Por las oscuras calles de Nueva York, un médico y su mujer caminaban de regreso a casa tras una función de teatro. Faltando unos metros para llegar al hogar, se encontraron con un vago moribundo, que pedía a gritos ayuda. En lugares como Estados Unidos, ayudar a gente extraña se considera una gran tontería, pues muchas personas han sido asaltadas o asesinadas de ese modo.
El médico se disponía a avanzar cuando su mujer lo detuvo.
- Mi amor ¿Y si se trata de una trampa?
El hombre le respondio
- Cariño, pase lo que pase, yo hice el juramento hipocrático, es más, este hombre me parece de lo más convincente.
Lo que no sabía el buen médico, era que el bandido sono así de convincente porque alguna vez fue un actor de Broadway. Tratando de tomar por sorpresa al médico, se abalanzo rápidamente sobre él con un puñal automático, cuyo filo recien emergio instantáneamente del mango. Sin embargo, había algo con lo que no contaba el criminal, el médico era un experto en las artes marciales.
Rápidamente, el médico le hizo volar por los aires el puñal con un potente golpe de su puño y acto seguido, aprovechando lo vacilante que quedo por unos segundos el bandido tras esa acción, tomo su cuerpo por partes vitales y, realizando unos movimientos como de jiu jitsu, lo giro por los aires y lo dejo caer en el suelo de forma violenta. Ahora sí estaba gimiendo de dolor de verdad, ante la impávida mirada de la mujer.
Otro hombre hubiera dejado al sinverguenza allí, pero el médico no lo hizo: le dio vuelta boca arriba y reviso exhaustivamente su anatomía.
- Tienes el mentón parcialmente desencajado, cuatro costillas rotas y el tobillo fracturado. Te dare los primeros auxilios y luego llamare al ambulancia.
El sorprendido ladrón, más estupefacto que agradecido, le pregunto lo siguiente.
- Eres un tonto, si no supieras pelear, te hubiera matado y desvalijado como cualquier otro y lo más raro de todo, es que me quieras ayudar ahora, justo cuando me diste mi merecido; otro neuyorkino me hubiera dejado pudriendome en la acera.
El buen médico le respondio.
- Hace años que hice el juramento hipocrático, de modo que siempre estare dispuesto a ayudar en lo que pueda a la humanidad. Si hubiera sido el primer caso, tambien seguiría otra máxima de aquel juramento: no desearte ningún mal.
La mujer rodeo al marido fuertemente con sus brazos y lo relleno de besos.
- Esa fue la razón por la que me case contigo, eres un buen hombre.
Humildemente, el hombre le respondio suavemente.
- Bueno cariño, sólo cumplo con mi trabajo.
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