Véngame,
Joe
Tras aquel crudo intercambio de palabras,
ambos disparejos gladiadores se cuadraron para pelear: un Acab Michaelson lleno
de heridas, pero con su fornido cuerpo aun ágil como un bailarín y actitud
combativa y la enorme masa de músculos que era Joe Lambada, que respiraba por
la boca y su sangrado era bastante más pronunciado, pero sin perder el espíritu
de lucha.
El primero en atacar fue Michaelson: hizo
unas volteretas en el suelo, apoyándose en sus dos manos, girando alrededor de
un centro imaginario mientras cogía impulso, para atacar con sus poderosas
piernas, en una trayectoria que recordaba la hélice de un helicóptero; Joe pudo
esquivar una de las patadas, pero la hélice humana siguió girando en ese mismo
momento y otra patada giratoria golpeo el bello pero macizo rostro de Joe. El
gigante cayo en el suelo, al mismo tiempo que dom Acab aterrizaba parado, con
la mirada de un felino dispuesto a jugar con su presa.
-¡¡Vamos Joe!! ¿Eso es todo lo que tienes?
¡¡Ja,ja,jajajaja!! ¡¡Pues entonces aquí, en este momento, acaba tu leyenda!!
Aquellas palabras, lejos de desanimar al
descalabrado rival, fueron como un soplo de vida para el coloso; como un volcán
a punto de estallar, el hombre se reincorporo, con algo de de dificultad, pero
bastante dignidad para seguir combatiendo. Jadeando sin cesar, le grito lo
siguiente sin expresar deseos de rendirse
-¡¡Muy bien, duendecillo sin pelo,
disfruta tu corto lapso de gloria, porque jamás Joe Lambada ha perdido una
pelea y mucho menos la voy a perder con un alfeñique como tú!! ¡¡Cuando termine
contigo, voy a usar tu cráneo para celebrar mi victoria mientras bebo la
caipirinha contenida en él!!
Sin esperar a que de su mente saliera
siquiera un pensamiento que pudiera sonar a insulto, un enojado Michaelson se
lanzó en el aire hacia la cabeza de Joe, como si fuera un Superman dispuesto a
decapitarlo. Era cuestión de fracción de segundos para el contacto, pero Joe
Lambada se agacho rápidamente un milisegundo y medio hacia abajo, tomo impulso
y lanzo unas patadas giratorias en sentido vertical, tratando de tomar ventaja
de su mayor estatura; una de las patadas le dio en el vientre del proyectil
humano, causándole una mueca de dolor.
Michaelson tuvo que realizar un forzoso aterrizaje, para evitar una mala caída; logro romper su trayectoria dando giros como un gato, hasta que logro aterrizar como una rueda arrastrándose en el suelo irregular y lleno de herbazales de la selva amazónica. Finalmente, estuvo a punto de chocar con la corteza de un árbol; logró patearlo justo a tiempo para evitar el impacto. El calvo se reincorporo de un salto para ponerse en posición de combate; se había roto dos costillas tras esa brutal maniobra, lo cual era evidente en los movimientos irregulares de su cuerpo, que se inclinaba ligeramente hacia abajo por un costado. Pero tal era la adrenalina que segregaba su sangre, que ni eso era capaz de desanimarlo.
-¡¡Bah!! ¡¡Debo admitir que con esa patada
casi me matas, pero esto no ha terminado!! – acto seguido, escupe en el suelo
saliva mezclada con sangre - ¡¡Joe Lambada, eres mío y te voy a liquidar!!
-¡¡Deja de hablar tonterías, pedazo de
hombre, que, si yo estuviera al cien por ciento de mis condiciones, esta pelea
no hubiera pasado de los diez minutos!!
Al escuchar eso, los ojos de Acab
Michaelson pestañearon, reflejándose en ellos un brillo macabro.
¡¿Conque no estás a tu cien por ciento?!
¡¡Jajaja!! ¡¡En verdad, eso suena a música para mis oídos!! ¡¡Te he visto
jadear, moverte con dificultad y al principio de la pelea, note tu dolor de
espalda!! ¡¡Cada vez te tengo menos miedo, saco de papas bailarín!! ¡¡Mi cuerpo
sí está al setenta y ochenta por ciento, con todo y mis heridas!! – no quiso
mencionarle sus costillas rotas, aunque era obvio, dado a la rara inclinación
de su cuerpo hacia abajo por un costado.
