El
túnel del infierno
El
ruido de las hélices de los helicópteros artillados interrumpían
la natural calma de la selva amazónica; los constantes sobre vuelos
harían evocar a cualquiera la imagen de un enjambre de avispas
buscando su presa en un frondoso herbazal, si es que se tenía la
oportunidad de verlo de lejos. A bordo de uno de ellos, el líder del
grupo se comunicaba con Acab Michaelson.
-¿Alguna
novedad?
-Ni
rastro de ellos señor, pareciera que se los trago la selva
Esa
respuesta no satisfizo a Michaelson, que pregunto en tono tajante
-¿Insinúas
que no los vas a encontrar?
El
capitán trago saliva y procuro responder de la manera más calmada
posible.
-No
señor, lo que quiero decir es que estamos gastando dinero y recursos
en buscar a esos desgraciados. Tal vez la selva amazónica se hizo
cargo de ellos.
-Pues
encuentra sus cadáveres
-Con
el debido respeto dom Acab, no creo que sea prudente...
-¡Mátalos
ya, o si no tu cabeza disecada ocupara el lugar de la de Joe Lambada
como trofeo en la pared de mi mansión en Copacabana!!
Colgó
su celular bruscamente, pero impulsivamente volvió a llamar
-Cambio
de planes capitán Goncalves, mate al muchacho pero tráigame a Joe
con vida
Al capitán aquella orden le parecía
aún más absurda, pero en lugar de protestar le trato de aclarar un
detalle que le parecía importante
-
¿Y si se resisten?
-
Entonces mátalos – colgó - , después te matare a ti y disecare
tu cabeza como trofeo.
Mientras Acab estaba inmerso en su
discusión con el subalterno, su hijo Juan estaba cómodo en el sofá
mirando el plasma colgado en la pared del otro lado de la casa
rodante: un reportaje especial de TV O Globo en donde aparecía su
papá.
-Boas
vindas, soy Mirta de Gamma realizando un reportaje especial: hoy
vamos a abordar al empresario minero Acab Michaelson, quien ha puesto
en marcha un proyecto en conjunto con el gobierno de Brazil y otras
ONG, cuyo propósito es hacer que los pobladores del amazonas
abandonen sus técnicas agrícolas de tierra arrasada para adoptar
otras que sean amigables con el medio ambiente. Boas vindas señor
Michaelson.
Boas
vindas, hermosa señorita
-Señor
Michaelson, desde hace años lo han acusado a usted de haber creado
la mayor mina a cielo abierto del Brasil y de devastar más hectáreas
de bosques de los permitidos en el estudio de impacto ambiental que
aprobó su proyecto, ¿no le resulta paradójico que ahora se dedique
a ser un filántropo ambiental?
-Mire
señorita, a mí me tienen sin cuidado lo que digan de mí los
críticos, mi proyecto sigue con gran apego a la ley todas las normas
incluidas en la legislación del medio ambiente del país...
De pronto el televisor se apago; un
indigando Acab Michaelson había tomado el control remoto que estaba
al lado del cuerpo de su hijo y interrumpió el programa.
-Deja
de ver esa porquería
Juan
quedo perplejo
-Papá,
¿qué te sucede?, no me digas que tiene que ver con ese mal nacido
-¡¡Ese
mal nacido fue el que mató a tus dos hermanos!!
-Y
pensar que lo admirabas
Acab cierra levemente los ojos y
extiende los brazos con las palmas abiertas moviéndolas en señal de
negación.
-
Por favor, no me lo recuerdes más
-Papá,
de todos modos no creo que te tengas que preocupar por él, tal vez
la selva se lo trago como dice el capitán Goncalves
-Aún
así quiero ver su cadáver
En serio viejo, ya tienes demasiados
problemas con los grupos ambientalistas y los partidos de izquierda
como para seguir preocupándote por un sólo hombre.
¡¿Y
qué?!, yo voy a extraer todo mi oro aunque tenga que destruir este
país subdesarrollado con mi mina, ¡oro!, ¡¡oro!!, ¿quedo claro?
