Luego
de servir con valor y fervor a la orden templaria durante las cruzadas
de tierra santa, el caballero alemán Wolfang de Schrodinger, conde de
Westfalia, decide abandonarla. Está asqueado de ver a sus compañeros
matar gente indefensa indiscriminadamente, aunque se trate de civiles
musulmanes, de verlos romper sus votos de castidad tan fácil como tomar
agua y despilfarrar el dinero que ganan como banqueros de la nobleza
europea en los más superfluos lujos – irónicamente se llaman así mismos
“los pobres caballeros de Cristo”-. Por lo tanto, vuelve a su antiguo
estatus de noble caballero, solo que ahora sin dinero, ya que había
renunciado a su posición privilegiada con su familia para vivir con sus
votos de pobreza y, para su suerte, se le presenta la mejor oportunidad
para recuperarlo todo: el emperador del imperio romano – en realidad su
parte oriental, que sobrevive a la caída del lado occidental del
imperio, hace ya tiempo atrás -, Kosmo I, está ofreciendo a su hija,
María Isabel, en matrimonio a aquel valiente caballero que pueda ganar
la justa que ha organizado. Y es que el emperador, pese a ya tener un
heredero varón, está urgentemente necesitado de un nuevo aliado, un
guerrero lo suficientemente fuerte y valiente para nombrarlo su yerno y
general de sus ejércitos, capaz de mantener a raya a sus numerosos
enemigos, sobre todo los turcos.
Todos los contendores desfilan con sus caballos, alrededor de la lisa – que es el área establecida para las justas –, mostrando los blasones de sus escudos, siendo el de Wolfang el de un imponente lobo blanco, parado sobre sus patas traseras y aullando; es el símbolo de su familia. Wolfang va revestido de su deslumbrante armadura de dragón y también su caballo tiene puesta su armadura; son las únicas pertenencias que le quedan al noble caballero luego de abandonar la orden templaria.
Pero el que más llama la atención es el peor armado de todos: uno que apenas está revestido con un casco y una cota de malla que le cubre todo el cuerpo excepto por el caballo, cuya cota de malla apenas le cubre su cabeza. Su blasón lo delata como griego: es la de una hidra, animal mitológico con forma de serpiente y más de mil cabezas. Su nombre lo anuncia el pregonero: Quirón de Megara. Si bien su pobre armamento capta todas las miradas y es hasta motivo de burla, tanto la postura de Quirón como la de su caballo es desafiante, galante y estoica; muestra mucha seguridad en sí mismo y da la sensación de que es un rival a temer, algo que deduce perfectamente Wolfang.
La otra persona que llama la atención en todo el torneo es la princesa María Isabel Commeno, una griega joven y rubia – pero de un rubio tipo nórdico y no mediterráneo, como se espera de cualquier princesa griega -; pelo amarillo y largo, que, junto con su alta estatura, le delatan una posible ascendencia eslava-. Sin embargo, lo que más destaca de todo es su belleza: opaca al resto de las jovencitas que están sentadas en las tribunas. María Isabel, parada desde su palco de honor, viste con su traje verde esmeralda de estilo greco asiático que la hace resaltar aún más de la multitud.
Cuando el pregonero suena la trompeta, todos los caballeros cabalgan hacia sus respectivas caballerizas improvisadas, para prepararse para la sangrienta batalla que pronto comienza.
Durante cuatro días seguidos, el crujir de las lanzas al romperse, el polvo que se levanta en el aire al caer los caballeros del caballo, el ruido de los cascos de los caballos al correr a toda velocidad, el sonido de las espadas al golpear escudos y armaduras son la nota corriente. En ese lapso cuatro caballeros mueren.
Destacan entre todos Wolfang y Quirón que, pese a sus carencias, demostró ser un rival imbatible. Finalmente, se da comienzo al último gran duelo: Wolfang de Schrodinger y Quirón de Megara, el caballero pobre. Pero justo antes de comenzar el duelo, Wolfang, en tono de lo más cortés, le advierte al griego en su idioma griego.
— Ríndete y retírate de aquí, estás peor armado y es posible que salgas mal herido o muerto.
— ¿Ah sí?, pues eso lo veremos.
Y Wolfang, que es hasta más pobre, también se lanza al ataque, pues tampoco tiene nada que perder.
Primero comienzan a tratar de derribarse del caballo con sus respectivas lanzas, corriendo a todo galope, pero ninguno cae; ambos siguen montados en sus caballos y rompen las tres lanzas reglamentarias contra sus escudos. Luego de eso, ambos deciden bajar de sus monturas y batirse a duelo con sus espadas de doble filo, iniciando un colosal combate cuerpo a cuerpo.
