(Viene del capítulo 7)
En la medida que Chico Flores le
narraba a Joe Lambada los planes de Michaelson, éste rememoraba su
origen en el pueblo de Novo Belem, aquel que iba a desaparecer por
culpa de la expansión de la mina de Acab Michaelson.
La joven bióloga Mary Elizabeth
Tudor fue a aquel poblado de aborígenes de la selva amazónica a
realizar una investigación para conseguir su tesis doctoral que le
acreditaba el master: ella creía que el secreto de la cura del virus
del sida se encontraba en algún elemento de la flora y fauna de
aquel extenso lugar. Un día se encontró por casualidad con Lucio
Fernando, un aventurero que vivía por aquellos lares y que en ese
momento guiaba a un grupo de perdidos turistas suecos en un safari;
no se sabe si fue amor a primera vista o qué, lo único certero fue
que desde entonces ambos desarrollaron una pasión que rebasaba el
límite de la razón.
Todos sus cercanos, tanto los
aborígenes con quienes convivía como los conocidos que la
frecuentaban esporádicamente por esos lugares, le advertían que no
se entrometiera con aquel diablo cuya mala fama le precedía por
donde iba. Pero Mary Elizabeth no escucho; se dejo cautivar por aquel
escultural cuerpo varonil con olor a bacardi y se deleitaba
acariciando esa piel rojiza que le parecía carne medio cocida.
Nueve meses después, en el día de
todos los santos, nació un niño al que su padre quiso llamarle Juan
Enrique, pero termino dejándolo en John Henry (su traducción en
inglés) para adular a su mujer. En aquellos primeros años parecía
que las profecías más fatalistas acerca de la relación no se iban
a cumplir: Lucio Fernando, pese a sus continuas ausencias, era un
padre y esposo abnegado; Mary Elizabeth una madre devota, esposa
apasionada y buena maestra de su pequeño retoño.
El pequeño niño, a quien los
aborígenes llamaban el mono blanco, se divertía paseando en la
selva con ellos mientras aprendía su innata habilidad de emular los
movimientos de los monos; de su padre aprendió a usar el machete y
sus técnicas de supervivencia; su madre, en cambio, le enseñaba el
camino del bien, ciencias básicas y artes marciales, pero jamás se
atrevió a explicarle cómo se usa un arma de fuego.
Todo andaba bien hasta que cierto día
Lucio Fernando se fue y jamás regreso, dejando a madre e hijo
tristes y desconsolados. Ante todo esto, Mary Elizabeth entro en una
profunda depresión de la que nunca se recobro; fue así que decidió
darle una triste despedida a su hijo prometiéndole que volvería
luego de encontrar a su padre, mientras lo dejaba al cuidado del
cacique de la aldea, un viejo amigo suyo. Pero su madre jamás logro
cumplirle.
Un día el desconsolado monito blanco
no aguanto más y él también decidió buscar a su madre; se
columpió de liana en liana y deslizo de tronco en tronco en medio
de aquella hermosa y peligrosa jungla. No comía, no dormía ni bebía
y el llanto de un pequeño niño retumbaba como alma en pena por la
espesura durante días.
Finalmente, luego de tanto viajar y
escapar de las fieras, el niño sucumbió al cansancio; su cuerpecito
cayo de una liana y el impacto amortiguado por un recién formado
lodazal. Para suerte suya lo encontraron los paramilitares de un
acaudalado narco paraguayo, quien lo adopto como el hijo varón que
nunca tuvo.
El niño creció saludable y
disfrutando de su nueva vida, casi al mismo tiempo que se hacia amigo
de Roberta, la única hija del narco, más o menos de su misma edad.
Lambada siempre recordará a Roberta como el verdadero amor de su
vida.
Cuando ocurrió la fiebre mundial de
la lambada, ésta música se convirtió en la favorita de su padre
adoptivo, por lo que todas las mañanas la ponía a tocar en su
reproductor de discos compactos. El narco y sus guardaespaldas
disfrutaban ver cómo el joven bailaba aquella danza erótica con
singular destreza cautivando a Roberta, quien hacia de compañera de
baile; esa fue la razón por la cual le terminaron llamando John
Henry Lambada, pero lo terminaron acortando a Joe Lambada.
Llorando se fue el que un día me dejo su amor,
llorando se fue el que un día me hizo llorar
Llorando estara, recordando el amor,
que un día no supo cuidar
Llorando se fue el que un día me dejo su amor,
llorando se fue el que un día me hizo llorar
Llorando estara, recordando el amor,
que un día no supo cuidar
El narco conservaba todos estos
recuerdos en su corazón y ya había trazado sus planes: iba a
nombrar a John Henry el heredero de su gran fortuna y lo iba a casar
con su hija, que igualmente correspondía sus sentimientos. La buena
fortuna de Joe estaba echada, hasta que un día...
Joe estaba tan absorto en sus propios
recuerdos que no puso absolutamente nada de atención a lo que le
explicaba Chico Flores en su mapa digital de la mina de Michaelson;
ya estaba terminando de hablar.
-Hasta llegar a las puertas de Sao
Paulo, como ves Joe, así de grande es realmente ese proyecto a cielo
abierto cuya ampliación es ilegal, ¿oye te pasa algo?
Joe Lambada volvió en sí de forma
disimulada: no podía hacerle saber a su interlocutor que no le puso
atención
-Estoy bien, ya lo capte
-¿Ya te das cuenta de todo lo que
está en juego con lo de la mina?, ¿ya decidiste dejarme en libertad
para seguir mi lucha contra dom Acab?
Mientras el joven preguntaba esto,
Joe Lambada pensaba en su cabeza en Novo Belem, el pueblo donde
nació; nunca se le pasaba la idea de volver a aquel lugar, pero
tampoco de concebir que una parte de su pasado fuera borrada del mapa
por culpa de una mina.
He decidido ayudarte a acabar con dom
Acab y su mina
Chico Flores se sorprendió
-¿Y por qué ese repentino cambio de
opinión?
Joe Lambada respondió en tono
grosero
-¿q voce se importa? (¿qué te
importa?)
Y Chico meneo la cabeza
No me sorprende esa respuesta viniendo
de ti.
Me encantó la historia. muy interesante al que llaman el mono blanco, deseando leer más .. Gracias por compartir Zeta Alberix
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