En un estanque había una pequeña ranita, que era conocida por ser muy curioso y travieso. Cierto día le pregunto a su padre si podía pasar por la carretera que pasaba paralela al estanque para ir al otro lado, pero su padre le dijo lo siguiente.
- No hijo, ya hablamos de eso, te enseñare a atravesarla cuando seas un poco más grande
Pero la ranita no quería hacer caso, su curiosidad era más fuerte que él. Cierta noche, cuando toda la manada estaba ocupada cazando mosquitos, él aprovecho la distracción para poder atravesar la carretera hacia el otro lado, porque quería descubrir la fuente de las luces redondas que rascaban las nubes. Lo que no había tomado en cuenta el pequeño es que sus extremidades aún no estaban lo suficientemente desarrolladas para atravesar todo el tramo, razón por la cual en ese momento quedo petrificado al ver un auto que iba a toda velocidad hacia él. Casi a punto de ser aplastado por la llanta, su padre lo salvo, llevándolo en un abrir y cerrar de ojos a la seguridad del estanque.
- ¿Cómo supiste lo que estaba haciendo?
- Hijo, no sería el líder de la manada si no tuviera ciertas aptitudes. A propósito, ¡¿qué pensabas hacer, que no te dije que esperaras hasta llegar a cierta edad?!
- Es que me llamo la atención unas luces y...
- Esas luces provienen de un estadio que construyeron los humanos un poco más allá del bosque. Tambien construyeron esa carretera que lo parte en dos poco antes que tu nacieras. Los humanos son extraños y peligrosos, cuando cumplas unos meses más te enseñare a sobrevivir al otro lado, pero por ahora resguardate en el estanque. Entiendelo de una vez por todas, quien escucha consejo llega a viejo.
El Pregonero Silencioso
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