de las batallas y sus rostros reflejaban el
estrés del combate, todavía tenían suficiente dignidad para
luchar. Se estaban preparando para un último combate y yo sabía que
si descubrían mi presencia no llegaría a ver la navidad. Suerte
para mí que pude ocultar mi voluminoso cuerpo detrás de un grupo de
cajas ordenadas de forma rectangular.
Desde
hace siglos Bari era reconocida como la última tumba de San Nicolás,
pues mis supuestos restos fueron trasladados allí luego de la
conquista musulmana de Asia Menor, en donde se encontraba mi anterior
tumba en la iglesia de Myra, con la supuesta intención era
protegerlos del sacrilegio de los infieles. No era difícil para mí
imaginar que si yo moría en ese momento entonces sí me enterrarían
allí.
Así
que decidí sacar de mis alforjas mi mejor arma, una flauta de Pan,
un instrumento de viento conformado por varios tubos huecos. Sin
embargo, este tenía una diferencia, era una flauta mágica. Los
duendes me la habían regalado en uno de mis tantos cumpleaños, con
el fin de usarla en caso tal de que me sorprendiera con un infante o
algún padre de familia que estuviera despierto en la Nochebuena, así
pensarían que el haberme descubierto sería simplemente un agradable
sueño y yo podría cumplir con mi trabajo. Nunca llegué a imaginar
que también llegaría el momento en que me podría salvar la vida y
daba gracias a Cristo que en ese momento la tenía.
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