Durante la caótica edad
media, existió un poderoso señor feudal que nunca exploto a su gente y los
defendía con valentía. Su feudo era el más próspero de todos.
Sus enemigos, movidos por la envidia y las ansias de
tomar sus riquezas, lo atacaban cada rato sin éxito alguno. Finalmente,
decidieron unirse todos para sitiarlo y derrotarlo, pero como era un gran
guerrero y estratega, volvió a salir victorioso.
Cuando todas sus tentativas fracasaron, ellos se pusieron
de acuerdo en firmar la paz y hacerle una visita de cortesía, para poder
aprender de este buen soberano. Poco después, éste les organizo el paseo y los
hizo entrar a su feudo, siempre escoltados por soldados bien armados; incluso
el propio señor feudal tenía su armadura puesta, ya que era una locura confiar
en sus belicosos vecinos.
A su alrededor, los monarcas no vieron menesterosos, ni
infantes trabajando como adultos ni nadie pasando hambre. Todas las personas,
tanto hombres y mujeres, lucían bien alimentados y vestidos, sin tener ropas de
nobleza; eran campesinos que disfrutaban su arduo trabajo de sol a sol.
Al entrar a su imponente castillo, repleto en sus
atalayas y murallas por guardias tan bien armados como los que los escoltaban,
quedaron más impresionados por su abundante riqueza de lo que anteriormente
estaban. Sin embargo, luego de pasar el pesado puente levadizo, salvo soldados
con armadura o alguno que otro/a sirviente, apenas notaban lujo alguno; si es
que no se consideraba lujo que el castillo seguía siendo un lugar bastante
aseado para la época.
Pasaron por el salón del trono, en donde divisaron dos
asientos rústicos de comedor sobre una plataforma de piedra escalonada; sólo el
estandarte de tela con el escudo de armas cosido en su centro, colgado al fondo
y detrás de las sillas, permitía identificarlos como los tronos reales.
Al sentarse en la sala de banquetes, notaron que los
asientos eran cómodos pese a no tener diseños bien elaborados y la mesa de fina
madera apenas delataba la riqueza de su dueño. Una señora bien conservada para
su edad, una linda joven y un mozalbete les servían los exquisitos platos.
Entre la señora y la joven apenas se notaba la diferencia de años, mientras el
chico también tenía aspecto agradable; sólo esos detalles los delataban como la
familia del noble, porque no vestían mejor que sus sirvientes.
Al ser interrogado sobre sus sobriedad espartana pese a
todo su poder, el noble les contestó.
- Mi pueblo es rico
porque yo distribuyo bien las riquezas del reino y no me aprovecho de mi rango
para abusar de mi poder y lograr su respeto. El respeto y la lealtad se logran
en la medida que reconozcamos que fuimos puestos por Dios aquí para servir al
pueblo, no servirnos de él. Yo seguiré
educando a mis hijos para que sigan mis pasos y gobiernen este feudo como yo lo
he hecho hasta ahora, porque yo algún día moriré, pero el pueblo seguirá
existiendo; por eso, el pueblo es soberano.
FIN
Gran cuento, Alberix. Una gran lección. Seguro que fue un ancestro de Mújica :) Me encantó. Un abrazo
ResponderEliminarOjalá ese señor haya tenido más descendientes; sería bueno que hubieran más Mujicas. Guapa, veo que cambiaste tu perfil; yo, en lo personal, prefiero ver tu linda cara. Saludos.
EliminarMe ha encantado, un cuento medieval que se podría trasladar a la época actual. Podría servir de ejemplo para muchos gobernantes. Un saludo.
ResponderEliminarSi siguieran su ejemplo, las casas de gobierno no estarían repletas de adornos ostentosos ni lujos superflúos, producto de nuestros impuestos; sin duda, eso desanimaría a muchos/as aspirantes, deseosos/as de engañar al pueblo para conseguir sus votos y lograr estar en esos lugares de poder. Gracias por disfrutar mi cuento.
EliminarUna hermosa utopía, Alberix. Abrazos
ResponderEliminarInsisto Fernando: no sería una utopia si todos/as ellos/as pensaran como el personaje de esta historia. Entiendo perfectamente que tú hayas tenido malas experiencias con los políticuchos de turno; en el mundo entero nos pasa a todos/as. En lo que sí estoy en desacuerdo contigo, es que sí han habido buenos gobernantes; pocos pero reales: Nelson Mandela y José Mujica entre ellos. Suerte en las próximas elecciones.
EliminarSon textos como este a los que doy mi aplauso más sincero, esto es así como en casa de cada uno, si quieres paz y un buen gobierno, da ejemplo dando paz y gobernando con sabiduría y humildad en tu propio hogar, lo demás son tonterías. Un excelente relato para disfrutar y aprender de su lectura, además de estar escrito con una narración fluida y muy amena. Enhorabuena y gracias.
ResponderEliminarSaludos, compañero.
Debo admitir que no tiene los típicos elementos que hacen épico a un relato medieval, pero veo que al menos gusta. Gente como el protaginista de esta historia existe; lástima que son tan pocos. Hasta pronto y te invito a que te pases más a menudo a mi blog.
EliminarUna gran lección para todas las épocas la de tu cuento, Alberix. Necesitamos más gobernantes como el de tu relato.
ResponderEliminarUn abrazo.
Pues tengo fe que en la medida que la humanidad y la educación de calidad sigan su marcha, habran más posibilidades de que existan. Por cierto, ¿recuerdas ese relato pequeño con el que pretendí ganar uno de los concursos de ustedes y aún así perdí? Su nombre es Mundo Xero, y ya estoy pensando la segunda parte del relato para hacer una saga; ésta vez los capítulos estaran enlazados, de modo que no habra perdedero. Gracias y hasta pronto.
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