Girando como un trompo, Michaelson se
abalanzo hacia Joe, dando patadas giratorias y a una velocidad casi
sobrehumana, acercándose peligrosamente hacia Lambada. Este se mantenía en su posición
de guardia, sangrando y con bastante dificultad, pero sin mostrar ganas de
rendirse; retrocedía trotando en la punta de sus pies, sacando agilidad de
donde ya casi no le quedaba, incluso logro saltar sobre un tronco de árbol
antes de tropezarse con este y fue entonces cuando tuvo una idea. Cinco
segundos con tres milésimas de este antes que Michaelson estuviera a tres
patadas giratorias más cerca, Lambada levantó el tronco, que era casi tan
grande y pesado como el cuerpo de su rival, bloqueando las piernas; el tronco
se rompió en pedazos tras el impacto del golpe y Lambada tuvo que cubrirse los
ojos con una de sus manos para que los pedazos de madera no rasgaran sus ojos.
La selva mantenía un silencio sepulcral,
como si estos dos gladiadores, casi semidioses, la hubieran silenciado; tan
sólo el zumbido de los mosquitos y alguno que otro grillo aun osaban
interrumpir aquel baile letal. Ni las picadas de insecto les molestaban, debido
al flujo de adrenalina de sus musculosos cuerpos.
Llorando se fue,
El que un día me
dejo su amor
Llorando se fue,
el que un día
me hizo llorar
Llorando estará
Recordando el amor
Que un día no
Supo cuidar
A pesar del gran impacto, Acab no mostro
signos de dolor alguno: dejo de dar patadas, pero se puso en posición de guardia,
saltando sobre la punta de sus pies entre aquel herbazal, como Joe, pero con
mucha más estamina.
-¡¡Je,je, jamás pensé que cayeras tan
bajo, Joe Lambada, haciendo trampa para retrasar tu inevitable muerte!!
Dijo esto, como para menospreciar la hazaña de
fuerza del malherido coloso, pues éste sabía que, si no actuaba de ese modo,
las patadas veloces y poderosas de su rival lo hubieran vapuleado sin piedad su
ya castigado cuerpo. Pero tampoco estaba dispuesto a caer en aquel juego
sicológico y respondió.
-¡¡Y qué!! ¡¡No me digas que no te dolió,
bola de billar con bigote!!
Pero Acab no se dejó provocar: mantuvo su
posición de guardia, sin lanzar más patadas; era probable que estaba consciente
que, tras terminar la pelea, su pierna se hincharía irremediablemente y podría
causarle una gangrena. Sin embargo, primero quería llevarse la satisfacción de
matar a Joe antes de morir.
Joe, en cambio, era consciente que su
estamina no estaba mucho mejor que la de su rival, por eso debía mantenerse a
distancia y usar su mayor alcance para darle un golpe definitivo y noquearlo,
pues era su mejor oportunidad de supervivencia: debía darle una patada en la
cabeza, con toda la fuerza de la que era capaz, para lograr este objetivo. El
único inconveniente era que dom Acab podría bloquear el golpe y al hacerlo
fallar, quedaría con la guardia abierta y le abriría la oportunidad para que su
adversario le diera una paliza. Pero estaba dispuesto a correr aquel riesgo;
era su única oportunidad de ganar la pelea y seguir con vida.
Justo en el momento que Acab Michaelson se
acerco saltando en la punta de sus pies, Joe Lambada le lanza su patada; el
golpe dio en la cabeza a Acab, pero este lo amortiguo agarrando la larga pierna
con su musculoso brazo y utilizo el desequilibrio y el peso de su rival más
grande para lanzarlo contra el suelo, apoyándose por completo con toda la
fuerza de su cuerpo como una especie de palanca. A continuación, un enfurecido
Acab Michaelson comenzó a darle una lluvia de puñetazos a Joe Lambada, que tras
haber dejado abierta su posición de guardia luego de su ataque, quedo
indefenso.
-¡¡Toma esto y esto y esto Tarzán de
papel!! ¡¡Ahora sí eres mío, mío!! – Acto seguido, le escupio dos veces en el
rostro - ¡¡Me has decepcionado Joe Lambada!! ¡¡Todo lo que decían de ti, el
mono blanco, el asesino sonriente, el hombre que mató al papa, el Tarzán asesino, bla,bla,bla,bla,bla!!
¡¡Ahora, este es el último capítulo de tu leyenda, grandioso maricón!!
Joe Lambada estaba quedando inconsciente:
se sentía cada vez menos en este mundo y en una especie de más allá. Su vista
cada vez veía menos al borroso rostro de Acab Michaelson y se hacia más claro
el rostro de una niña entre doce y catorce años: era Roberta, su primer amor.
