domingo, 12 de enero de 2014

El baile de la muerte de Joe Lambada (8va parte)


8va parte





(Viene del capítulo 7)

En la medida que Chico Flores le narraba a Joe Lambada los planes de Michaelson, éste rememoraba su origen en el pueblo de Novo Belem, aquel que iba a desaparecer por culpa de la expansión de la mina de Acab Michaelson.

La joven bióloga Mary Elizabeth Tudor fue a aquel poblado de aborígenes de la selva amazónica a realizar una investigación para conseguir su tesis doctoral que le acreditaba el master: ella creía que el secreto de la cura del virus del sida se encontraba en algún elemento de la flora y fauna de aquel extenso lugar. Un día se encontró por casualidad con Lucio Fernando, un aventurero que vivía por aquellos lares y que en ese momento guiaba a un grupo de perdidos turistas suecos en un safari; no se sabe si fue amor a primera vista o qué, lo único certero fue que desde entonces ambos desarrollaron una pasión que rebasaba el límite de la razón.

Todos sus cercanos, tanto los aborígenes con quienes convivía como los conocidos que la frecuentaban esporádicamente por esos lugares, le advertían que no se entrometiera con aquel diablo cuya mala fama le precedía por donde iba. Pero Mary Elizabeth no escucho; se dejo cautivar por aquel escultural cuerpo varonil con olor a bacardi y se deleitaba acariciando esa piel rojiza que le parecía carne medio cocida.

Nueve meses después, en el día de todos los santos, nació un niño al que su padre quiso llamarle Juan Enrique, pero termino dejándolo en John Henry (su traducción en inglés) para adular a su mujer. En aquellos primeros años parecía que las profecías más fatalistas acerca de la relación no se iban a cumplir: Lucio Fernando, pese a sus continuas ausencias, era un padre y esposo abnegado; Mary Elizabeth una madre devota, esposa apasionada y buena maestra de su pequeño retoño.

El pequeño niño, a quien los aborígenes llamaban el mono blanco, se divertía paseando en la selva con ellos mientras aprendía su innata habilidad de emular los movimientos de los monos; de su padre aprendió a usar el machete y sus técnicas de supervivencia; su madre, en cambio, le enseñaba el camino del bien, ciencias básicas y artes marciales, pero jamás se atrevió a explicarle cómo se usa un arma de fuego.

Todo andaba bien hasta que cierto día Lucio Fernando se fue y jamás regreso, dejando a madre e hijo tristes y desconsolados. Ante todo esto, Mary Elizabeth entro en una profunda depresión de la que nunca se recobro; fue así que decidió darle una triste despedida a su hijo prometiéndole que volvería luego de encontrar a su padre, mientras lo dejaba al cuidado del cacique de la aldea, un viejo amigo suyo. Pero su madre jamás logro cumplirle.

Un día el desconsolado monito blanco no aguanto más y él también decidió buscar a su madre; se columpió de liana en liana y deslizo de tronco en tronco en medio de aquella hermosa y peligrosa jungla. No comía, no dormía ni bebía y el llanto de un pequeño niño retumbaba como alma en pena por la espesura durante días.
Finalmente, luego de tanto viajar y escapar de las fieras, el niño sucumbió al cansancio; su cuerpecito cayo de una liana y el impacto amortiguado por un recién formado lodazal. Para suerte suya lo encontraron los paramilitares de un acaudalado narco paraguayo, quien lo adopto como el hijo varón que nunca tuvo.

El niño creció saludable y disfrutando de su nueva vida, casi al mismo tiempo que se hacia amigo de Roberta, la única hija del narco, más o menos de su misma edad. Lambada siempre recordará a Roberta como el verdadero amor de su vida.

Cuando ocurrió la fiebre mundial de la lambada, ésta música se convirtió en la favorita de su padre adoptivo, por lo que todas las mañanas la ponía a tocar en su reproductor de discos compactos. El narco y sus guardaespaldas disfrutaban ver cómo el joven bailaba aquella danza erótica con singular destreza cautivando a Roberta, quien hacia de compañera de baile; esa fue la razón por la cual le terminaron llamando John Henry Lambada, pero lo terminaron acortando a Joe Lambada.

Llorando se fue el que un día me dejo su amor, 
llorando se fue el que un día me hizo llorar

Llorando estara, recordando el amor, 
que un día no supo cuidar

El narco conservaba todos estos recuerdos en su corazón y ya había trazado sus planes: iba a nombrar a John Henry el heredero de su gran fortuna y lo iba a casar con su hija, que igualmente correspondía sus sentimientos. La buena fortuna de Joe estaba echada, hasta que un día...

Joe estaba tan absorto en sus propios recuerdos que no puso absolutamente nada de atención a lo que le explicaba Chico Flores en su mapa digital de la mina de Michaelson; ya estaba terminando de hablar.

-Hasta llegar a las puertas de Sao Paulo, como ves Joe, así de grande es realmente ese proyecto a cielo abierto cuya ampliación es ilegal, ¿oye te pasa algo?

Joe Lambada volvió en sí de forma disimulada: no podía hacerle saber a su interlocutor que no le puso atención

-Estoy bien, ya lo capte

-¿Ya te das cuenta de todo lo que está en juego con lo de la mina?, ¿ya decidiste dejarme en libertad para seguir mi lucha contra dom Acab?

Mientras el joven preguntaba esto, Joe Lambada pensaba en su cabeza en Novo Belem, el pueblo donde nació; nunca se le pasaba la idea de volver a aquel lugar, pero tampoco de concebir que una parte de su pasado fuera borrada del mapa por culpa de una mina.

He decidido ayudarte a acabar con dom Acab y su mina

Chico Flores se sorprendió

-¿Y por qué ese repentino cambio de opinión?

Joe Lambada respondió en tono grosero

-¿q voce se importa? (¿qué te importa?)

Y Chico meneo la cabeza

No me sorprende esa respuesta viniendo de ti.







1 comentario:

  1. Me encantó la historia. muy interesante al que llaman el mono blanco, deseando leer más .. Gracias por compartir Zeta Alberix

    ResponderEliminar