Los
ojos de dom Acab parecieron salirse de sus órbitas y su rostro
dilatarse mientras decía esto. Era como si le obsesionara tener más
oro del que podría usar en su vida.
-Jejeje,
como quieras papá, por cierto, no te olvides del negocio de extraer coltan en África Central para la fabricación de smartphones.
Michaelson esboza una sonrisa de
delirio en su rostro y da unas palmaditas en el hombrote derecho de
su hijo.
-Bien
dicho hijo, creo que es por eso que sigues con vida: eres el más
listo de los tres. No te preocupes por eso, ya Michaelson minning
corporation tiene presencia allí. Hace rato que negociamos con los
guerrilleros del Congo y el gobierno
Cambiando
de tema: ¿por qué de pronto cambiaste de opinión y ahora lo
quieres con vida?
-
¿Acaso quieres saber lo que yo le voy a hacer?
Es
que matarlo sería demasiado bueno para él: lo voy a colgar como
vacuno en sacrificio para aplicarle electroshocks con su cuerpo
mojado en agua fría; le haré mil cortes a su linda cara para que
todo el mundo vea su verdadera identidad;... lo descuartizaré con
unos motociclistas..., digo mejor dicho, yo mismo le pasaré con mi
motorcicleta sobre las articulaciones que unen los brazos y piernas a
su cuerpo...; le sacaré los ojos con un cuchillo al rojo vivo para
que jamás vea llegar la muerte;... después lo colgaré desde un
gran árbol para que lo coman los buitres y mosquitos. Ah, pero si
todavía sigue con vida, voy a regalar lo que queda de él a una
tribu de caníbales.
-
Papá, dame ese honor a mí, quiero capturarlo para que le hagas
pagar lo que les hizo a mis hermanos
Aquello no le hizo gracia a dom Acab
¡¡No!!,
de hecho te prohíbo que salgas de aquí, al menos hasta que acabe
con él; si me desobedeces yo mismo te mato
El muchacho quedo atónito
¡¡Papá!!,
¿tú de verdad serías capaz de matarme?
Pero en lugar de responderle, Acab le
dio la espalda y se retiro tirando fuertemente de la puerta de su
vagón, lo que estremeció completamente la estructura. Un cuadro
familiar en donde aparecía un Acab más joven, con su esposa y tres
hijos pequeños, cayó al piso rompiendo el vidrio que lo cubría y
el marco de madera.
Casi al mismo tiempo, aproximadamente
a cien kilómetros de distancia, Joe Lambada cargaba en sus hombros a
un inconsciente Chico Flores hacia una aldea de chozas rurales, en lo
más profundo de la selva. Una multitud de personas, todas mucho más
pequeñas que él, de rasgos aborígenes y piel cobriza fue a su
encuentro con mucho entusiasmo. Tanto hombres como mujeres tenían
los cuerpos pintados y los pies descalzos; los hombres tenían unos
elegantes taparrabos rojos, las mujeres unas gráciles hojas de
plantas a modo de falda y vistosos collares que pendían de sus
cuellos, pasando por sus pechos desnudos hasta algo más allá del
plexo solar. En contraste con los melenudos cabellos de los hombres
cortados hasta los hombros, las mujeres tenían coloridos penachos de
plumas, que no sólo no opacaban sus largos y negros cabellos, sino
que resaltaban aún más su belleza. Los infantes estaban como dios
los trajo al mundo, exceptuando algunos que tenían pañales,
camisitas con evidente toque occidental y algunos con unos cuantos
pares de chacletas. Todos estaban eufóricos ante la llegada del
amigo Joe, quien se dirigía bulto en hombros hacia la choza más
grande.
En medio de aquella animada multitud,
un hombre entre los cincuenta o setenta años salió de la entrada;
lo único que lo diferenciaba de los demás hombres además de los
ligeros zurcos que pasaban por su rostro revelando algo de su edad,
era una guayabera celeste que contrastaba con su piel cobriza y
taparrabo. Le comenzó a hablar en buen portugués.