Joe Lambada había recuperado su cuerpo de
preadolescente y estaba bailando en un suelo formado por nubes y un cielo
boreal con Roberta, tal y como eran cuando fueron adolescentes: Roberta era
unos centímetros más alta que Joe, piel mediterránea, hermosos ojos grises y
larga cabellera castaña al viento. Su cuerpo esbelto era similar al de una
galante patinadora olímpica principiante.
-Oh Roberta, te ves tan hermosa; quiero
bailar eternamente contigo.
-Yo también Juanito, te amo.
Se miraron frente a frente; sabían que
estaban destinados a estar juntos para siempre.
-No es tu momento Joe
Los relucientes ojos negros del niñito se
pusieron húmedos; su mirada triste contrastaba con la profunda, amorosa pero
misteriosa mirada de su compañera.
-Véngame, Joe.
- ¿De qué estás hablando? ¡¡Yo quiero
estar contigo, bailando la Lambada para siempre!!
La niña se puso un poco melancólica.
-No Joe, no es tu momento; lo sabes en tu
corazón.
- ¡¿De qué hablas?!
- ¿Qué acaso no lo recuerdas? Antes de
morir, te miré a los ojos y te dije “véngame Joe”
- ¡Pero si ahora estoy contigo, en el
cielo!
-Estás en el mundo entre mundos; lo entenderás
algún día, cuando mueras.
-¡¡Pero si ya estoy muerto!!
-No es cierto, te quieres dejar morir
porque no quieres cumplir la promesa que me hiciste en tu corazón: tienes que
matar a Silvio.
- ¡¿Cuál Silvio?! ¡¡No recuerdo nada!!
-Hasta luego Joe, nos vemos en el más
allá.
Tras decir esto, una fuerza desconocida
arrastro al niño preadolescente lejos y más lejos de su compañera de danza;
ésta lo despidió besando su mano derecha y haciendo un ademán como si se lo
estuviera lanzando a él. La misma mano la levanto hacia arriba y le dio su
saludo de despedida.
-Te amaré por siempre.
El niño trataba inútilmente de resistirse
a aquella fuerza que lo arrastraba más y más rápido hacia el reino de los
vivos. En su último esfuerzo, trato de darle alcance a su compañera alargando
lo más que podía su brazo derecho con la mano extendida.
-¡¡Roberta, ven a mí!! ¡¡Roberta, nooooo!!
Aquella epifanía mística se esfumo y su
mirada borrosa miraba cada vez con mayor claridad al hombre que le estaba dando
una paliza.
-¡¡Muere, muere ya, maldito infeliz!!
¡¿Acaso tienes más vidas que un gato?!
El languideciente Joe, en un último
esfuerzo de reflejo, dio un golpe sin pensar a la tetilla derecha y
desprotegida de su rival, como si instintivamente quisiera aprovechar el exceso
de confianza de Acab, quien no estaba en posición de guardia por estar
concentrado en dar puñetazos, exponiendo así su tórax y su pecho; aquel golpe
lo paralizo casi por completo.
-¡¡Maldito, has golpeado mi marcapasos!!
Y el demonio sonriente, con su pañuelo
rojo hecho jirones y su rostro hinchado y desfigurado de la paliza que recibió,
se levanto del suelo con nuevos bríos y una gran sonrisa de delirio en sus
ojos.
¡¡Jajajajaja!! ¡¡Qué pasa enano!! ¡¿Se te
acabo la fuerza?!
Pero el debilitado Acab aun trataba de
mantener la compostura, pese a sus movimientos involuntarios; estaba tratando
de mantener una posición de combate, con los puños cerrados, los pies afirmados
en la tierra y su cuerpo en un centro imaginario, pero le era cada vez más
difícil mantener el control.
¡¡Ven maldito grandulón, un ex soldado de fuerzas
especiales no se rinde nunca!!
El hombre jadeaba y estaba fuera de sí,
pero todavía seguía con actitud combativa. Sin embargo, Joe Lambada sabía que
había llegado el momento de devolver los golpes; con su rostro desfigurado pero
lleno de delirio, se reía como un demonio.