La rapidez y los buenos reflejos de los dos son más que evidentes, logrando chocar el filo de sus espadas constantemente en movimientos de defensa y ataque, generando ruidos metálicos que se escuchan en todo el escenario de la justa, ante la atenta mirada de un público expectante. Ninguno de los dos hace retroceder al otro. Sin embargo, al ser igual de diestros en la espada, ambos logran acertar la misma cantidad de tajos al contrincante, siendo el caballero griego el que lleva la peor parte, pues su armadura de cota de maya es de inferior calidad que la de Wolfang. Desesperado, Quirón trata de dar tajos con su espada en las partes articuladas de la armadura del alemán, tratando de herir sus partes blandas, pero este se defiende muy bien. En cambio, Wolfang logra escuchar la respiración forzada de Quirón; es obvio que le cuesta más esfuerzo combatir, pero no deja de hacerlo.
Finalmente, Quirón lanza un tajo con su espada, en trayectoria curva y en dirección derecha hacia la cabeza del alemán, pero éste la esquiva y aprovecha el espacio que deja el griego y golpea el yelmo de su adversario con el pomo del mango de su espada y este cae al suelo. Luego, Wolfang pone el filo de espada contra la yugular del griego y dice lo siguiente.
— Ríndete, no puedes conmigo.
Pero el caballero griego responde gritando a los cuatro vientos.
— ¡Pues entonces matadme, prefiero morir a no merecer el amor de María Isabel!
Mientras el alemán vacila, una muchacha alta, rubia, vestida con un elegante traje verde esmeralda con matices orientales y cojeando de una pierna – aparentemente salto del palco de honor para caer mal en el suelo – se acerca rápidamente. Es María Isabel, quien corre hacia donde yace el griego, gritando lo siguiente.
— ¡Quiron!, ¡Quiron!, ¿te encuentras bien?
Y justo en ese momento, Wolfang se quita el casco, dejando al descubierto su bello rostro y dice lo siguiente, ante el asombro de todos.
— He perdido, de nada sirve que te haya vencido en esta justa si has ganado lo más importante, el amor de María Isabel.
A continuación, Wolfang da la media vuelta y se va caminando, casi al mismo tiempo que María Isabel se acerca a donde está postrado Quirón.
— ¡Quirón, mi bello!, ¿cómo te sientes? – dice ella mientras lo consuela y le quita el casco, mostrando su rostro cansado y algo hinchado por el golpe de Wolfang – peleaste muy bien, a pesar de estar peor armado.
Luego de decir todo eso, su cabeza miro en dirección a Wolfang, que está caminando sin mirar atrás y dijo lo siguiente.
— Muchas gracias por rendirte, Wolfang, eres un hombre muy honorable.
Justo en ese momento, llega el emperador, su séquito y el resto del público. El emperador le reclama lo siguiente a Wolfang.
— Señor, usted gano, lo tenía a su merced y aun así se rindió, eso no es normal.
— Fue porque me di cuenta de que con una espada se puede conquistar reinos y ganar batallas, pero jamás convencer corazones. Ahora, con su permiso, volveré a tierra santa a unirme a una orden y pelear contra los turcos; prefiero morir en batalla a seguir viviendo con un corazón roto.
Pero entonces el emperador dice.
— Pues esto no se queda así, ¡guardias!,¡apresen a estos tres!,¡ordeno la boda entre Wolfang y María Isabel y arresto de Quirón ahora!, ¡el resultado real de la justa es que Wolfang venció a Quirón, que es lo que vi, por lo que no acepto su rendición!
— ¡Noooooo! – grita entre lágrimas María Isabel.
Y justo antes de que los soldados los terminen de rodear, Wolfang rápidamente desenfunda su espada, agarrándola con las dos manos y en posición de ataque, lo que sorprende a todo el mundo.
— Si usted ordena eso, mi querido emperador, antes de que me maten a mí, usted será el primero en morir; según las reglas de la justa, quien se quita el casco es el que se rinde y eso se debe respetar.
Estupefacto, el emperador pregunta, señalando con su mano derecha a donde están postrados Quirón y María Isabel, quienes están abrazados y agarrados fuertemente de las manos.
— ¿Estás dispuesto a morir por defender el amor de estos dos?
Y Wolfang responde con firmeza, cortando el aire con su voz.
— ¡Sí!, y ya todos ustedes conocen mi reputación con la espada.
Ambos se miran fijamente sin parpadear. Luego, el emperador dice.
— Está bien, si así lo quieres, gran malagradecido, así será, ¡guardias!, bajen sus armas y repliéguense.
Los soldados bajan sus lanzas y retroceden.
— Ahora vete en paz, Wolfang, a morir en tierra santa para no verte jamás.
— Con mucho gusto, pero como yo me entere que usted no cumplió con las reglas de la justa, yo mismo regreso para cortarle la cabeza e, incluso si muero, para reinar en sus pesadillas.
Y Wolfang va rápidamente a su caballo, lo monta y se va a todo galope.
Fin
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Muy bueno, Alberix. Como siempre, un escenario logrado. Se respira el aire de la época. Un saludo.
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