-Joe
Lambada, el demonio de la alegre melodía, estaba dando audiencia a
mi gente cuando de pronto me avisaron de tu llegada. Es una alegría
verte
-Sé
que aquí siempre seré bienvenido, querido Utoki
-Por
favor, puedes llamarme Uto
Utoki
le hizo la siguiente pregunta en portugués
-¿Quién
es el que estás cargando a tus espaldas?
-Es
un idiota que no quiero que me estorbe.
El
cacique lo hizo venir a su choza, en cuya entrada a duras penas podía
caber Joe, pero por suerte para él su espacio interior era lo
bastante espacioso para alguien de su envergadura. Había una hoya
hirviente colgando del techo por medio de unas cuerdas y a unos
cuantos metros de ella un grupo numeroso de yaraníes que estaban
cómodamente sentados en una gran alfombra con dibujos notoriamente
hieroglíficos; todos muy entusiastas con la mirada puesta en Joe. En
otro de los extremos se ubicaba una lustrosa silla de mimbre por
delante de un gran velo colgando de arriba, con un extraño dibujo
hieroglífico a medio camino entre un ave fénix y una serpiente
emplumada; sin duda alguna era el trono de Utoki y lo del fondo su
símbolo real.
Acto
seguido Joe acostó el cuerpo semidesnudo en una especie de cama
hecha con hojas de plantas medicinales, que ocasionalmente usaba el
propio Utoki para aliviarse de los pesares de la selva.
-No
me digas que lo golpeaste con tu jab de derecha. La última vez que
hiciste esa gracia terminaste matando a un hombre un poco más grande
que él.
-Entonces
no sería tan malo, un pendejo menos en el mundo.
Utoki
se acerco al cuerpo del joven para verificar si estaba muerto y justo
cuando iba a ponerle las manos, inspiro y exhalo.
-Menos
mal que está vivo, ¿qué piensas hacer con él?
-Dejarlo
aquí mientras se recupere del golpe, pero como es muy necio sugiero
que lo mantengas bien atado por unos días; este pendejo citadino no
sobrevivirá en la selva si se larga de aquí.
Utoki
frunció levemente el entrecejo
-¿Y
por cuánto tiempo quieres que lo deje aquí?
-Cuando
termine lo que tengo que hacer, te llamaré para que luego tú y tu
gente lo guíen por la jungla hasta que pueda estar a salvo en el
lugar cercano más civilizado.
Vaya,
¿y qué es tan importante para como para no aceptar mi
hospitalidad?, Joe, apenas acabas de llegar.
Lambada
procedió a sacar de su chaleco antibalas lo que parecía ser un
pequeño ídolo de madera, extendiéndolo con su mano en dirección a
Utoki. Le dijo en palabras de su propio idioma yaraní.
-Vengo
a pedirte permiso para que pueda entrar en las cuevas sagradas, oh
poderoso Utoki, señor de los yaraníes.
Entonces
Utoki, poniendo su cuerpo en posición firme y solemne, pronunció
unas palabras de manera tan recatada que parecía un acto protocolar
bien ensayado.
-Y
yo Utoki rey de yaraníes y del bosque circundante, te doy mi
permiso. Pero acorde con la ley de mis ancestros sólo puedes entrar
conmigo, para que los espíritus guardianes de la cueva no tomen
represalia contra ti, hombre extranjero.
-Joe
Lambada le respondió con una reverencia también bien ensayada.
-Yo
Joe Lambada, tu honrado invitado, acepto tu invitación.
Al
poco rato iban y venían en la selva como verdaderos monos, con Utoki
a metros de distancia de Joe, quien pese a su agilidad aún no era
capaz de alcanzar a su pequeño amigo. Y mientras se columpiaban de
una liana a otra, trepaban árboles, deslizaban por resbalosos
troncos cubiertos de helechos, acosados por mosquitos con todo tipo
de enfermedades y escapaban de temibles depredadores, charlaban amena
mente de esta forma.