Llorando se fue,
El que un día,
Me dejo su amor
Llorando se fue,
El que un día,
Me hizo llorar
Llorando estará,
Recordando el amor
Que un día no supo cuidar
La fiesta paso,
Y la hoguera me,
Dejo su Adiós
Llorando estará
Recordando el amor
Que un día no supo
Cuidar
Joe Lambada dio una andanada de patadas al
pecho tatuado con un Chupacabras de Michaelson; éste apenas se defendió. Acto
seguido, giro como un trompo, dando patadas inmisericordemente en toda la
anatomía de su más pequeño e indefenso rival, incluyendo la cabeza.
Pero lo más sorprendente de todo era la
fortaleza de aquel hombre; estaba recibiendo todo tipo de patadas, pero apenas
retrocedía; ahora Joe comenzó a respetar a este hombre, a quien antes
menospreciaba.
Joe Lambada se divirtió a placer golpeando
y pateando sin parar a aquel sparring humano que ya ni se defendía; podría
haber seguido durante horas y horas con eso, pero sabía que no le quedaba mucho
tiempo. Era consciente que muy probablemente, Acab Michaelson había pedido
ayuda a las autoridades para dar con su captura o matarlo y era por este
motivo, que al fin se decidió a realizar la última pieza de su danza mortal.
Lambada dio una patada vertical con toda
la fuerza de la que era capaz y su pequeño rival salio volando por los aires,
del mismo modo que lo haría con una pelota de fútbol. El muy loco grito lo
siguiente.
-¡¡Gooooool, gol de Inglaterra gol,
gooooool!!!
El hombre cayo, barranco abajo, hacia el
mismo río en donde los desperdicios de su mina eran transportados fuera de
ella; era uno de los afluentes del amazonas. El cuerpo de Michaelson se
disolvía cada vez más y más rápido, dejando ver sólo sus músculos y huesos,
además de la poca piel que le quedaba, ya que había hecho contacto con el mismo
ácido sulfúrico y cianuro que usaban sus empleados para disolver los desechos y
sólo dejar visibles las pepitas de oro. Mientras trataba inútilmente de salir
de agua, sacudiendo la corriente con sus últimos esfuerzos, entre columnas de
agua creada por sus desesperadas brazadas y el humo producido por el ácido
sulfúrico que disolvía su cuerpo, gritó.
-¡¡Maldito Joe Lambada, te espero en el
infierno!!
Joe Lambada sólo se limito a dar una
risita de delirio en la orilla.
-Yojojojojo, no necesito de eso: mi vida ya es un completo infierno, pero como pronto estaras en el otro, recuerda enviarme una postal electrónica desde
allá.
Entre brazadas inútiles y paredes de agua
formadas por sus propios esfuerzos y disolviéndose como humo producto del ácido,
el desfigurado hombre lanzo un último grito con el brazo izquierdo levantado al
cielo, como si le pidiera venganza a los dioses.
Joe Lambada estaba exhausto, había tenido
la mejor pelea de su vida con el rival menos esperado; sin embargo, lo había
disfrutado. Lo malo es que sabía que estaba al borde de la muerte tras tantos
golpes; otra persona ya hubiera muerto tras ganar la pelea, pero la hasta la
muerte le tiene asco a Joe Lambada.
Con las pocas fuerzas que le permitía su
fornido cuerpo, fue hacia lo que quedaba de la camioneta de Acab Michaelson y
rebusco y rebusco, hasta darse cuenta que era una camioneta doble fondo: el
viejo Mike tenía todo tipo de armas, drogas y un botiquín de primeros auxilios.
Lo malo es que ya no estaba vivo para darle las gracias.
Del botiquín saco una jeringa y un frasco
de adrenalina; introdujo la aguja en el agujero que estaba en el centro del
frasco sellado, lleno la jeringa con el líquido, amarró el brazo con la típica
liga de caucho y se inyecto la adrenalina en su vena.
El hombre se recostó tranquilamente sobre
los restos retorcidos de la camioneta de Acab, justo en el mismo momento que comenzó
una copiosa lluvia, de esas típicas de la selva amazónica. Fue tal la cantidad
de agua que cayo, que hasta el fuego que causo Joe tras destruir la mina de
Acab Michaelson se apagó rápidamente; de no ser por ese portento de la
naturaleza, el incendio se hubiera esparcido por buena parte de la Amazonia, incluso
hubiera llegado a alcanzar el lugar donde el propio Joe Lambada estaba
recostado.
Esa noche, Joe Lambada durmió horas y
horas, la siesta más larga de toda su vida. Poco antes de dormirse, hizo una
mueca graciosa, cerró los ojos, respiro profundamente y saco toda su lengua
cuan larga era; estaba disfrutando del momento y del agua de lluvia.
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