-Joe,
no entiendo por qué siempre que vienes me pides permiso para que te
acompañe, si tú no necesitas que nadie te lo conceda. Eres un
bandolero, un forajido, no tienes ni dios ni ley
-Es
que aunque todavía te cueste creerlo, hasta los forajidos tenemos
nuestras propias reglas. De las pocas que tengo una dice: siempre soy
respetuoso de mis amigos y sus tradiciones.
-Jijiji,
si hay algo que también es cierto Joe, es que jamás serás más
rápido que yo.
Iban
deslizándose por un grueso tronco con resbalosos helechos con un
puma detrás de ellos; Utoki impulsó su cuerpo hacia adelante
logrando agarrar una liana, evitando caer en el precipicio. Joe,
quien estaba unos metros más rezagado y a centímetros de ser
devorado, se impulso hacia adelante para sujetarse en la vigorosa
rama del árbol del otro lado; logró evadir al puma justo a tiempo,
pero al llegar a la rama ésta se quebró dejándolo caer; se salvo
al sujetarse puntualmente de unas ramas del mismo árbol que estaban
más abajo. Con la habilidad de un chimpancé, trepo y trepo
rápidamente hasta arriba para agarrar otra liana y así tratar de
darle alcance a Utoki.
-
¡¡Uff!!. eres tan viejo y aún mucho más rápido que yo.
-Eso
no es nada excepcional, yo nací en la selva y éste es mi hogar; no
soy como tú que también te mueves por ambientes urbanos. Pero debo
admitir algo, no lo haces nada mal para ser un hombre blanco, como
tampoco menosprecias la selva. Eres todo lo contrario a la
aristocracia criolla que vive acantonada en Brasilia, están rodeados
de naturaleza y le temen a su propia jungla.
-Gracias
por el cumplido, aunque no me gusto que me compararas con la gente de
Brasilia, yo no vivo allí; de hecho, no vivo en ningún lugar, mi
hogar es mi cuatro por cuatro.
Llegaron
hasta las faldas rocosas y empinadas de una montaña, que comenzaron
a escalar con esmero hasta alcanzar la entrada de la cueva.
-Llevo
rato que no regreso por aquí, aunque no esperaba volver así de
pronto.
-Nunca
es tarde Joe, ahora sigamos avanzando hasta el túnel del infierno.
Era
una maraña de túneles interconectados unos con otros, que sí tú o
yo nos tocara estar allí tendríamos que resignarnos a pasar la
eternidad en ese oscuro lugar. Sin embargo, esto no era un gran
problema para Joe y Utoki, ambos conocían con precisión suiza aquel
tenebroso laberinto; los dos iban antorchas en mano caminando por
aquella penumbra de manera cautelosa hasta dar con la entrada de un
túnel algo más grande que las demás y cuyos marcos rocosos lo
hacían parecer un ataúd.
-Recuerda
caminar con cautela o los espíritus se enfadaran y nos mandarán una
maldición.
Pero
haciendo caso omiso a lo que dijo su amigo, él lanzó un grito que
hizo eco por todo ese lugar.
Hola,
he regresadooooo
Utoki
lo agarró por el brazo de manera brusca moviendo levemente su cuerpo
hacia el suyo y dijo
¡¿Por
qué siempre haces eso?!
¿Soy
el demonio, lo recuerdas?, ésta es mi casa
-Más
que la propia maldición Joe, recuerda que el área que poblamos esta
sobre unas placas tectónicas altamente sísmicas; si haces cualquier
ruido podrías causar un terremoto.
-No
lo tomes a mal viejo, sin algo de peligro la vida sería muy
aburrida.
Caminaron
por tres kilómetros de túnel que parecían no acabar nunca; un
sendero oscuro de tres kilómetros que haría pensar a cualquiera
que iba camino a la dimensión desconocida.
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